EL SEPTIMAZO
Bibliofilia
“Por Adriana Llano Restrepo
ENTRE mis más antiguos recuerdos de infancia está un diálogo absurdo con mi abuelo materno, José Miguel Restrepo, un médico nacido en Carolina del Príncipe y especializado en París; cuando le dijeron que yo ya sabía leer, sacó de entre sus estantes una copia del Tratado de Aulo Cornelio Celso, escrito en latín, y me lo dio, con el imperativo lee, mientras yo recitaba morfemas y lexemas sin sentido.
En esa casa remota donde los libros se explayaban por cuanta superficie había -repisas, mesa de bridge, nocheros, máquina de tejer, escritorios, sillas y asientos- mundos insospechados que saltaban de entre las páginas me dieron consuelo y me convirtieron en una bibliófila.
Con los años otras pasiones se fueron decantando; sobrevivieron el gusto por caminar, copiado del libro El Caminante, de Hermann Hesse, y la dicha de leer, adquirida junto a mis tíos maternos: Socorro Inés, hoy presidenta de la Academia de Historia de Antioquia, y Juan Guillermo, un historiador tan bibliófilo que llegó a tener la más hermosa, completa y contundente biblioteca que sobre El Libertador uno pueda imaginar.
La rosa profunda y El oro de los tigres, de Borges, leídos con mi papá en una noche triste de año nuevo mientras nuestra familia se disolvía, me mostraron que los libros podían ser el mejor antídoto para la soledad. Desde entonces mis amantes más fieles han sido los libros.
Siendo estudiante me crucé en el camino con el bibliófilo por antonomasia,Rafael Vega Bustamente, quien me fiaba libros en la Continental de Medellín. En su librería aprendí que había libros buenos -por lo que tenían dentro-, libros baratos -de Bedout y de Porrúa-, libros bellos -del Fondo de Cultura Económica- y libros superlativos, o sea, buenos y bellos, como los de Villegas Editores.
He conocido bibliófilos muy especiales, como Lina Moreno de Uribe, que acariciaba los libros con ternura y al oler el aroma del papel ya sabía quién lo había editado; o mi hija mayor, que de bebé se comió todas las mariposas amarillas de Los cuentos de mi abuelo el coronel, una antología para niños publicada en los 80 por Cartón de Colombia. Y entre todos, el más filantrópico es Benjamín Villegas, quien acaba de donarle a la Biblioteca Nacional 59.291 libros para que “estén al alcance de jóvenes y adultos colombianos de todos los estratos y no solamente de la gente pudiente que puede comprarlos”.
Esta donación, por $3.737´900.500 convierte a Benjamín en el bibliófilo mayor.