Carolina se mueve sonriente entre enormes sacos de basura que separa y clasifica para vender en los centros de reciclaje. Tiene 32 años y lleva casi 20 haciendo este trabajo, que en Bogotá constituye el negocio familiar más humilde, pero que ha entrado ahora en un proceso de formalización.
Hasta hace una semana, con su esposo José Barrera, recorría las calles de la capital colombiana en una carreta tirada por caballos, deteniéndose frente a cada edificio residencial a rebuscar entre la basura los residuos potencialmente reciclables.
Ahora ese recorrido lo hace en una furgoneta de carga, cero kilómetros, que obtuvo a cambio de dos caballos por medio del programa de sustitución de vehículos de tracción animal que comenzó la alcaldía de Bogotá hace dos meses.
"Yo empecé como recicladora cuando tenía trece años, con mi mamá y mis hermanas. Metí a mi marido en el negocio, porque él no sabía de esto", cuenta Carolina a la AFP.
"Mi mamá murió en un accidente con la zorra (carreta), a los 52 años. Tengo cinco hijos, el mayor de doce, y no quiero que se peguen al reciclaje sino que estudien y salgan adelante, porque esto es muy duro", afirma.
Con las manos desnudas y el rostro descubierto, en una jornada que usualmente es de ocho horas, Carolina, José y su ayudante Liliana arman las nuevas bolsas de plásticos, vidrio, papel, cartón y latas en un lote al aire libre de unos 60 metros cuadrados.
El espacio lo comparten con otras dos familias de recicladores en el barrio de Suba, en el noroccidente de Bogotá, donde juega y corretea su hijo más pequeño, de tres años. "Hasta que no cumpla los cuatro no puede entrar al jardín de infantes", explica Carolina.
Como ellos, en Bogotá hay cerca de 14.000 recicladores informales que en su mayoría se desplazan en carretas de caballos, algunas de ellas manejadas por ellos mismos.
Con el plan de inclusión en el programa Basura Cero, de la alcaldía, tendrán una remuneración adicional a lo que obtienen por la venta de los residuos, además de atención preferencial para formarse en otras competencias.
"Hemos diseñado una serie de acciones afirmativas. Se les remunerará el servicio que le prestan a la ciudad con una tarifa que se incluye en la factura del aseo", indicó a la AFP Leonardo Rodríguez, responsable del programa.
"Ellos tienen un conocimiento empírico del reciclaje, pero se les incluye en el plan de las redes de servicio de la alcaldía y se les forma para que tengan otras oportunidades de trabajo", añadió.
Carolina asegura que "esto del reciclaje le quita a una muchas defensas. Pero yo no tengo estudio y mi esposo tampoco".
"Con once y doce años trabajé lavando ropa y también en restaurantes. Sólo que en el restaurante no se puede mamar gallo (bromear) y aquí sí", dice sonriente.
La alcaldía desarrolla paralelamente programas educativos para que la ciudadanía separe los desechos desde el hogar.
Bogotá, con 7 millones de habitantes, produce más de 6.000 toneladas diarias de basura, de las cuales se calcula que 70% es aprovechable.
Pero José asegura que "la gente no sabe separar".
"Ponen vasos desechables, servilletas sucias, y eso no sirve. Pero a mí me conviene que no seleccionen, porque ahí es donde se va la cucharilla de plata o el celular", dice con picardía al mostrar su teléfono inteligente.
En el centro de reciclaje, el kilo de vidrio se paga 50 pesos (casi tres centavos de dólar), el de plástico 150 (ocho centavos) y el de papel blanco 300 (16 centavos).
"Hay que llevar mucho", dice José, quien calcula que semanalmente les quedan 150.000 pesos netos (unos 80 dólares).
"Al caballo yo le montaba tonelada y media de desechos. La furgoneta tiene capacidad para dos toneladas y media, aunque claro, hay que ponerle gasolina y hay que cumplir con las normas de tránsito para no tener multas", comenta.
"Pero este es un cambio muy bonito. Y la gente como que lo respeta más a uno si lo ve al volante", concluye.