Por Gabriel Melo Guevara
Especial para EL NUEVO SIGLO
¿Qué somos en la etapa de las relaciones con Estados Unidos que comienza con la vigencia del Tratado de Libre Comercio?
- Socios. Buenos socios.
El Tratado abre una fase nueva, con impactos sobre nuestro sistema democrático, la calidad y rapidez de nuestro desarrollo económico y social, el comercio sin barreras arancelarias, las reglamentaciones proteccionistas y las instituciones montadas para aplicarlas.
El interés nacional
Si un país es nuestro principal socio comercial, nuestro mayor proveedor de fondos de ayuda, el más importante destino de los estudiantes que quieren educarse en el exterior, no tiene disputas territoriales con nosotros y, además, compartimos con él las bases de una concepción democrática del Estado, debe ser fácil mantener buenas relaciones bilaterales. Es lo natural.
Muchos politólogos pragmáticos afirman que los países no tienen amistades sino intereses y que éstos guían su política internacional. Sin entrar a discutir esa afirmación, resulta que, en el presente caso, nuestro interés nacional también aconseja la cooperación y buen entendimiento. Más aún si hace pocos días entró a regir un Tratado que profundizará los intercambios, propiciará las inversiones y removerá hasta el fondo nuestra estructura económica.
Impacto económico
Se supone que puede haber un comercio abundante entre dos naciones sin que incida en la organización del Estado y en sus concepciones y prácticas políticas. Se supone, pero en el mundo de hoy no es así.
La intensificación comercial y la prestación de servicios influyen, tarde o temprano, en la política doméstica, y los vínculos personales que se generan crean unas nuevas condiciones para las relaciones de los Estados involucrados. Si hay alguna duda, basta mirar lo sucedido con la exportación de fuerza laboral mexicana a los Estados Unidos, la de muy diversos países a las naciones europeas o, para no ir más lejos, la de Colombia a Venezuela.
No es solo cuestión de ajustar políticas migratorias, levantar muros disuasivos o repartir ciudadanías y constituir un nuevo bloque de electores. Lo que inicialmente se miró como una exportación o importación de servicios personales, se convirtió en un tema trascendental de política interna, con posturas intransigentes y remezones en la administración pública. Veamos no más lo que ocurre con la legislación de Arizona y el voto hispano en Estados Unidos, o con la creciente xenofobia europea.
Las mayores importaciones y exportaciones afectarán la producción y la competencia locales, propiciando la formación de grupos de interés para evitar perjuicios, lograr beneficios e influir en las decisiones de autoridades y legisladores. Inmediatamente sobrevendrá un reacomodamiento de las preferencias electorales y, por supuesto, de los voceros que llegarán a los cargos electivos en hombros de los sectores de opinión remodelados.
Los primeros riesgos
Por lo pronto, resucitó entre los economistas la vieja controversia entre el proteccionismo y los partidarios del libre cambio. Y preparémonos para la lluvia de críticas que caerá cuando se cuantifiquen los primeros resultados. Será una prueba más difícil de superar que la oposición al TLC por parte de algunos sindicatos norteamericanos.
Es imposible precisar qué tan largo será esa especie de período de prueba o qué tan fuertes se oirán los alaridos de los sectores emproblemados. Solo podemos confiar en que las autoridades resistan las borrascas iniciales, y esperar que, después de la tempestad, venga una calma alimentada por la bondad del nuevo esquema.
Ojalá que, en el caso colombiano, las reformas reglamentarias que son indispensables para aprovechar las ventajas de la apertura, no se demoren tanto como para que los activistas antinorteamericanos recluten a los golpeados por el ajuste y a los inconformes con los desarrollos de los primeros días.
Un largo pulso
Por lo pronto, ya se vio hasta dónde puede llegar el pulso entre los amigos de estos tratados y los trabajadores de industrias que se consideran lesionadas con el solo anuncio de un intercambio sin interferencias arancelarias. La discusión del texto en sí fue relativamente breve, pero las maniobras dilatorias congelaron la ratificación del acuerdo durante años que nos parecieron eternos y cuando, al fin, la Casa Blanca decidió someterlo a la consideración del Congreso, lo embarbascaron en comités y plenarias.
Mientras el Tratado hacía su lentísimo recorrido de Pennsilvania Avenue al Capitolio, los impacientes funcionarios oficiales y los directores gremiales estaban al borde de un ataque de nervios, los sindicatos repetían sus embestidas y los grupos de izquierda volaban a Washington para desacreditar el convenio. Y, aunque parezca increíble, alguna audiencia encontraron. Escasa, por fortuna.
Tiempo perdido
Como ocurre siempre, con la costumbre de dejarlo todo para última hora se perdió mucho tiempo en lamentos y quejas por la tardanza, en cambio de aprovecharlo preparando al país para los desafíos que plantea la apertura del mercado más grande del mundo.
Los meses volaron y las tareas claves siguieron pendientes. Ni siquiera se completaron las reformas en una tramitología que resulta más costosa que los derrumbes, porque los buldóceres terminan despejando las vías bloqueadas, pero no tenemos su equivalente institucional, capaz de abrir camino entre los cerros de papeles que encarecen el transporte más que los deslizamientos de carreteras.
Muchos de los reajustes reglamentarios llegarán tarde y, entonces, serán ostensibles los costos económicos, políticos y sociales de lo que se dejó de hacer oportunamente.
Cambios estructurales
La distribución de los asentamientos industriales, la reorientación de vías y el mejoramiento de los puertos, cambiará la densidad de población y la localización de las concentraciones urbanas, enfrentándonos a un nuevo mapa demográfico.
Las corrientes migratorias internas no fluirán en la misma dirección de las últimas décadas y con ellas vendrán las modificaciones del panorama político y cambiará la influencia de las regiones en el proceso electoral.
El balance urbano y rural tampoco será el mismo.
No todo depende de la economía, pero ésta sí será determinante en el futuro perfil político del país. Y con la intensificación del comercio orientado hacia el norte, vendrán relaciones diferentes entre los sectores comprometidos en el intercambio que, ineludiblemente, agregarán factores adicionales a nuestra política internacional. Cada día habrá que contar más con los intereses crecientes de los trabajadores de casco, herramienta en mano, computador al frente y líneas de montaje en marcha continua, y con las aspiraciones de un clase media altamente capacitada, en contacto cercano con sus equivalentes del otro país.
Cambios micro y macro
Las consecuencias macroeconómicas y microeconómicas del TLC vendrán acompañadas de reacondicionamientos muy rápidos en la macropolítica y la micropolítica del país.
El imán de la economía norteamericana dejará sentir su fuerza en mayor grado a medida que las barreras del comercio se desintegren. La política internacional colombiana deberá ser consciente de las fuerzas nuevas y fijar, sin dilaciones, unas líneas de acción para moverse en el escenario sobreviniente. No podrá seguir con los mismos haciendo las mismas como si todo siguiera lo mismo.
Los viejos esquemas tendrán importancia como antecedentes que dejan lecciones muy útiles, pero quedarán desbordados por los rápidos desarrollos que precipita el Tratado.
La globalización le hizo un by-pass a doctrinas como la formulada por el presidente Monroe. A nadie se le ocurriría insistir en la vigencia de los conceptos que inspiraron el “destino manifiesto”, arrinconado como una nota al margen en los textos de historia. Y, por supuesto, la crudeza de “hablar suavemente pero llevar un gran garrote” está fuera de lugar en estos tiempos.
El comportamiento del “buen vecino” tendrá sentido siempre. Pero ahora somos más que eso.
Nos convertimos en vecinos que a todas horas compran y venden bienes y servicios. Y la vecindad no es una concepción romántica, para regalarse tortas caseras y sonreír al cruzar la calle, sino un elemento positivo para desarrollar operaciones comerciales abiertas, con intereses económicos definidos, que cada cual defiende con firmeza pero siempre con lealtad, porque es un vecino bueno.
Los planes de ayuda y colaboración, como la Alianza para el Progreso, evolucionan de modo similar. Las partes no son solamente dadoras o receptoras, sino verdaderas aliadas que ahora, además, negocian intensamente.
Por nuestra parte, los recelos de años anteriores y los resquemores por episodios poco gratos están sepultados por la historia. Pero el respice polum de don Marco Fidel Suárez no podrá reducirse a la concepción simplista de mirar al norte, que algunos pretendieron atribuirle. No podemos estancarnos como buenos vecinos dedicados a mirar hacia el polo, o como aliados estáticos en la misma posición. Si algo caracteriza la nueva situación es su dinámica.
Objetivos claros y coherencia
Por supuesto, los principios rectores de nuestras relaciones internacionales tienen que ser coherentes. Nada peor que una esquizofrenia entre la economía enmarcada en el Tratado y la política suelta al vaivén de los vientos que, de cuando en cuando, barren el centro y sur del continente. Ya experimentamos con varios modelos de integración poco exitosos que nos costaron distracciones y retrasos. Las mejores intenciones no fueron suficientes para evitar que el Grupo Andino, la ALALC y la ALADI fracasaran, o se redujeran a las mínimas proporciones, que en definitiva es lo mismo pero dicho más piadosamente. El Grupo de los Tres quedó en dos ante el retiro venezolano.
A pesar de la buena voluntad que se les puso, los intentos de integración se hundieron entre la volatilidad de la política, el traslado de los ideologismos al campo comercial, las incomprensiones domésticas y el escepticismo de la opinión pública de los países participantes en cada ensayo.
Ahora debemos proceder con entereza y lucidez ante las arremetidas del Socialismo del Siglo XXI y su combinación de todas las formas de lucha. Es el ventarrón de estos días, que entrelaza sus doctrinas políticas con el comportamiento económico y petroliza la ideología, mientras Cuba juega otra vez en las relaciones continentales, repitiendo una experiencia que tiene para nosotros unos recuerdos amargos.
Un alto costo
Cuando se puso en marcha la Alianza para el Progreso, al comenzar la década de 1960, Colombia acogió la iniciativa con entusiasmo. Algunos, emocionados, dijeron que seríamos la vitrina de la alianza y eso bastó para que otros decidieran romperla, fomentando unos grupos guerrilleros que aún no acaban de extinguirse. Nos cobraron no solo ese entusiasmo, sino el papel definitivo que desempeñó el país en la conferencia de Punta del Este, donde se excluyó a Cuba del sistema interamericano. Y bien caro que ha sido ese cobro, pues la amenaza de convertir la cordillera de los Andes en la Sierra Maestra de la revolución suramericana comenzó por las montañas colombianas, donde sigue enquistada.
La resurrección cubana, aunque sea como una pieza menor en la política continental, desplegó a sus amigos en una batalla institucional para reinstalarla en el centro del escenario. El objetivo inmediato es desmantelar el sistema interamericano liquidando la OEA, para lo cual se crean organismos paralelos con ingredientes económicos y políticos en donde se excluye a Estados Unidos y Canadá. La ALBA, Unasur, CELAC son la avanzada de la conquista de Centro y Suramérica, que pretende enfrentar el sur del Río Grande a la América del Norte. Y sería imperdonable que nos dejáramos envolver por una oleada cuyas razones no compartimos y cuyas consecuencias son contrarias a nuestros intereses.
Patrimonio institucional
Hay que buscar, sin vacilaciones de ninguna especie, la consolidación de nuestro sistema democrático y proceder en consecuencia en el campo internacional, para que quienes ahora se presentan como nuevos mejores amigos no nos desvíen hacia objetivos políticos contrarios a lo que somos, buscamos y queremos. Para eso sirve la diplomacia, para tratar con quienes no estamos de acuerdo, para convivir pacíficamente, sin que se nos impongan complicidades exóticas ni compromisos que ni deseamos ni nos conviene asumir.
La creación de un sistema jurídico propio del Continente y la formalización de los organismos asociativos de esta parte del mundo, nos exigieron sacrificios desde un comienzo y a lo largo de su etapa de consolidación. Hoy, ese derecho internacional propio y sus organismos constituyen un patrimonio que no podemos dilapidar, para correr aventuras con quienes nos proponen jugar el papel de idiotas útiles o de cándidos compañeros de viaje. Cuando debemos concentrar esfuerzos en el buen manejo de la nueva economía y de sus consecuencias sociales y políticas, no sería sensato desperdiciarlos destruyendo lo que contribuimos a institucionalizar.
Buenos socios
Lo cual nos obliga a replantear la pregunta sobre nuestra posición en este futuro que ya comenzó con el arranque el TLC.
No somos, ni de lejos, antagonistas de Estados Unidos.
Buenos vecinos sí, y continuamos siéndolo.
Aliados también, en la mayoría de las causas.
Amigos, por supuesto.
Con el Tratado de Libre Comercio iniciamos una nueva etapa: la de socios. Francos y colaboradores, con propósitos compartidos, con reglas de juego para el intercambio, abiertos y sinceros, capaces de solucionar las diferencias y superar las dificultades, listos a ayudarnos cuando sea necesario. Socios cercanos que se tratan con independencia y respeto.