CON PLAZA llena, los tres sobrevivientes políticos de las primarias presidenciales en Estados Unidos vuelven a la arena, esta vez en California. El martes, el atractivo de esta nueva “corrida electoral” está en el bando demócrata, donde una impaciente Hillary Clinton intentará dar la estocada final a las aspiraciones de su rival, Bernie Sanders.
El tercero en el ruedo será el republicano Donald Trump quien con el traje de la investidura asegurado desempeñará un doble rol, el de participante y espectador. Despreocupado por estar casi vestido de luces, el multimillonario concentra sus esfuerzos en convencer a los escépticos para unir su partido, misión que ha comenzado a dar frutos. De esta forma, el emblemático presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, quien días atrás dijo “no estar listo” para apoyar al virtual candidato, cerró filas tras él esta semana.
"No hay duda alguna que él y yo somos diferentes. No voy a aparentar lo contrario (...) Pero la realidad es que, en lo que respecta a los temas centrales de nuestro programa, tenemos más puntos en común que divergencias", escribió el jueves Ryan en una columna publicada en el sitio GazetteXtra.
Y fue más allá, al señalar que "Donald Trump puede ayudarnos a convertir en ley las ideas de nuestro programa y mejorar la vida de las personas. Por eso votaré por él".
Los republicanos prevén presentar al Congreso a partir de la semana que viene una batería de propuestas sobre el sistema fiscal, salud, y política exterior, entre otros temas.
"Para poner estas ideas en marcha, necesitamos un presidente republicano que acepte transformarlas en leyes", dijo.
Pero como si lo anterior fuera poco, el joven líder conservador envió un claro mensaje a los republicanos que dicen "Todo menos Trump" y aseguran que votarán por Clinton: "Una presidencia Clinton quiere decir otros cuatro años de nepotismo progresista y un gobierno más centrado en él mismo que en la gente a la que tiene que servir".
El meteórico ascenso de Trump lo convirtió en un fenómeno político que disparó las alarmas en sus rivales demócratas, cuyas cabezas visibles, desde el propio presidente Barack Obama y su esposa Michelle, hasta la propia Clinton, emprendieron una dura ofensiva verbal. Con palabras como “inepto”, “peligroso” “incoherente” y “amenaza a la seguridad nacional y mundial” han buscado descalificar al republicano que se erige como una real opción de poder.
Pero volviendo al ruedo californiano, el paseíllo para los demócratas suena fuerte, aunque no decisivo, ya que Clinton y Sanders llegan a esta primaria empatados en la intención de voto. La exsecretaria de Estado, quien hace un año se daba como la segura candidata, ha visto disminuir el apoyo ciudadano a su causa y crecer el de su rival, quien mantiene intacto su sueño de alzarse con la investidura partidaria.
Con la mente y el deseo puesto en concluir la batalla interna el martes en California, Hillary y su esposo, el expresidente Bill Clinton, emprendieron desde el jueves una vasta ofensiva para lograr el apoyo de los electores californianos, que le permita a ella sellar, de una vez por todas, su nominación.
En el olvido quedaron los días (un año atrás) en que la exprimera dama y exsecretaria de Estado, consideraba que llegar a su candidatura era apenas un tranquilo trámite para el cual contaba con el apoyo de los conductores de su partido y millonarias donaciones.
Esa calma fue rota, hace pocos meses, por el senador Bernie Sanders, quien con un discurso de rechazo al acomodamiento del partido Demócrata y sin apoyos millonarios, canalizó una importante corriente insatisfecha en todo el país, erigiéndolo como un formidable adversario para Clinton, un “hueso duro de roer”, como ella lo ha comprobado, primaria tras primaria.
Importantes figuras del partido Demócrata también decidieron aumentar las presiones sobre los electores en favor de cerrar la lucha interna lo más rápidamente posible para evitar heridas y divisiones antes de una elección presidencial.
No obstante, es precisamente ese firme apoyo de la dirigencia partidaria a Clinton el combustible que mueve a numerosos electores a apoyar a Sanders, un ácido crítico de la agenda más y más moderada del partido. Y eso es lo que ha avivado la “Berniemanía” que se vive a lo largo y ancho del “Coloso del Norte”, expandida por entusiastas jóvenes quienes consideran que este hombre, de 74 años, realmente se preocupa por su futuro.
Varios centenares de delegados estarán en juego el martes en California (475) y Clinton tendría asegurados más que los necesarios.
El martes los demócratas también realizarán primarias en Nueva Jersey (al igual que en Nuevo México, Montana y Dakota del Sur), y es posible que en ese Estado Clinton consiga los delegados que le faltan para sellar su nominación, pero una derrota en California (o hasta una victoria apretada) dejará su favoritismo claramente abollado y puede modificar la relación de fuerzas para la convención.
En el proceso de primarias hasta ahora, Clinton conquistó 1.769 delegados, al tiempo que Sanders cuenta con 1.544, una diferencia de 225 delegados.
La exsecretaria de Estado tendría el apoyo de unos 543 'superdelegados', dirigentes y legisladores del partido, y con ello tendría en principio 2.312 votos asegurados en la convención, siendo que necesita 2.383 para sellar el pleito.
Sin embargo, el campo de Sanders no abandona, porque tanto estrategas como seguidores consideran que la llave para la investidura la tendrán los super-delegados, es decir aquellos miembros prominentes del partido que pueden votar a quien quieran en la convención nacional de julio próximo.
Adicional a ello el escándalo porque Clinton uso una dirección privada de correo electrónico cuando era Secretaria de Estado, no sólo puede llevarla a un proceso, sino que ha sembrado desconfianza entre un sector del electorado demócrata.
Varias encuestas indican que Clinton, a pesar de la resistencia de una parte importante del electorado demócrata, deberá ganar la primaria en California, pero precisa de una victoria categórica para mostrar que tiene el liderazgo real de la puja interna.
El otro escenario es una victoria de Sanders en California -incluso por un pequeño margen, y no importa cuán simbólico-lo que potencialmente podría darle una justificación para permanecer en la carrera. Y a eso es lo que le apuesta el senador, quien también esgrime a su favor las encuestas a nivel nacional sobre el duelo final por la Casa Blanca, que lo dan con una ventaja de 10 puntos frente a Trump, mientras que si la pelea fuera de Clinton, ella se ubica en un empate técnico con el candidato republicano.
La exsecretaria de Estado llegó a tener una ventaja de 12 puntos porcentuales sobre Trump en esos sondeos, pero esa delantera se derritió y ahora se sitúa incluso dentro del margen de error. Por lo menos dos encuestas incluso muestran a Trump como vencedor.
Llegó la hora de resolver la encrucijada de California. Clinton intentará dar la estocada final a un Sanders que no está dispuesto, ni anímica ni electoralmente, a “bajar la cabeza”. /CMB