Denuncias de la misma comunidad recibidas hace algo más de un año, daban cuenta de un hombre conocido como ‘El Negro’, quien llegó al sector desde hace aproximadamente tres años, iniciando su carrera criminal como expendedor de estupefacientes, y que en poco tiempo, logró tener el control de una red de microtráfico que mantenía las ventas de toda clase de sustancias prohibidas en sectores de Marandú y Compartir en la Localidad de Ciudad Bolívar.
De acuerdo con las investigaciones, alias ‘El Negro’ o ‘El Capo del Sur’, participaría de manera directa en el homicidio de sus tres primeros jefes, los cuales asesinaría para mantener el control de la zona y adueñarse de un lucrativo negocio que le dejaba entre 100 y 120 millones de pesos semanales.
Esas denuncias de la comunidad y las noticias criminales generadas por esos tres homicidios de la zona, motivaron para que la Policía Metropolitana de Bogotá con su seccional de investigación judicial iniciara una investigación que diera con los responsables de esos homicidios selectivos y algunas denuncias de ciudadanos que se sentían intimidados por éste hombre y su horda de delincuentes que le respaldaban en el ilegal negocio de los estupefacientes.
Al poco tiempo los investigadores pudieron determinar que el cabecilla de esta organización era Luis Alexander Arias de 39 años, quien en poco tiempo fue conocido y temido por moradores del sector debido a sus lujos, excesos y manera de derrochar dinero.
Las actividades de policía judicial coordinadas con la Fiscalía General de la Nación, lograron determinar que alias ‘El Capo del Sur’ tenía cinco viviendas en el sector, todas de ellas dotadas y en donde se escondía o rotaba cuando sentía que la policía redoblaba actividades en la zona. De igual forma, se movilizaba en tres vehículos diferentes de alta gama, fungiendo como empresario para pasar desapercibido en los controles rutinarios de la Policía Nacional. Tenía a su disposición una casa de recreo en el vecino municipio de Fusagasugá.
El sujeto fungía como gran ciudadano en el sector, prestaba, regalaba y donaba dinero a habitantes de la zona con el fin de mantener su silencio y que su identidad no fuera conocida por las autoridades, pero de otro lado, era un ser despiadado que amenazaba a todo aquel que intentaba dar información o denunciaba las actividades de su red de ‘jibaros’ que literalmente tenían inundadas las calles de estos sectores populares en donde adolecentes y niños eran sus víctimas predilectas para iniciarlos desde temprana edad en el consumo de estupefacientes.