Conducta oficial
Que la políticadecide con los mezquinos parámetros del corto plazo no es una novedad. Al menos no en estas últimas décadas en las que la dinámica de una democracia mal entendida y peor interpretada empuja a priorizar el escenario electoral más cercano sin que el futuro importe demasiado.
Sorprende cómo se empieza a naturalizar en la comunidad, a considerarse no solo habitual sino también normal, esta lógica canalla que parece atravesar a la política en todos sus estamentos y jurisdicciones. No se trata de un fenómeno exclusivo de los populismos, aunque justo es reconocer que en ellos esta actitud brutalmente inadecuada se exacerba, tomando potencia y mostrando su peor costado.
Los gobernantes comprenden muy bien lo que están haciendo, entienden cómo funciona el poder y las consecuencias que generan sus políticas en el mediano plazo. Saben que el dinero que están gastando hoy habrá que pagarlo cuando lleguen los vencimientos de sus deudas, esas que asumen ahora sabiendo que tendrán que cancelar otros gobiernos más adelante.
Conocen también el impacto de sus prácticas inflacionarias de emisión artificial de dinero. Son conscientes de que los que los sucedan en el poder tendrán que hacer un sacrificio enorme y serán "los malos de la película" cuando deban acomodar la caja, reducir gastos y eliminar el despilfarro.
La clase política, que muchas veces funciona como casta, no dice mucho al respecto porque cada uno de los integrantes de esa actividad, lo ha hecho en el pasado, tal vez en magnitudes menos relevantes, y es posible además que deba terminar recurriendo a mecanismos similares muy pronto.
La democracia moderna no ha encontrado aun resortes institucionales para protegerse de estas despreciables posturas tan frecuentes en la política contemporánea.
La sociedad debe hacer un gran esfuerzo y despertar. Parece no registrar los hechos. Es probable que se haya resignado pasivamente, y entienda que esa inmoralidad es parte esencial de las inalterables reglas de juego.
Está muy mal derrochar irresponsablemente los recursos de la gente, pero mucho peor es hacerlo conociendo las reales consecuencias de esa acción sin detenerse por la ausencia de escrúpulos.
La idea es evolucionar. Para eso no solo es preciso que los gobernantes cumplan su mandato y se vayan desprestigiados, sino que los que vengan, sepan que la sociedad está despertando y que algunas conductas serán inadmisibles. Es posiblemente el único modo de minimizar esa nefasta tradición y desterrar para siempre la miserable conducta oficial.
albertomedinamendez@gmail.com