El club de la academia
En una época en la que se presenta como el nuevo bien apetecible, ya no la posesión de bienes materiales por sí solos, sino la de aquellos que permitan acceso a la mayor cantidad de información (dispositivos tecnológicos de última generación), la producción y, sobre todo, la difusión del conocimiento se convierte en el centro de la actividad intelectual.
El profesor canadiense Jean Claude Guédon, pionero en Open Acces, quien por estos días visita nuestro país, ha teorizado en torno de las transformaciones que supone este giro de intereses y los posibles problemas que una errada concepción de estas nuevas dinámicas puede traer para el sistema educativo. Según el profesor Guédon, la posesión de conocimiento, hasta la primera mitad del siglo pasado, era considerada exclusiva de una pequeña elite. Quien poseía conocimientos estaba revestido de un halo de grandeza y dignidad que, desde la ignorancia, los otros no podían más que admirar. El monopolio del conocimiento se entendía como algo absolutamente normal y propio de determinadas elites encargadas de producirlo. La difusión de dicho conocimiento debía darse de modo restringido en lenguaje especializado, o ser sometido a un proceso de traducción y “rebajamiento” si se quería llegar a las masas.
Este esquema ya no es el mismo. La premisa del siglo XXI es el acceso libre a la información. El conocimiento migra de las elites a las masas, pues ahora todos pueden acceder fácil y rápidamente a millares de bits de información. Esto exige una revisión tanto de la educación como del oficio del académico.
Si estuviéramos en el mundo ideal, esta transformación sería la completa y total realización del sueño ilustrado. Con el conocimiento difundido a todos los rincones de la humanidad, tendríamos las herramientas necesarias para progresar social y humanamente. El libre acceso a la información promovería el desarrollo real del pensamiento. Pero en el mundo real las cosas no se han dado de ese modo. No hay libre acceso a la información aun cuando las herramientas existan y se han consolidado nuevas elites, ya no de conocimiento, sino del monopolio del acceso, uso y usufructo de estas herramientas.
Los famosos index en los que se mide y clasifica la calidad, pertinencia, seriedad y difusión de las revistas científicas es una muestra de ello. Guedón ha asemejado este fenómeno al de la afiliación a un club al cual sólo es posible pertenecer si cumples con unos requisitos de clase, fama y dinero que acreditan la conveniencia de la membresía (no para el individuo sino para el club, obviamente). En el caso del acceso a la publicación en determinadas revistas sucede lo mismo. No importa la calidad y excelencia real del trabajo que se presente. Importa si el autor del texto cumple con los requisitos de reconocimiento social que pone como requisito la revista. Ya sea por procedencia, lengua e incluso por el tema mismo (si está de moda o no), se mide si merece ser difundido dicho producto de conocimiento. De este modo se restringe y manipula el acceso a la información y, con ello, se reducen las posibilidades de que los medios de difusión masiva efectivamente estén poblados de verdadero conocimiento y no de información vacía.