Los incondicionales
Existe un grupo de individuos que actúa en forma inorgánica, espontánea y hasta genuina. Se trata de los incondicionales. Son personajes que defienden todo lo que hace su circunstancial líder. Se pueden inmolar por él y no importa lo que diga o haga, ellos lo avalan con un cheque en blanco.
En estas latitudes, esa modalidad tiene mucho vínculo con el personalismo y es el presidencialismo como sistema político, el que mejor lo representa. Estos intransigentes sujetos no protegen un sistema de ideas. En realidad apoyan a un dirigente político, al que endiosan, atribuyéndole talentos sobrenaturales, condiciones inigualables, que poco tienen que ver con la indiscutible imperfección humana.
Es pertinente aclarar que no conforman la nómina de incondicionales los eternos hipócritas del sistema, esos que estando rentados “alquilan” su opinión favorable a cambio de una oportuna compensación económica.
La adulación sistemática, la alabanza indiscriminada, no es racional. Nadie es perfecto. Todos cometen errores. No existe excepción para esta regla universal, al menos cuando de la especie humana se trata. Defender a alguien sin admitir desaciertos es ir contra el más elemental sentido común.
Los incondicionales, no eran así. No respaldaban todo sin criterio. Solo elogiaban lo que consideraban correcto y alineado con su visión personal. Pero han mutado su actitud, exacerbando su estilo, con mucho de intolerancia, girando sin necesidad hacia el fundamentalismo, solo porque les molesta la crítica, esa que consideran injusta y desproporcionada. Desprecian al adversario y por eso marchan disciplinadamente detrás del mandamás, solo para denostar a sus tradicionales rivales. Creen que colaboran con el régimen combatiendo a los contrincantes naturales de su referente. Suponen estar haciendo un valioso aporte a la causa con ese combate intelectual, sin advertir cuanto se equivocan.
El ciudadano promedio es sensato. Puede ser engañado durante algún tiempo, pero no siempre. Las posiciones extremistas, esas que defienden lo que sea, son distinguidas con claridad por la gente moderada y menos apasionada. Solo terminan expulsando a quienes en realidad tienen coincidencias generales, pero logran comprender que no pueden acompañarlo todo, ciegamente y a cualquier costo.
El ocaso empieza en algún momento. La caída del régimen tiene escalones y su declinación se visualiza progresivamente. En esta etapa, la de la pendiente hacia abajo, el final de la historia no lo aceleran necesariamente los hechos políticos, sino justamente el accionar de quien lidera el proceso. Pero nada de eso podría albertomedinamendez@gmail.com
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