ADRIANA LLANO RESTREPO | El Nuevo Siglo
Viernes, 13 de Junio de 2014

EL SEPTIMAZO

Niebla

“YA  nadie sabe ser feliz a costa del despojo/ (…) / en la academia militar se enseña medicina / los banqueros ahora dan viviendas y comida / Ya nadie sabe ser feliz a costa del despojo / gracias a ti y a tus ojos. / (…) hoy las gallinas mugen y las vacas cacarean / (…) la escasez de comida se vuelve deliciosa / porque tenemos la barriga llena de mariposas”, canta en la radio Calle 13 y tengo conciencia de que en la vida hay palabras esenciales, como amor; contundentes, como soledad; y desgastadas, como paz, convertida en entelequia gracias a Santos.

Yo que fui jipi, creo como nadie en la paz; pero como filósofa, me temo que la paz de Santos es mera suma de fonemas, es decir, sonidos, que varían según quien los escuche: un eco sin huella. No tenemos paz, porque la paz en Colombia se escribe con nombre propio.

De la paz de Belisario Betancur, recuerdo los muchos minutos de silencio y las palomas de la paz pintadas en plazas, parques, cuerpos, calles y paredes. En esa paz creímos muchos, pero mostró su fragilidad en 1985, con la toma del Palacio de Justicia.

La paz de Barco permitió la desmovilización del M19; la paz de César Gaviria se concretó en nuestra Constitución de 1991 cuyo sustrato filosófico terminó desdibujado, a punta de reformas.

La paz de Pastrana fue generosa; practicó la confianza, le dio estatura de interlocutor válido al enemigo y, al final, produjo tristeza colectiva porque la guerrilla fue inferior al reto histórico de El Caguán.

La paz de Uribe fue exaltación de la guerra, porque así lo quisimos. De esa paz hizo parte Santos, como Ministro de Defensa. Y a esa paz a veces se le fue la mano, como con los “falsos positivos”.

Como país no tenemos un concepto de paz común, que no es negación de las acepciones diversas, sino asunción de las ajenas; de todos los significados, me gusta la concordia, porque no arrasa con el otro, porque no es ingenua, porque no es la kantiana paz perpetua ni la bíblica paz de los sepulcros y allana el camino hacia el fin de la inequidad.

Porque no quisiera tener que recitar dentro de cuatro años este desgarrador verso del poeta húngaro Mihály Babits: “(…) delante de nosotros, la niebla; detrás, la niebla; y debajo, un país hundido”, conscientemente votaré por la paz de Zuluaga.