El choque entre supremacistas blancos y manifestantes por el traslado de una estatua de un líder que apoyaba la esclavitud, recuerda las profundas divisiones raciales en Estados Unidos. El gobierno de Obama y la llegada de Trump parecen haber radicalizado a los diferentes grupos
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Estados Unidos es un espejismo de los años sesenta. El sábado supremacistas blancos chocaron contra un grupo de antirracistas en Charlottesville, Virginia, dejando un muerto que fue arrollado por un carro. Un día antes, el presidente Trump había declarado la emergencia nacional por el abuso de opioides que cobró la vida de 60.000 personas en 2016, recordando los tiempos de Lyndon Johnson y Richard Nixon.
Los supremacistas blancos aparecieron la noche del viernes para rendirle tributo a Robert E. Lee, un confederado que luchó en contra de la abolición de la esclavitud. Al día siguiente, marcharon por el centro de la ciudad donde los esperaban grupos antirracistas, se enfrentaron y una mujer murió arrollada por un carro que conducía un radical blanco.
El hecho se presentó en una ciudad que representa la simbiosis perfecta entre las tradiciones de un estado confederado y el progresismo liberal del norte. En sus calles, como dice la prensa local, hay estatuas que explican el porqué de su presente. Thomas Jefferson, quien calificó la esclavitud como “crimen abominable”, está en una plaza y en otra cuadra se levanta la imagen de Lee, un anti abolicionista.
Los defensores de la “superioridad” blanca son afectos a Lee y protestaban para que su estatua no fuera removida, orden dada por las autoridades locales. El resto de residentes de la ciudad, muchos de ellos estudiantes de la Universidad de Virginia, siguen las tesis de Jefferson e intentaban que los radicales no impusieran sus ideas en “una ciudad azul en un estado rojo” –demócratas en provincia republicana-.
¿Un símbolo perjudicial?
En abril, el consejo de Charlottesville decidió que la estatua de Lee fuera quitada como un mensaje de tolerancia y respeto por las personas negras. Esta decisión coincide con los debates que ciudades como San Luis y Nueva Orleans vienen dado sobre el futuro de los monumentos confederados. Algunos, como esta pequeña ciudad, han decidido retirarlos, pero otros creen que es parte de la historia viva del país.
Este tipo de debates han sido frecuentas en París, por ejemplo. La alcaldía de la ciudad decidió que la estatua en honor el escritor Emile Zola debía permanecer en su sitio, pese a los reclamos de la comunidad judía que calificaba al autor de antisemita. El fundamento de la decisión fue la importancia de su obra literaria que trasciende, en este caso, posiciones políticas y religiosas.
En Estados Unidos, sin embargo, la discusión va más allá de las calidades de los personajes de las estatuas. El miedo a que se despierta una nueva ola de racismo organizado, por medio de símbolos que los supremacistas blancos usan para reivindicarse, ha hecho que algunas ciudades opten por retirar los monumentos.
Con la llegada de Donald Trump, los radicales blancos han sentido que pueden recuperar el espacio perdido durante las anteriores administraciones. Liderados por Richard Spencer, David Duke y Brad Griffin, se han dado en la tarea de incentivar el odio racial y la división.
Los grupos que conforman esta secta racista varían en sus orígenes y propuestas. Según la revista The Atlantic, hay sectores como el Ku Klux Klan (KKK), que lidera Duke, las cabezas rapadas y los neonazis, hasta neoconfederados y cristianos radicales. Cada cual tiene una aproximación distinta, pero coinciden en una cosa: su odio contra otras razas.
El K.K.K. fue fundado a las afueras de Charlotesville en 1921. Sus seguidores el viernes por la noche marcharon con antorchas rumbo a la finca de Thomas Jefferson, Monticello, para conmemorar un año más de existencia.
La influencia de esta organización va más allá de mítines políticos o actos simbólicos con antorchas y máscaras. De acuerdo a Jia Tolentino, en The Newyorker, este grupo hizo una donación “por mil dólares” a la Universidad de Virginia. Pese el enorme rechazo que genera este grupo, la institución aceptó.
Violencia racial
La violencia racial en Estados Unidos es una de las principales causas de muerte en Estados Unidos. El Southern Poverty Law Center, centro especializado en raza y pobreza, reveló que desde 1995, años en que dos supremacistas blancos mataron a 168 personas en Oklahoma, ha habido al menos 33 ataques perpetrados por radicales blancos.
Las cifras, según el centro de análisis, han sido bajas en comparación a décadas anteriores, en las que la violencia racial era aceptada por algunos sectores. No obstante, en Estados Unidos la división por el color de piel sigue vigente y se ha exacerbado en la era Trump con los radicales blancos.
Durante la campaña presidencial 2016, algunos electores votaron impulsados por móviles raciales. Un reporte de EL NUEVO SIGLO (mayo de 2016) dio cuenta que algunos entrevistados se movilizaron para votar en contra “del racismo” o en contra de Obama y sus políticas inclusivas.
Algunos sectores explican que las fricciones raciales se deben a un discurso divisionista por raza, etnia, género o religión. En cada una de estas variables ha primado la reivindicación identitaria por encima de la inclusión democrática. El periódico The Wall Street Journal, en su editorial de ayer, dice que esto ha llevado de alguna manera a “dividir a los estadounidenses” en un momento en que “Estados Unidos es más diverso y tolerante que nunca”.
El precedente judicial más cercano a esta línea de pensamiento es la sentencia del juez Clarence Thomas en el caso “Holder vs. Hall” (1994). En ella, la Corte Suprema de Justicia dijo, frente a una propuestas de dividir los distritos electorales por raza, que esto “sólo puede servir para profundizar las divisiones raciales, destruyendo cualquier necesidad de votantes o candidatos para construir puentes entre grupos raciales o formar coaliciones de votación”.
Acusado de indulgencia frente a lo ocurrido en Virginia, el presidente Trump declaró que “el racismo es el mal” luego que el sábado rechazó “en los términos más fuertes (…) la violencia, de muchos lados”, sin señalar a los supremacistas blancos –que sí incluyó en su mensaje del lunes-.
En una sociedad diversa como la norteamericana los supremacistas blancos intentan romper el equilibrio. Charlotessville, Santa Ana (California) y Nueva Orleans son algunos ejemplos de ello.
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