Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Septiembre de 2015

EL SEPTIMAZO

Armonía

Uribe  en sus ochos años de omnipresencia nos legó la polarización; Santos en sus cinco de ubicuidad, la armonía; pero no nos hagamos ilusiones, que lo primero no es tan malo como se cree en esta séptima vertebral, ni lo segundo es la escalera para llegar al cielo.

Con plastilina: polarización es la capacidad de polarizar; y en el siempre a mano Diccionario de la lengua española, la tercera acepción es “orientar en dos direcciones contrapuestas”; en cuanto a la armonía, me gusta también el tercer significado: “conveniente proporción y correspondencia de unas cosas con otras”.

Por obra y gracia de la polarización de Uribe, aprendimos a ser dialógicos y argumentativos para defender de manera visceral y apasionada nuestra postura frente a su mandato. Y aunque no domináramos la técnica de la discusión, no le temíamos; comenzamos a tener opiniones propias, divergentes y la política, a la manera de Platón, se volvió cotidiana. Tensión entre dos puntos. Eso es polarizar.

Con Santos llegó la armonía porque él, con sus buenas maneras y su talante de dar gusto a unos y otros, borró la posibilidad de discordancia. Pero, tal como afirma el suizo Fritz Zorn en su desgarradora y única obra Bajo el signo de marte, “(…) la armonía total se encuentra en el dominio de lo imposible, porque no puede haber luz más que allí donde también hay sombra”. La armonía no permite la discusión y sus resultados se vuelven catastróficos, ya que anula el pensamiento y conduce al unanimismo.

Con Uribe la polarización se entronizó en la relación entre gobernante y gobernado. Antes de él hubo relaciones subjetivas frente a algunos presidentes, como el repudio sin ambages para Samper, la pena ajena que nos hizo sentir Belisario cuando la toma y retoma del Palacio de Justicia, o el asco ante Gaviria por su laxitud catedralicia. Pero la polarización afectiva solo fue un sentimiento frente a Uribe,  comportado como un páter familias a quien unos odiaron con la misma fuerza de los que aún lo aman y lo mantienen con el 57% de favorabilidad, muy por encima de Santos con un triste 30% de afecto colectivo a su gestión, de acuerdo con la encuesta Gallup Pol de agosto.

Para Santos, parafraseando a Hamlet, de Shakespeare, la cuestión de cada día ha sido “ser armonioso o no ser”. Por eso con él todo es aparencial, armonioso, mientras con Uribe, las cosas, polarizadas, eran de carne y hueso, reales y concretas.