Pese a las diferencias ideológicas de los mandatarios de turno existe voluntad para convertir la región en un bloque fuerte, con voz y voto en la geopolítica mundial.
El proceso de integración que actualmente se adelanta no solo en Suramérica con la Unasur sino el que vive Latinoamérica con la Celac no es una simple oportunidad sino una urgente necesidad.
América Latina tiene que trabajar y formular espacios de integración y cooperación que le permitan implementar y dar respuestas concretas a los temas que realmente afectan a sus pueblos, y no continuar dando prioridad a los temas y a la agenda que tradicionalmente le ha impuesto los Estados Unidos por medio de la OEA.
La construcción de una política común, que abra el camino a la conformación de un bloque regional fuerte es una responsabilidad y una obligación para los gobiernos latinoamericanos. Este proceso hoy está en camino, y sus primeros pasos se originaron a través de los gobiernos suramericanos, con la creación y materialización de Unasur. Esta iniciativa, en un primer momento duramente criticada por los movimientos de extrema derecha en los diferentes países, y vista con recelo por parte de los Estados Unidos, se ha sabido mantener y hoy es el único mecanismo visible de integración y cooperación que podría realmente dar un vuelco a la región.
El proceso de integración suramericano a través de la Unasur y latinoamericano con la Celac tiene unos desafíos comunes a saber:
El primero y gran temor es que estos proyectos de integración sean ideologizados y radicalizados con discursos beligerantes, antiimperialistas, y violentos como el de Hugo Chávez. El mayor error que ha tenido Latinoamérica es que cada vez que se piensa en un proyecto de integración y cooperación y la formulación de una política en bloque se piensa “en contra de” y no “para que” y ese es uno de los primeros retos que se deben superar.
El Presidente de Colombia Juan Manuel Santos en su intervención en Caracas en la inauguración de la Celac dejó claro este punto, y precisó que el papel de los organismos como éste es de dar respuestas a los graves problemas regionales y no estar pensando que el organismo es para desafiar o atacar a alguien.
Este punto de la ideologización de Celac y Unasur es el más difícil de trabajar y aquí el gran desafío que tendrán los organismos es el poder privilegiar y dar prioridad a los temas estructurales más que a los ideológicos. En el caso de Unasur el tema de la radicalización ideológica es más palpable ya que Suramérica vive un fenómeno denominado “giro a la izquierda”, título que le dio el analista León Levi Valderrama, y que hace referencia a este cambio y tendencia a gobiernos de esa orientación política en casi todos los países de la región, los cuales aunque responden a diferentes procesos tienen un eje transversal y un origen común: la política exterior norteamericana frente a los países suramericanos desde la aplicación de la doctrina Monroe, pero en especial en el período de la Guerra Fría durante el cual se dio paso a la macartización de los movimientos sociales, la supresión de las libertades individuales y el beneplácito a las dictaduras militares en la región, que dejaron miles de desaparecidos, profundas guerras internas y unas huellas y espirales de violencia que no se han podido superar.
Para tener un panorama de este giro a la izquierda cabe revisar los gobiernos suramericanos de hoy en día. En Argentina está en el poder –reelecta- Cristina Kirchner, quien continúa el mandato y legado político de su esposo, el fallecido Néstor Kirchner, que representó un ala del peronismo que denunció y vivió las represiones de la dictadura de la Junta militar (1976-1982); en Uruguay esta Luis el “Pepe” Mujica, ex guerrillero del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros; en Brasil, Dilma Rosseauf, quien estuvo detenida dos años por su participación como guerrillera del movimiento "Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares"; en Paraguay, Fernando Lugo, quien pese a su paso por la iglesia Católica fue un profundo líder de la teología de la liberación; en Bolivia Evo Morales, representante sindical y del movimiento cocalero; en Ecuador Rafael Correa; , en Perú, Ollanta Humala, y en Venezuela, Hugo Chávez.
De 10 países de la región hoy 8 tienen gobiernos de izquierda, unos más radicales que otros, pero todos trabajando en proyectos de integración según sus intereses nacionales.
Los gobiernos de derecha quedarían en Chile con Sebastián Pinera, y en Colombia con Juan Manuel Santos, quien ha marcado sus propios ritmos de gobierno y se desmarcó rápidamente de su antecesor, Álvaro Uribe.
Para contrarrestar estos sesgos ideológicos de izquierdas o derechas, los gobiernos suramericanos y latinoamericanos tienen el desafío de crear políticas regionales y de Estado en cada uno de sus países que permitan que la Unasur y la Celac, independiente del gobierno que llegue al poder (derecha, izquierda o de centro) den continuidad a un proyecto serio y competitivo de integración, que privilegie el componente técnico y de resultados antes que los discursos, vengan de donde vengan.
El mejor ejemplo que deberían dar esos organismos es una respuesta concretara frente al deshonroso primer lugar que ocupa hoy América Latina como la zona más desigual del mundo, en donde Colombia se posiciona como uno de los países más desiguales y con más altos índices de violencia. Ser la zona más desigual de mundo -por encima de África- es un tema alarmante y que debe estar como una de las prioridades de los países y de las organizaciones.
Otro de los desafíos que tienen los organismos es no caer en un en un instrumento más de carácter regional cargado de burocracia y corrupción. Actualmente tenemos, entre otros organismos, Alba, Can, Caricom, Unasur, Mercosur, Oea, Celac, Grupo de Río, Alianza del Pacífico, Organización de Estados Iberoamericanos, Foro integración Asia- América Latina, Arco del Pacifico y Tuxtla. Esta sobrecarga de organizaciones no ha permitido una verdadera integración y algunos de ellos se convirtieron en cuotas burocráticas donde se designan cargos como caja menor para pagar favores políticos y se da un alto índice de clientelización.
Otro elemento importante es el papel que deben cumplir Unasur y Celac es la resolución de conflictos, como por ejemplo lo fue Honduras, donde el papel de la OEA fue deplorable, o en las profundas crisis de Colombia y Venezuela. La no resolución de éstos tenía un eje central y es el no tener un poder vinculante frente a los Estados, sino que estos organismos quedan en foros de discusión que permiten que sus decisiones se empantanen rápidamente, y la integración quede en un modelo utópico.
Así, Celac y Unasur tienen el desafío de promover una real integración y en estos escenarios es donde esperamos que prosperen los conceptos técnicos, los resultados, las estadísticas y que éstas se materialicen en el bienestar de millones de latinoamericanos que hoy ven como uno de los continentes más ricos del mundo alberga a millones de pobres e indigentes. Esperamos que prospere el desarrollo y no los discursos populistas, la corrupción y burocracia.
*Director del Cesdai