Ya está a las puertas de nuestra católica Colombia el Vicario de Jesucristo en la tierra, el Papa Francisco, con su estilo de padre de la cristiandad que lo ha distinguido desde que el Colegio de Cardenales, lo escogió para tan sagrada misión (13-03-13). No viene él a arreglar las dificultades y enfrentamientos entre los ciudadanos de este país de mayoría de hijos de la Iglesia Católica, pero sí a recordar las enseñanzas de quien evocamos con fervor religioso en nuestro Himno Nacional, pueblo que “comprende las palabras del que murió en la cruz”.
Ante el factor negativo de la guerra, que hemos tenido en nuestra Nación desde la fiera lucha entre conquistadores y nativos, entre criollos y españoles, y, con pocas épocas de paz como República independiente, se ha enarbolado, siempre, el mensaje de Jesús, “Príncipe de la Paz”. El no ofrece una paz de conformismo ni de permisivismo ante el mal, ni ante atropellos a la dignidad humana, ni ante situaciones de conculcación de la voluntad de los pueblos, sino una paz verdadera cimentada en la verdad, en la justicia, en el respeto a la vida humana desde el vientre materno hasta la muerte natural. Esta paz es la que pregona Jesucristo, conquistada no con violencia sino con la espada de la entereza y de la dignidad (Mt. 10,34). Esa verdadera paz, que es anhelada por la inmensa mayoría de los colombiano, es liberadora de la corrupción y de la exaltación del crimen cometido, no puede cimentarse con leyes contrarias a la naturaleza como las que abren puertas al aborto, al suicidio asistido, a la degradación de la familia al aceptar, como si lo fueran las parejas de homosexuales.
Esa paz, por lo alto, basada en el respeto a la ley natural, en el respeto a los derechos de los demás, con rechazo de todo soborno y corrupción, en el empeño constante de hacer desinteresadamente el bien, en el arrepentimiento real de todos los delitos y firme propósito de no tornar a ellos, es la que todos hemos de construir con empeño colectivo, fundamentado en el Evangelio de Cristo. A ello será a cuanto la voz del Santo Padre nos invitará, la que hemos de acatar si queremos que su visita sea fructuosa. Un encauzamiento colectivo por esta senda segura será algo de gran bien para Colombia, por encima de parcializada recomendación que hiciera a uno u otro de los bandos en que la falta de apertura de acuerdos verdaderamente nacionales nos tiene tan fuertemente divididos.
Antes a la venida del Papa Francisco, tenemos como voz de la Iglesia, que él ratificará, lo expresado en el Concilio Vaticano II, en la Constitución “Alegría y Esperanza”: “La paz, no es mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerza adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que, con toda exactitud y propiedad se la llama “obra de la justicia”, según Is. 32,7 (n.78).Qué directo va este llamado de la Madre Iglesia a buscar sendas de paz no impuestas sino fruto de dialogo nacional.
Tenemos numerosos ejemplos de ciudadanos meritorios y organizaciones cívicas y sociales inspiradas en el mensaje social cristiano y en respeto a normas superiores que han hecho grande bien en esta amada Colombia. Ese mensaje de inmenso valor, emanado del Evangelio, y esos testimonios alentadores en diversos aspectos, que destacará el Papa Francisco, estamos llamados a acogerlos en nuestro vivir ciudadano como tabla de salvación de esta sufrida patria. Como fruto de la oración para que abramos mente y corazón a la voz del Papa, y en emulación hacer triunfar los propios ideales pero sin fomentar odio hacia quienes, piensan distinto, con apertura a trabajar aunadamente por el bien de la Nación, esto hará fructuosa la visita de quien como Vicario de Jesucristo y Padre bondadoso viene a nosotros.
*Obispo Emérito de Garzón