Por: Pablo Uribe Ruan
En 1.883 un sueño del padre italiano Juan Bosco previó una civilización prospera, con un gran lago, entre los parales 15 y 25 del Hemisferio Sur. Del sueño de Bosco nació esa idea preliminar de lo que hoy se conoce como Brasilia, la Capital Federal del Estado de Brasil, que casi un siglo después se convirtió en el centro administrativo, arquitectónico y urbanístico del país, tras la iniciativa del presidente Juscelino Kubitschek que en 1960 trasladó la capital política de Rio de Janeiro a una nueva ciudad que para ese entonces no tenía edificios, ni población, y sólo estaba hecha en planos y maquetas.
La apuesta por una nueva Capital no era fácil. Rio tenía todo el peso de la historia a su favor: fue una ciudad central durante la Colonia, junto a Salvador; recibió a la Corte lusitana cuando huía de Napoleón, y; durante el Siglo XX se convirtió en una referencia a nivel mundial por su música, poesía y playas. ¿Por qué cambiar la Capital? Algunos dicen que la rivalidad entre Rio y Sao Paulo llegó a ser inmanejable, que desde tiempos de Getulio Vargas se hablaba del “Novo desarrollismo”, política que planteaba un Brasil con mayor desarrollo en el interior buscando que el país no sólo se basara en las ciudades costeras y aledañas, sino en otras regiones del centro y occidente para lograr un mayor equilibrio territorial.
Brasilia se construyó en medio de la nada. El espacio en donde iba a ser construida era una mezcla entre selva y cerrado, nombre como se conoce la Sábana brasileña. Quien iba pensarlo, en vez de amplificar una ciudad del centro como Goiana o Curitiba, Kubitschek le apostaba a algo grande que demostrara la magnificencia del ingenio brasileño. Para ello necesitó de grandes expertos como el urbanista Lucio Costa, quien hizo los planos de la ciudad, y del gran Oscar Niemeyer, que fue artífice de los edificios más esplendoroso. Todo por un sueño, por una visión política. Sí se habla de progreso, pues bien sea bienvenida Brasilia, la muestra del desarrollo suramericano.
Dicen que entre la puesta de los primeros peldaños y la terminación de los últimos edificios pasaron 1.000 días. Es decir, dos años y nueves meses para una ciudad que en 1987, 17 años después, fue declarada Patrimonio de la Humanidad y reconocida como la mayor aérea urbana reconocida como patrimonio en todo el mundo. Claro, iba ser la capital del gigante de Sur América, la que hoy en día es la sexta economía del mundo y viene escalando para ser la quinta. El gran Brasil. El que no se agacha con Estados Unidos y lo mira como similar. El que comercia con China. Sí, esa gran potencia que necesitaba de un centro política administrativo que se concentrara exclusivamente en los temas de Estado.
Brasilia es de esas ciudades en donde el viento y los árboles componen un silbido uniforme que invade cada calle de la ciudad. La vegetación típica se compone de pequeños árboles, con trocos y ramas retorcidos, cáscaras espesas y hojas gruesas. Brasilia es eso: flora y arquitectura. El sector conocido como “Eixo Monumental” tiene las mejores obras arquitectónicas del Brasil moderno, quizás del mundo. En esa larga explanada de 5 kilómetros se encuentran la Biblioteca Nacional, la “Esplanada dos Ministerios”, la Catedral metropolitana, “Praca dos tres poderes”, el Teatro Nacional Cláudio Santoro y otros magníficos edificios. La Catedral Metropolitana está construida por 16 columnas curvas unidas en la cumbre, con unos ventanales curvos de color violeta oscuro, que constituyen una estructura novedosa y diferente, especialmente, por tratarse de la Catedral del país más católico del mundo.
Cada edificio tiene una forma especial, ovalada, circular, rectangular, que ejemplifica esa perspectiva moderna de la arquitectura de Niemeyer, el artífice de la ciudad que junto con otros brasileños como Athos Bulcao, paisajista, y Burle Marx, rompieron con las visiones clásicas de la arquitectura republicana. Uno de los símbolos de Brasilia es el Lago Paranoá, unos 40 kilómetros de extensión, que le dan la vuelta a gran parte de la ciudad y ayudan a amenizar los problemas de agua durante la seca de mayor a septiembre. Otra pieza arquitectónica es el puente JK que es uno de los cuatros puentes que cruzan la ciudad, éste tiene tres media lunas blancas que lo sostienen junto con una serie de barandas de metal. El puente ha ganado premios que lo acreditan como el más bonito del mundo.
La Capital Federal del Estado del País recibió a Colombia y sus hinchas con su majestuosidad y su belleza. Los sectores hoteleros del sur y del norte estuvieron llenos de seguidores colombianos que colmaron los rodizios, la explanada, el lago de Paranoá, sus bares, y por supuesto, dijeron presentes en el Estadio Nacional, “Mané Garrincha”, ese jueves en que Colombia volvió a octavos tras 16 años de espera. Y así fue. Una fecha tan especial merecía de una ciudad imponente, escultural y receptiva como Brasilia.