Por: Pablo Uribe Ruan
Con pitos, vuvuzelas, y demás, escribo esta columna tras un partido que tuvo de todo. Un partido a la colombiana, un partido que fue el fiel reflejo de un país inconsistente caracterizado por el cumplimiento de objetivos a medias, pero que entre media y media logra cumplir. Quién sabe cómo, con ayuda del más allá o de donde provenga, pero se consiguió remontar un 3 - 0. Por fin, alejados de la probabilidad y de tanto método podemos afirmar, sin temor a la matemática, que estamos en Brasil. Sí, en Brasil.
Son increíbles las sensaciones que genera un partido, y más, cuando en 45 minutos parecía derrumbarse un sueño que se tornaba oscuro tras cada minuto que pasaba. Qué baile el que nos estaba metiendo Chile, un equipo que no tragó entero el cuento del calor y salió a correr en la cancha del Metro. Amargura e impotencia invadían el sentimiento colectivo que en medio de la incertidumbre veía imposible la remontada.
Sin embargo, como dice el viejo adagio, el fútbol da revancha, y así fue. La entrada de Guarín y Macnelly le dio otra cara a la Selección, que encontró ideas en los pies del 10. Los espacios que dejaban los chilenos fueron aprovechados por una Colombia ávida de gol, que logró revertir la historia y puso a celebrar a todo un país con tres goles en menos de 30 minutos.
Hazaña, sin duda, además a la colombiana. Un triunfo mediado por la inconsistencia de un equipo que cambió del cielo a la tierra para, de una vez por todas, clasificar oficialmente al Mundial. No queda más que felicitar al cuerpo técnico y los jugadores. Clasificamos, Brasil 2014 nos espera, el Mundial nos espera tras 16 años de frustaciones.