Sólo resta saber cómo y cuándo
Argentina recorre un sendero sin retorno. La farsa está llegando a su fin. Lo que hace meses se ponía en dudas, hoy ya es una realidad. Se vive una etapa de incertidumbre. Nadie tiene precisiones de cómo y cuándo ocurrirá el desenlace de este gran sainete que lleva muchos años.
Una vez más se ha demostrado que las tropelías y los dislates solo conducen hacia el desastre. En esta ocasión, el país, que fue siempre bendecido por su suerte y sus condiciones naturales privilegiadas, pudo sostener este engaño por un tiempo más prolongado que el razonable.
El "viento de cola", las circunstancias internacionales altamente favorables, determinados eventos sin méritos propios, hicieron que los planetas se alinearan mejorando las posibilidades de una nación que supo ser potencia, pero que se ha especializado en desperdiciar oportunidades. Lamentablemente, esta vez, no ha sido la excepción.
El derrumbe progresivo se hace cada vez más indisimulable. Las reservas del Banco Central en caída permanente, un cepo cambiario que muestra una debilidad absoluta, el inocultable deterioro institucional, el poder centralizado en pocas manos, las libertades que desaparecen una a una, una moneda devaluada, un prestigio internacional de gran fragilidad, una economía cerrada por una actitud de aislamiento, la inflación y su triste podio mundial, y la lista continua con innumerables cuestiones que demuestran el desgaste que evoluciona semana a semana sin detenerse.
Hasta hace poco, algunos ardides permitían dejar el abordaje de los temas de fondo y sus soluciones para más adelante. Esas medidas se han agotado. Como sucede con la medicación, ciertas formulas ya no generan el efecto deseado. La credibilidad del gobierno pasa por su peor momento y su legitimidad es cuestionada sin mostrar señales de recuperación.
Frente a ese escenario, el resultado es evidente. La discusión ya no pasa por lo que inexorablemente ocurrirá, sino más bien por estar a tiempo de elegir el cómo y el cuándo. El estado de situación actual permite, por ahora, cierta elección de caminos.
Lo esperable es que el gobierno se haga cargo de sus disparates e imprudencias y vuelva sobre sus pasos, dejando su orgullo político de lado y su fundamentalismo ideológico sobreactuado, aunque este tipo de actitudes de razonabilidad y madurez no son atributos habituales del oficialismo.
Es importante asumir responsabilidades. Las tienen los que gobiernan, pero también los que cumplen el rol de opositores. La gente que al votar, apoya políticas equivocadas porque cree en la magia de que todo es gratis y nadie paga la fiesta es tan responsable como los que decidieron dejar que todo suceda, cruzarse de brazos y hacerse los distraídos. Se trata de un final anunciado. Solo resta saber cómo y cuándo.