EL SEPTIMAZO
Spleen
No es melancolía como dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, ni la hipocondría de Baudelaire y otros románticos, ni el tedium vitae a la manera de Oscar Wilde quien en su poema homónimo con razón cantara “mejor el más modesto techo/ para abrigar al peón más abatido/ que volver a esa cueva oscura de guerras…”.
No es nostalgia, ni abulia, ni agotamiento, ni acedia -aunque estos tiempos lucen endemoniados- me digo mientras busco alguna palabra terrígena en una cartilla de clase del etnolingüista Juan Manuel Serna Urrea, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, quien ha rescatado múltiples voces de varias de las más de 80 etnias indígenas de Colombia.
Es puro spleen lo que padece Colombia. Un estado más allá de la desesperanza, rayano en el desencanto, surgido en el vórtice de acontecimientos a los que asistimos o los que padecemos, como si la cosa no fuese con nosotros, como si todo le pasara al otro, al vecino, al de más allá.
En inglés to vent one's spleen significa expresar su ira, como lo hacemos aquí, en días de furia en Transmilenio o en los campos petroleros. En alemán, spleen sirve para calificar a alguien que se irrita con frecuencia, como los biliosos de la antigua Grecia o los energúmenos del Congreso. Y para los románticos del siglo XIX, spleen era desolación generalizada, una tristeza más contagiosa que el sarampión; para nosotros, colombianos del siglo XXI, quizás sea una inercia comparable al “deje así” del filósofo de La Pelota de Letras, Andrés López.
En este país una cosa sucede a otra, sin respiro. Se corrompe la sal, se desbordan las aguas, para los uribistas se emiten circulares rojas y azules y para los terroristas inmunidades, castigan el disenso con Embajada, a las Fuerzas Armadas le chantan un relacionista de Ministro, un obispo venido a menos se torna procaz y no pasa nada.
Para sacudirnos el spleen necesitamos pensar; pero este es un verbo que requiere paciencia, meditación, calma y digestión. Pero no hay tiempo. Siempre estamos a la espera del nuevo cataclismo, real o figurado, individual o colectivo, en una vértigo sin fin.
Pero si no hacemos algo entre todos o de uno en uno quizás nos toque huir a todos no sin antes parafrasear al refundido Baudelaire en El Spleen de París: "¡No importa dónde! ¡No importa dónde! ¡Con tal de que sea lejos de este mundo!".