Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Febrero de 2016

EL SEPTIMAZO

Convivencia

“El país necesita un cambio cultural y ontológico”

Pienso en tantas cosas mientras veo que se cierne sobre nosotros una fecha, una sola, el 23M y siento –todo sentir es subjetivo- que no estamos preparados, quizás sí como país, pero no al menos como Nación, es decir, como comunidad.

 

 No habrá mandato, ni decreto, ni acuerdo en La Habana que nos prepare para aceptar a la gente de las Farc como legítimos otros en la convivencia, a la manera del biólogo y sociólogo chileno Humberto Maturana en su obra Emociones y Lenguaje en Educación y Política.

 

 En mi colegio de Cali, la Presentación de El Aguacatal, había una clase denominada convivencia que me mostró a temprana edad la importancia de la colaboración, el respeto mutuo, la aceptación del otro y la dicha de compartir. Desde chiquitas sabíamos que los niños de las vecinas minas de caliza tenían la misma dignidad nuestra, así carecieran de lo que a nosotras nos sobraba.

 

Pienso en la convivencia mientras se traslapan hechos aparentemente disímiles, que invalidan la legitimidad del otro. Es la nuestra una sociedad agresiva, competitiva, compulsiva y consumista. Tememos al otro porque es nuestro reflejo y también porque creemos que nos quitará lo que presuntamente nos merecemos.

 

Un snapchat me muestra sin filtros la vida real de los muchachos de esa demagogia gubernamental denominada Ser Pilo Paga: rechazados- “es que se reproducen como conejos”-, aislados en el campus, conforman guetos de becados: “es que no encajan”.

 

Una periodista pobretea y ningunea al mejor estilo de quien odia su imagen en el espejo, a una meritoria profesional de Univalle que hará doctorado en Harvard y vuelve noticia el que sea negra e hija de obreros, algo tan común en este país de pobres y mestizos, pero su crónica lejos de elevar a la autora a estratos soñados, permite que el lenguaje la delate, como diría Wittgenstein.

 

La encarnizada con el Defensor enamoradizo porque es poblano, cetrino, bajito, chato, como si aquí hubiese muchos caucásicos; la envidia frente a James porque vive donde se le da la gana ahora que tiene con qué; o la exaltación de personajes de la vida económica nacional con el epíteto indulgente de “hecho a pulso”, como si en Colombia existieran ricos de siempre.

 

Humberto Maturana asegura que “cada vez que creamos un espacio de convivencia, puede surgir algo nuevo”, que es lo que precisa Colombia: un profundo cambio cultural y ontológico.

 

Necesitamos una trama social renovada, para que el país no se desmorone del todo.