ALBERTO MEDINA MÉNDEZ | El Nuevo Siglo
Viernes, 21 de Febrero de 2014

Prolongar la agonía

 

Las  señales siguen confirmando el rumbo. El gobierno de Argentina se esmera en ganar tiempo y hacer de esta actitud, una política de fondo. Es su gran plan en marcha.

El oficialismo solo pretende concluir el actual mandato constitucional con el menor daño político posible. No le interesan, en lo mínimo, los padecimientos por los que la sociedad deba transitar, ni mucho menos aún, lograr los objetivos que recita en ese relato retorcido que ha fabricado con dedicación y que se ha convertido en su propio callejón sin salida. Mientras tanto intentará negociar las mejores condiciones de impunidad para la mayor cantidad de integrantes de su tropa partidaria, y si complementariamente puede producir un milagro político, pondrá empeño para promover al candidato más amigable para sucederlos luego de esta etapa nefasta signada por la degradación moral.

Ellos no harán absolutamente nada para resolver los problemas reales, las verdaderas cuestiones de fondo. No saben cómo, o simplemente no quieren hacerlo. No tienen el coraje necesario para enfrentar esa determinación, ni el valor político suficiente para hacerse cargo de las consecuencias esperables de lo que han engendrado durante años.

La oposición también necesita tiempo. Está desorientada y no tiene las soluciones a la mano, ni siquiera ha logrado construir un proyecto político capaz de enfrentar con dignidad al inmenso e inescrupuloso aparato estatal con el que cuenta el oficialismo para la próxima batalla electoral.

Lo paradójico de esta etapa es que muchos ciudadanos, demasiados tal vez, prefieren este desenlace lento que propone el oficialismo y le resulta incluso funcional a la oposición. Es probable que eso explique, en parte, la crueldad de este proceso político. Los "representantes del pueblo", después de todo, se parecen bastante a los representados. Dicho de otro modo, los votantes, los que seleccionan a los políticos de turno, no están dispuestos a asumir los errores como propios, ni tampoco los evidentes desaciertos electorales, ni mucho menos admitir que su mirada política errónea es la que explica, en buena medida, el presente. Nadie quiere un fuerte impacto, pero no menos cierto es que esta visión de posponer el trance sistemáticamente, solo aleja las soluciones reales y pone mayor distancia del anhelado desarrollo y progreso.

El futuro tiene preparado algo mejor. Pero esta es una decisión que se debe tomar con plena conciencia y resulta evidente que la ciudadanía no está lista para semejante esfuerzo. La dinámica de emparcharlo todo, solo postergará el final de esta brutal etapa que ha anestesiado a la gente, haciendo que la prosperidad deba esperar mansamente su turno. Irresponsabilidad de una sociedad que pretende que la realidad se acomode a sus deseos. Por ahora es indudable que existe consenso tácito para prolongar la agonía.