ALBERTO MEDINA MÉNDEZ | El Nuevo Siglo
Sábado, 30 de Agosto de 2014

Su credo predilecto

 

La política como actividad profesional ha instalado una serie de creencias hasta convertirlas en verdades irrefutables. La mayoría de ellas apuntan a que la sociedad incorpore la idea de que los políticos son imprescindibles protagonistas, necesarios partícipes y vitales intérpretes en su función de intermediarios entre las dificultades y las soluciones.
El paradigma central de ese dogma preferido por los políticos, es aquel que sostiene que son los gobiernos los que deben "solucionar los problemas de la gente". Esta perspectiva, además de perversa y falaz, apuesta a la pereza ciudadana promoviendo la comodidad de ciudadanos que creen que todos sus padecimientos son responsabilidad de terceros.

La felicidad es un concepto subjetivo, individual, absolutamente personal, por el que cada ciudadano fija sus prioridades, gustos, preferencias y una escala de valores bajo la cual intenta alcanzar ese estándar sublime.

Resulta demagógico, pero al mismo tiempo muy simpático, sostener ese discurso que dice que la sociedad no es culpable de nada, que todo lo que le sucede es responsabilidad ajena y que la política se encargará de poner las cosas en su lugar para que de ese modo todos sean afortunados.

En realidad, los individuos deberían comprender que lograr ese progreso y felicidad depende de ellos mismos. Las personas prosperan, avanzan y consiguen ser felices, cuando gobiernan sus vidas y triunfan por sus propios méritos. Existen varias generaciones de ciudadanos que creen que los gobiernos deben proveerles trabajo, vivienda, alimentos, educación y salud, entre tantas otras necesidades. Están convencidos de que se trata de una obligación de los gobiernos.

Los políticos tendrían que poner sus energías en generar las condiciones para que sean los individuos los que puedan crear su propia felicidad a través de sus decisiones personales, asumiendo los riesgos derivados de cada determinación. La política debe dedicarse a que los individuos tengan reglas de juego claras, transparentes, estables, con incentivos bien definidos, para poder en ese marco buscar su propia felicidad, y no pretender reemplazar a los ciudadanos en esa labor.

Es prioritario cuestionar el discurso de los políticos, el verdadero rol de los gobiernos, y la función del Estado en todas sus formas y jurisdicciones. Definitivamente, son los individuos los que deben encontrar atajos frente a cada conflicto, en forma personal cuando ese sea el ámbito, o también organizándose socialmente cuando el objetivo amerite un trabajo coordinado en equipo. Pero es bueno empezar a destruir aquel confortable eslogan que afirma que son ellos los que deben solucionar los problemas de la gente. Lamentablemente esa visión es parte del discurso cotidiano y se ha constituido en el credo predilecto de los políticos.
albertomedinamendez@gmail.com