ADRIANA LLANO RESTREPO | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Septiembre de 2014

Relativismo

 

Los profetas de la catástrofe creen que en cuestiones éticas ya tocamos fondo. Lamento decir que ojalá fuera así, porque entonces, tendríamos que buscar la salida. Nuestra situación es mucho peor: a placer gozamos de un relativismo moral que nos permite ser acomodaticios, complacientes y contemporizadores con conductas que van en contravía de principios fundamentales de la civilidad.

El relativismo en filosofía preconiza que todos los puntos de vista son igualmente válidos y que toda la verdad es relativa al individuo. Se ve bien. Pero la cosa se vuelve compleja cuando se extrapola a la ética porque entonces esta empieza a depender de cada situación y de cada sujeto.

Y hay unos mínimos éticos no negociables asumidos por las sociedades civilizadas como parte del contrato social. Algunos están en la ley mosaica; por ejemplo: no matar, no robar, no mentir. Otros, en nuestras leyes. Son verdades que hemos acogido como absolutas, más allá de credos religiosos y de costumbres culturales.

El relativismo nos hace dudar de la existencia del bien y del mal llevándonos a una tolerancia social frente a lo antiético. Depende de nuestro credo político si nos parece bien o mal que Andrés Felipe Arias eluda un fallo en su contra; o que Sandra Morelli salga de viaje un par de días antes de que la Fiscalía se pronuncie; o que haya nepotismo en el alto gobierno; o que Cepeda sea más víctima que Uribe, y así hasta el infinito, según el cristal con que se mire.

Richard D. Brandt, en su Teoría Ética, afirma que “el relativismo ético se puede interpretar, de un modo estricto, como si indicara que no existe distinción alguna entre lo que es justo y lo que es injusto”.

Es el cómodo todo vale, que pone en calzas prietas incluso al sistema judicial, que cada vez tiene mayores dificultades para castigar a los criminales, porque sus fallos son discutidos con la frivolidad que da la laxitud ética.

Mientras en un eterno déjà vu se contemporiza con delitos varios, recuerdo un famoso trabalenguas: “Yo tenía una gata ética, pelética, peluda, que tenía tres gatos éticos, peléticos, peludos. Si la gata no fuese ética, pelética, peluda, los gatitos no fuesen éticos, peléticos, peludos con rabo lanudo”.

Como decía Álvaro H. Caicedo, quien fuera director del diario Occidente, en Cali, donde me hice periodista: “la única moral que va quedando en este país, es la de la mata de mora”.