La tradicional cena de Al Smith, en el Waldorf Astoria de Nueva York, tiene como propósito recoger fondos para los programas de atención a los niños pobres de la arquidiócesis. Con la bendición del Arzobispo, los candidatos de los dos grandes partidos asisten a la cita de cada cuatro años, en medio de la carrera por la Casa Blanca. La idea –además de conseguir millones de dólares en donaciones– es lograr un momento de distención junto a 1.500 asistentes de la élite neoyorquina.
Hillary Clinton presentó un discurso en el importante encuentro que logró hacer reír a los presentes por las burlas a Donald Trump y a ella misma. El republicano hizo lo propio, pero fue abucheado cuando se refirió a su contrincante como “corrupta”.
¿Exageró Trump? Todos sabemos que acostumbra lanzar comentarios impertinentes que generan noticia y que ya en los debates cuestionaba la idoneidad moral de la candidata demócrata, pero esas acusaciones no son un atrevimiento de la campaña republicana, son el reflejo de una percepción general.
Clinton ha sido cuestionada por irregularidades –quizás delitos– en su vida pública: el uso de su correo personal para asuntos de la Secretaría de Estado, (el FBI acaba de reabrirle investigación por este caso) favores desde sus cargos a los poderosos donantes extranjeros de su fundación familiar, además de escándalos como el de su responsabilidad en la muerte del embajador norteamericano en Bengasi.
Por esos y otros motivos Hillary tiene un nivel de confiabilidad muy baja entre los votantes. La ex Senadora y ex Secretaria de Estado no genera entusiasmo en las bases de su partido y sobre ella siempre hay un manto de sospecha. A eso se suma que representa a la vieja clase política y que por su edad y quebrantos de salud hay dudas sobre su capacidad física para dirigir el país más poderoso del mundo.
A pesar de todo eso, Clinton será la próxima presidenta de los EE.UU.
La elección del 8 de noviembre no es una sola elección, son 50. Cada uno de los Estados vota para elegir qué candidato apoyar en un colegio electoral al que asisten un número determinado de representantes por Estado, dependiendo del tamaño de la población. Las encuestas nacionales no muestran mayores diferencias entre Trump y Clinton, pero las cuentas Estado por Estado favorecen a la demócrata.
Una pésima candidata en una convulsionada campaña solo puede tener éxito porque su rival es peor a los ojos de los electores.
Trump tiene sus propios escándalos aún más conocidos: misógino, xenófobo, evasor de impuestos, racista, etc. Las acusaciones en su contra se cuentan a manos llenas.
Si son peores los pecados de uno u otro es una discusión irrelevante de cara a las elecciones, lo que importa es la percepción del público y allí el republicano tiene un panorama más desolador: no solo es el favorito de los medios de comunicación cuando de polémicas se trata, su mayor problema es que la resistencia que genera en de las bases de su partido es mayor que la de Clinton en las toldas demócratas.
A pesar de los cuestionamientos a la ex Primera Dama, su agenda y su campaña representa a los demócratas. No ocurre lo mismo en el caso republicano. Trump no es conservador, no es conocido como un defensor de la vida y de la familia, no tiene un discurso sólido sobre la economía libre o la política exterior, no es un hombre religioso ni un hombre de familia ejemplar.
El votante promedio del partido del elefante no ve al magnate como el abanderado de sus causas y el representante de sus valores, por eso la derrota de Trump no será por el entusiasmo de los norteamericanos con Clinton, será por la desidia de los republicanos con un candidato que está muy lejos de ser Ronald Reagan.
Amanecerá y veremos…
*Profesor del Programa de Ciencias Políticas de la Universidad de La Sabana