EL SEPTIMAZO
Chirles
¡TAN! ¡Tan! ¡Tan!, canta el martillo de don Aristides, el “maestro de obra” que repara daños en mi casa. ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!, responde el cincel e interrumpe esta lectura anodina de la prensa de hoy, igual a la de ayer, como si el país se hubiese detenido en el tiempo, pero es peor, porque más allá del papel las cosas sí son siempre las mismas y los personajes también.
Una repetición al infinito que no para ni por sustracción de materia, porque incluso cuando se muere el protagonista quedan herederos a diestra y siniestra recordándonos que el titular les pertenece. A todos les pagamos con creces como en un “gota a gota” de barrio o de pueblo; es la usura moral. Sin haber hecho nada salimos a deberle a tanto compatriota que nos cobra a cuotas y a quienes no les basta ministerio, departamento administrativo, entidad descentralizada, curul en el Congreso, solio de Bolívar. Unos son víctimas perpetuas, como Cepeda, y otros creen tener derecho divino, como Santos.
¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!, corea la broca y don Aristides le dice a su ayudante esto está muy chirle, mientras yo no paro de pensar en si hay algo que nos defina como nación, o sea, como pueblo y no encuentro nada, ni virtud teologal -carecemos de fe, esperanza y caridad- ni virtud ética, tan flojitos que somos.
¿Chirle? Le pregunto a don Aristides y me contesta: sí, falto de consistencia, blanduzco. ¡Ah! Se refiere a la argamasa que su pupilo ha preparado para tapar un boquete en la pared. Entonces este filósofo del bricolaje me revela lo que busco.
¡Chirles! Eso es lo que somos. Insustanciales, inconsistentes y blanditos. No de otra manera se explica uno que mientras protestan los campesinos que hacen posible que haya pan en nuestras mesas y vegetales en Carulla, nos movilicemos masivamente no para apoyar el paro agrario o el camionero, sino para empelotarnos en la foto de Spencer Tunik.
Somos tan chirles que ahora el Bronx es de todos. Como está lejos del centro en el que orbitamos, allá ellos. Y que invadan los barrios aledaños mientras no se les ocurra cruzar las fronteras invisibles que todos trazamos. Tan chirles somos que la modita de turno es subir a Facebook una fotico cerca que me muestre un tris rudo, pero no expuesto, ni más faltaba.
Chirles, tan chirles, que dejamos nuestra conciencia moral en manos de otros mientras creemos que Mockus es nuestro Pepe Grillo.