Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Octubre de 2015

EL SEPTIMAZO

Contrafactual

Creo  que a Colombia le haría bien ser un poco contrafactual en vez de plegarse a la contundencia de las cosas mismas. Pero para ser contrafactuales se necesita imaginación, pensar en hipótesis y adelantarse a ellas, salirse de lo demostrable y adentrarse en lo probable o lo improbable. Botar corriente con método, decíamos en mi clase en la Universidad Pontificia Bolivariana cuando nos preguntaban para qué servía la Filosofía.

En lógica se denomina contrafactual a toda situación que no ha acontecido en el universo actualmente observable, pero que podría haber ocurrido. Hace parte de un mundo posible. Como el “if” del inglés, que es un si condicional: “si en vez de esto hubiese hecho aquello”. Lo contrafactual está en contravía de la fenomenología que entiende las cosas tal y como se muestran, tal y como se ofrecen a la conciencia. Es, pues, imaginar o construir alternativas a los hechos y a los acontecimientos.

Debimos haber sido contrafactuales desde los días de la fallida paz de Belisario Betancur; un poco quizás para que con tiempo nos hubiésemos preparado para esa cosa que se llama posconflicto y que más que un estatus del país será una revolución ontológica de la nación.

Pero para ser contrafactuales ayuda moverse en las vituperadas humanidades, esas que no califican para el país de la guerra cuyo énfasis está en las habilidades técnicas y productivas, vía SENA, y en las ciencias, la tecnología y la innovación, ruta Colciencias, pero no en aquello que en Sin fines de lucro, Marta C. Nussbaum, filósofa norteamericana, profesora de Ética en la Escuela de Leyes de la Universidad de Chicago, anuncia como necesarias para la construcción de democracia: las ciencias sociales y las humanidades.

Ocupados como estamos en la oferta y la demanda, en los resultados y los indicadores, no nos queda tiempo para motivar a la generación del posconflicto a ser contrafactuales. Pero es que para serlo, para “cepillar a contrapelo” la realidad (Walter Benjamin), se necesita sabernos miembros de una gran comunidad no del bando de vencedores o vencidos; empatía para asumir al victimario como “un legítimo otro en la convivencia” (Humberto Maturana), un poco del socrático “conócete a ti mismo” para ser autocríticos; la creatividad de un artista para imaginar otra realidad; y sobre todo, compasión cristiana para sentir con el otro.

Como el sistema educativo no ayuda, propiciemos la mirada contrafactual para que los hijos del posconflicto sean críticos y creativos, y puedan convivir en democracia.