Ciro Angarita, retador | El Nuevo Siglo
Foto archivo
Sábado, 7 de Octubre de 2017
En una época en que tanta gente trata de encontrarle sentido a su vida, Angarita encontró que el sentido estaba en la vida misma, es decir, en ser más que en saber o tener. Publicamos el prólogo del libro escrito por María Teresa Herrán sobre  este reconocido jurista

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CIRO Angarita Barón nació en Socha, que en lenguaje chibcha significa “Tierra del Sol y de la Luna”.  Es un pequeño pueblo de tierra fría incrustado en el norte de Boyacá, protegido por una gran montaña que por su forma llaman el Cóndor y conocido con el nombre de Nodriza de la Libertad porque en la campaña libertadora su cura párroco, en plena misa, hizo despojar de buena parte de sus prendas a sus fieles para brindarle abrigo a los guerreros que venían semidesnudos de su travesía desde los llanos orientales, pasando por los páramos de Pisba y Paya. Fue, vestidos con esas ropas, que nuestros antepasados nos dieron la libertad en las famosas batallas de Tasco, Ormezaque, Molinos de Tópaga, el Pantano de Vargas y el Puente de Boyacá.

No son muchas las puertas que se abren para un hijo de Socha y por eso tampoco son inalcanzables sus aspiraciones: Comprar un pedacito de tierra, conseguir mujer y traer hijos al mundo, tener una yunta de bueyes.  Para los más citadinos, los que en señal de distinción abandonaron la ruana y el sombrero, sus aspiraciones se centran en poder ingresar como minero o empleado a Acerías Paz del Rio y más recientemente, poder ser ayudante o chofer de una de las flotas de don Fruto Mejía Barón nacido igualmente en Socha. No son muchos los que traspasan esa barrera y logran hacerse a un mejor futuro, lejos de su tierra natal.

Y es que el boyacense, siguiendo las enseñanzas del cristianismo, es por naturaleza resignado, resignación a la cual debemos buena parte de nuestro atraso.  Dios proveerá, es una de las frases que más se escuchan en mi tierra. ¿Cómo se explica entonces que Ciro lograra franquear ese molde de vida que se impone a sus coterráneos?

Parte de la explicación la encontramos en doña Evangelina Barón, madre de Ciro, amante de la cultura y de la poesía. Ella no estaba dispuesta a que su niño paralítico creciera y envejeciera en Socha, sentado en una silla viendo desde su casa pasear la gente por el parque. Fue ella quien matriculó a su niño en la escuela de doña Elvia Soto y, a falta de silla de ruedas o de bastones, el medio de transporte que utilizaba Ciro para ir a la escuela era el hombro alegre de sus compañeros o hermanos, del peón contratado para el efecto o el lomo de un burro.  Y fue ella, quien trajo a su niño a Bogotá para matricularlo en el Colegio Fray Cristóbal de Torres, en donde Ciro daría muestras de otra característica que distingue al boyacense, que consiste en ser un batallador incansable pero silencioso.  

 
“Ciro tenía un espíritu combativo, de superación permanente, apoyado, como bastón de hierro, en su propia e inquebrantable voluntad”

Otra parte de la explicación de la forma de ser de Ciro la encontramos en don Jorge Angarita Sarmiento, su padre. No obstante que sus padres le ofrecían la posibilidad de costearle una carrera, decidió, por voluntad propia, renunciar a la doctoritis de la cual se mofaba, para concentrarse en las actividades que realmente llenaban su vida: el campo, la cacería de venado, las peleas de gallos, los caballos de paso, las armas, las cantinas, la cerveza, la bandola y el requinto

Las labores del campo las combinaba con sus actividades como hombre público: alcalde, personero, tesorero, concejal y uno de los tinterillos más avezados que haya tenido el pueblo. Eximio civilista y penalista por estudio propio, se encargaba de las defensas penales más sonadas del pueblo. No desaprovechaba visita de su hijo Ciro o de su nieto Jorge, para confrontar sus tesis jurídicas, confrontaciones de las cuales casi siempre salíamos derrotados ante su implacable dialéctica.  Buena parte de los rasgos de la personalidad de Ciro eran reflejo de su padre, empezando por esa risa burlona y picaresca, que muchos de ustedes le conocieron o le padecieron.

Yo nací el día de Santa Rita de Casia, vencedora de imposibles, decía el abuelo en tono fuerte y sarcástico, para significar que cuando uno realmente se proponía algo, lo alcanzaba, pasando por encima de cualquier obstáculo.  Y este lema fue una constante en la vida de Ciro, quien a lo largo de su existencia dio muestras de no dejarse rendir al primer inconveniente.  Ciro tenía un espíritu combativo, de superación permanente, apoyado, como bastón de hierro, en su propia e inquebrantable voluntad. Lucha por superar sus impedimentos físicos, sin amedrentarse y sin autocompadecerse, lucha por el conocimiento; lucha porque sus sobrinos sacaran burro de pantano, por los derechos de la niñez, por la igualdad de los sexos, lucha por los derechos de los indígenas, entre otras, y lucha diaria y callada por poder realizar aquellas pequeñas cosas cotidianas que a nosotros no nos ofrecen dificultad alguna.

Ese espíritu de superación y de lucha era el que trataba de inculcar a sus alumnos.  Por ello, al terminar su clase no pronunciaba las frases tranquilizadoras que respondieran todos los interrogantes que se habían planteado durante la misma, no era por egoísmo, sino como mecanismo para estimularlos a llegar a sus propias verdades a través del particular raciocinio y esfuerzo propio.  Igualmente su vocación autodidacta plenamente heredada, según ya se vio, lo llevaron a convertirse, como resultado juicioso de agotadoras jornadas en su apartamento, en especialista en muchas áreas del derecho que despertaban su interés como sucedió con el derecho de la integración económica, la informática jurídica y el derecho Constitucional, para solo citar algunos ejemplos.

Otro rasgo marcadamente boyacense del tío Ciro era ser reservado.  Poco dados a hablar, a los boyacenses, para conocerlos por dentro, hay que sacarles las palabras con tirabuzón. Las montañas, el frío, la bruma, las ruanas invitan más al recogimiento y a la introspección.  Tiene que haber demasiada confianza para que el boyacense nos dé paso a su riqueza interior y nos deje franquear el imperceptible muro de adobe que antepone frente a su interlocutor. Ciro, como buen boyacense, solo dejaba ver la parte que quería a su interlocutor.  Nada menos, pero tampoco nada más.  Atravesarle los muros de la intimidad y la reserva eran cuestiones bien difíciles y logradas solo en parte por personas muy cercanas.

El respeto por el ser humano en cuanto tal, también lo traía Ciro inculcado desde su tierra.  Jamás Ciro rindió pleitesía a las personas adineradas, ni dejó de tratar a alguien por su pobreza, pues él se centraba en el ser humano y en su propia valía, independientemente de su condición económica. Dicho respeto era aún más profundo tratándose de personas mayores, pues en Boyacá nuestros mayores no son un estorbo ni tampoco muebles viejos, sino el núcleo central de nuestras familias, en quienes se concentra la sabiduría que deja la vida.  Por ello, Ciro volvería muchas veces a Socha a cuidar de su padre y muerto éste, como sustituto de él, a cuidar de los hijos del segundo matrimonio del abuelo. 

 

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