EL SEPTIMAZO
Homogéneos
Por estos días he estado recordando un incidente que vivió Mariana, mi hija mayor, siendo estudiante de bachillerato y miembro del Parlamento Juvenil, una iniciativa del Ministerio de Educación que busca fortalecer las competencias ciudadanas con programas en derechos humanos, convivencia y paz, democracia y participación, así como cultura de la legalidad, tanto en colegios públicos como privados, urbanos como rurales.
Cuando en representación del Liceo Francés Louis Pasteur de Bogotá se paró a hacer su intervención, fue abucheada, sólo por su procedencia escolar. Con la entereza de los 18 años les dijo esta frase lapidaria: “En nombre de la inclusión no se puede excluir a quienes nunca hemos sido excluidos; la inclusión no es convertirme a mí en una excluida sino a ustedes en no excluidos”.
Traigo esto a colación porque en aras del sueño colectivo de la paz y de un hipotético postconflicto para el cual no hemos desarmado los espíritus, nos hemos dado a la tarea de hacer un ranking de sufridos: víctimas de primer atril, los de la izquierda; víctimas de quinto atril, los de derecha, los policías y militares; voces de primera e incluidas, las de los que votaron por Santos; voces de segunda y excluidas, las de aquellos que no lo hicimos, o sea, la mitad de los colombianos.
Entonces me llega por azar un texto de Charles Taylor, un exégeta y filósofo canadiense quien en su Ética de la Autenticidad (1991)afirma que “en una sociedad donde cada uno recibe mensajes contradictorios sobre lo deseable para conseguir la felicidad (nuestra paz, anoto yo), el peligro no lo constituye el despotismo, sino la fragmentación; a saber, un pueblo cada vez más incapaz de proponerse objetivos comunes y llevarlos a cabo”.
Colombia es un país de dispersiones, de múltiples perspectivas y sobre todo, de percepciones encontradas, lo cual dificulta, a la luz de Taylor, “encontrar argumentos filosóficos compartidos por todos”. Pero como la democracia no es solo un conjunto de leyes, sino un proyecto de convivencia, nos tocará a todos emular el Parlamento Juvenil y aprender a desandar el camino o a transitarlo por el filito de los matices.
No basta con que la paz sea un sueño legítimo y colectivo si en su construcción no participamos quienes comulgamos con el modelo de paz de Uribe.
Santos tiene que entender que la nuestra es una sociedad donde no hay unanimidad ni política, ni cultural, ni religiosa.
No somos homogéneos.