"Bogotá solo es viable con un gran timonazo" | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Agosto de 2015

 Un interesante libro, muy apropiado para el momento, se publicó esta semana bajo el título  ¿“Está jodida Bogotá”?, en la que la periodista Lariza Pizano entrevista a los alcaldes distritales elegidos popularmente y en el que dan sus opiniones sobre la marcha de la ciudad.

Si bien el título resulta un formulismo para llamar la atención, el volumen es de una gigantesca valía para que quienes quieran profundizar  y hacerse a una opinión más específica y experta en lo que ha sucedido en la urbe en los últimos 30 años.

El trabajo, sin duda, merece ser leído en cuanto a cada uno de los alcaldes. En la presente edición algunos acápites de la entrevista a Jaime Castro, por considerar que de allí partió el gran viraje de la ciudad:

¿Bogotá se jodió?

En este momento, sí, porque está a la deriva, no tiene brújula ni norte, perdió el rumbo. Para saber en qué momento se jodió, hay que ver qué hizo para mejorar antes de caer en lo que está.

¿Cuál es, entonces, su interpretación de lo que fue el llamado “milagro bogotano” de comienzos de los noventa?

Ese “milagro” tiene que ver con la historia político-institucional de Bogotá en las últimas décadas. Hice parte de esa historia desde sus inicios. Como ministro de Gobierno, a finales de los ochenta, me convertí en el padre de la descentralización en Colombia al logar que el Congreso aprobara la elección popular de alcaldes, cuyo trámite se había frustrado varias veces, y de una serie de leyes que modernizaron todo el régimen político, fiscal y administrativo de municipios y departamentos.

¿Y cómo fue ese cambio político-institucional en el caso de Bogotá?

La ciudad vivía en una especie de limbo. La reforma constitucional de 1945 determinó que fuera Distrito Especia. Esta condición no la desarrolló el Congreso sino un decreto de Rojas Pinilla en el año 54, que fue prorrogado por catorce años más. En 1968 Carlos Lleras pidió facultades extraordinarias para legislar sobre la ciudad, pero el decreto que dictó fue despedazado por la Corte Suprema por razones jurídicas (en ese entonces no había Corte Constitucional). Se creó por ello una especie de vacío normativo. Como ministro de Gobierno, en 1985, propuse darle a Bogotá ordenamiento político-institucional propio.

¿Consideraba que el desorden institucional era la causa del caos de la ciudad en los años ochenta?

Hasta finales de los ochenta no se sabía si a Bogotá se le aplicaba el régimen especial, el de distrito, que además no existía o el de los municipios. La ciudad tenía, inclusive, un régimen más atrasado que el del resto de los municipios, porque la Ley 11 de 1986, que modernizó el régimen de estos últimos, no era clara con la ciudad. Los jefes políticos de la ciudad ofrecían hacer el estatuto especial que necesitaba el Distrito, pero nunca cumplieron.

 Pero su verdadero papel en la transformación de la ciudad fue en la Constituyente de 1991…

Hice parte de la Comisión que se ocupó de los temas territoriales. En la primera sesión decidimos hacer el listado de las materias o temas de los cuales nos ocuparíamos  regiones, provincias, departamentos, municipios, funciones, recursos. Pero el tema de Bogotá no figuraba en esa relación porque nadie pedía que la ciudad fuera incluida en ella.

¿Cómo hizo para incluir los temas de la ciudad en la Constituyente?

Después de incluir en el listado a Bogotá, por solicitud mía, cada uno de los constituyentes decía, libremente, de qué tema quería ser ponente. Para cada temas nos inscribimos cinco o más, como ocurrió con todos los temas de los que se ocuparían las otras Comisiones. Para Bogotá nadie solicitó ser inscrito como ponente. Pedí la palabra para decir que ese hecho no se debía divulgar, pues era vergonzoso para nosotros que la ciudad supiera que nadie quería estudiar su lugar dentro de la nueva Constitución.  Mis colegas respondieron: como usted pidió incluir a Bogotá en el temario, debe ser ponente. Me inscribí con la esperanza de que alguien me acompañara en la elaboración del informe que debía rendir, pero nadie lo hizo. Por esto, para todos los asuntos de los que se ocupó la Constituyente, sin excepción, hubo ponencias colectivas que suscribieron varios constituyentes, y para Bogotá, como caso único, se hizo una ponencia individual que elaboré yo. Esto confirma que la ciudad no tiene doliente. A nadie, o sólo a muy pocos, interesa su suerte.

¿Y usted qué hizo para romper esa indiferencia?

Propuse por primera vez en la historia constitucional del país un nuevo y completo régimen para la Capital de la República. Afortunadamente fue aceptado. Hoy son, básicamente, los artículos 322 a 327 de la codificación vigente. Bogotá dejó de ser Distrito Especial, condición que no le había reportado ninguna ventaja, y se convirtió en Distrito Capital. Se ordenó la descentralización en el interior de la ciudad: se crearon las localidades, las juntas administradoras, los fondos de desarrollo y las alcaldías locales. Se sacó a los concejales de las juntas directivas de las empresas del Distrito. Se le dio al Distrito el derecho a tener bancada propia en la Cámara de Representantes, distinta de la de Cundinamarca. Se ordenó la expedición del Estatuto orgánico para que desarrollaran legislativamente todas las disposiciones anteriores.

En plata blanca, Bogotá se separó de Cundinamarca.

Políticamente y electoralmente, si.

Pero, además, en un artículo transitorio, se ordenó al gobierno expedir el citado Estatuto Orgánico si el Congreso no lo hacía en dos años

La elaboración de la ponencia permitió establecer que frente a la ciudad, el Congreso sufría de “Pereza legislativa”: nunca legislaba en relación con Bogotá. Por eso propuse que en un artículo transitorio se les diera plazo de dos años a las Cámaras para que dictaran el Estatuto. Si no lo hacían, se expediría por decreto. Fue lo que ocurrió. Si no hubiera sido por esa norma, el Estatuto se habría demorado muchos años más y su contenido no habría sido el más conveniente.

La historia cuenta que escribieron el decreto en la oficina presidencial, durante toda una noche, un día después de que se venciera el plazo de la reglamentación del Congreso

El plazo al Congreso se venció el 3 de julio del 93. En ese momento el proyecto había sido aprobado en la Cámara, pero el Senado apenas empezaba a estudiarlo en su Comisión Primera. A partir de ese día se inició el estudio del proyecto del decreto que yo preparé. Del texto que había aprobado la Cámara nada era rescatable. El proyecto fue revisado por la Secretaría Jurídica de Palacio, Planeación Nacional y los ministerios de Hacienda y Justicia. Cumplida esa revisión, el decreto se dictó el 21 de julio del 93, un día después de iniciadas las sesiones ordinarias del Congreso, para evitar que allí se reiniciara el estudio del tema alegando que podían hacerlo pues no se había expedido el decreto. Promulgado este, si el Congreso quería ocuparse tenía que hacerlo mediante el trámite de un nuevo proyecto de ley que modificara el decreto, cosa que nunca hizo.

¿Fue mejor que el Estatuto se expidiera así, y no por el Congreso?

Si lo hubiesen expedido las Cámaras, la crisis de la ciudad se habría agravado aún más. La Cámara había aprobado lo que propusieron los representantes por Bogotá que, en buen número, eran antiguos concejales y cuyo punto de vista reflejaba sus inquietudes de cabildantes. Afortunadamente fue promulgado el proyecto que preparó la Alcaldía, con los recortes que en algunos temas le hizo el gobierno nacional. El Estatuto lo preparé durante el ejercicio de la Alcaldía por más de un año. Diariamente, en una ficha, anotaba lo que creía que debía ser esa nueva normatividad. Lo hacía con base en las experiencias que iba viviendo. Cuando me di cuenta que se le vencía el plazo al Congreso, ordené las fichas y empecé a redactar.

El punto de inflexión

 ¿Bogotá fue una antes y otra después del Estatuto?

La historia reciente de la Capital se parte en dos: antes y después del Estatuto orgánico. La diferencia entre una y otra etapa es bien grande. Lo digo con conocimiento de causa. Mi periodo fue de treinta meses. Los primeros quince fui alcalde sin Estatuto, durante los cuales el gobierno y la administración que presidí fueron precarios. En los últimos quince meses conté con los instrumentos que me permitieron gobernar y administrar de verdad, porque el Distrito recuperó la gobernabilidad que había perdido tiempo atrás.

En eso insisten analistas y estudiosos del tema: la ciudad sin Estatuto no habría salido del hueco ni habría tenido futuro

Carlos Lleras, que era bogotano a carta cabal y que se ocupó siempre de la ciudad, un día me dejó: “es el peor momento de la ciudad, pero usted está haciendo lo que hay que hacer, trabajando con visión de futuro. Ninguno de los que lo critican lo haría mejor. He leído el Estatuto y lo felicito. Obra maestra”. Julio César Sánchez, quien fue alcalde de Bogotá me dijo: “excelente el Estatuto que usted se inventó”. Antanas Mockus anotó: “La ciudad supo cómo hacía sus cosas. Eligió primero a Castro, que conoce bien esos temas, para que hiciera el Estatuto. Si me hubiera elegido a mi antes, yo no habría podido hacerlo, lo mío es distinto y es otra historia”.

Con el paso del tiempo, ¿cómo evalúa la vigencia del Estatuto?

Afortunadamente goza de buena salud. Es contemporáneo de la Constitución del 91, se expidió dos años después. A la primera le han hecho cuarenta reformas. Al Estatuto apenas dos, aunque han intentado meterle la mano en varias ocasiones. Lo reformaron para permitir la reelección del personero que prohibió el Estatuto. La otra reforma fue muy menor.

Además de la descentralización y el rescate de la gobernabilidad, ¿cuál fue la otra gran contribución del Estatuto?

Los logros del Estatuto  son varios. Todos importantes. La ciudad no era gobernable ni administrable. El Estatuto acabó con la coadministración. Los concejales participaban en el ejercicio de sus funciones administrativas  (adjudicación de contratos, nombramiento de funcionarios, otorgamiento de licencias de urbanismo, liquidación de impuestos, enviaban delegados a las juntas directivas de las empresas distritales). Cuando me posesioné la ciudad estaba quebrada: no producía ni para cubrir sus gastos de funcionamiento, menos para invertir. El sistema financiero le había cerrado las puertas, el gobierno me notificó que no le avalaría un préstamo más, los bancos habían suspendido el desembolso de créditos válidamente celebrados. El Estatuto consiguió que el Distrito pasara de la situación de déficit permanente que había vivido a un superávit. Organizó unas finanzas sólidas.

¿Cómo fue la recuperación de las finanzas públicas distritales?

La crisis fiscal obedecía a que hasta ese momento no habían tenido el valor de hacer una reforma tributaria de verdad. Reajustaban el predial y el impuesto de industria y comercio en los puntos necesarios para cubrir el valor del déficit.  A eso lo llamaban reforma tributaria, cuando eran medidas que apenas solucionaban problemas de caja y de tesorería. Reforma tributaria fue la que hicimos con el Estatuto: se redefinieron los impuestos y sus formas de liquidación y recaudo. Parecen medidas menores, pero fueron definitivas. El mejor ejemplo fue el del autovalúo.

¿Cuál fue el secreto?

El autoavalúo produjo un resultado extraordinario. Sin necesidad de incrementar la tasa del impuesto ni la tarifa a cargo del propietario, combatió la evasión y aumentó el número de predios que pagaban el tributo: pasó de quinientos mil a un millón. Se dobló como por arte de magia.

¿Por qué ese resultado que parece fantástico?

Antes, la administración distrital liquidaba el impuesto, lo facturaba y le mandaba la cuenta de cobro al contribuyente a su casa, que si no lo recibía, no se consideraba evasor y vivía tranquilo. Por eso muchos de ellos pagaban por debajo de la mesa para que su predio fuera borrado del censo catastral, con lo cual lograban que no estuvieran obligados tributariamente, o conseguían que funcionarios corruptos rebajaran el avalúo catastral. El autoavalúo cambió las reglas de juego. Haber combatido eficazmente la evasión nos permitió disponer que la base para el cobro del predial era el 50% del valor comercial del bien.- Este  año se cobró el predial con base en el 72% (estratos 1,2 y3) y el 82% (estratos 4,5 y 6) del valor comercial de ahora. A pesar de que sólo recaudamos predial con la base citada (50% del valor comercial del bien), sacamos a Bogotá de la quiebra y financiamos a quienes nos sucedieron en la Alcaldía. Hoy la ciudad tiene una bonanza fiscal y recursos billonarios en caja. Sin embargo, el predial lo liquidan con base en el 72% y 82% del valor comercial delos bienes.

Algo similar pasó con el impuesto de industria y comercio…

Se decía que muchos contribuyentes llevaban dos contabilidades. Una para liquidar y pagar el impuesto del IVA, que se ceñía a la verdad porque la Dian había perfeccionado sus instrumentos de vigilancia y sanción. Otra mucho menos rigurosa, para liquidar y pagar el ICA al Distrito, que no disponía de instrumentos eficaces como los de la Dian para controlar la evasión. Dispusimos simplemente que el ICA se liquidara y pagara con base en la contabilidad presentada ante la Dian, entidad con la que ordenamos intercambiar información.

Lo que se decidió con el predial y el impuesto de industria y comercio incrementó, de un año a otro, los ingresos tributarios del Distrito en más de un 120%. Según la Universidad Nacional y el Banco Mundial, que analizaron la reforma tributaria distrital del 93, fue un caso único.

¿Cómo recibió la ciudad los cambios?

Me equivoqué porque no los divulgué bien. Además la gente lo que esperaba eran obras y buenos servicios, no le importaban los cambios político-institucionales. El periódico “La Prensa” hizo dos buenos titulares. Refiriéndose a la pérdida de poderes por parte del Concejo y el otorgamiento de atribuciones al alcalde tituló “Yo Castro”. Y como el autovalúo tenía que ver con el catastro y había generado protestas de los evasores, tituló “Jaime Catástrofe”. Los enemigos políticos del alcalde, organizados por Antonio Navarro y Gustavo Petro, convocaron a una manifestación en la Plaza de Bolívar para pedir mi renuncia.

Su administración y los sucesores

¿Cómo resumiría su gestión?

Puse la casa en orden. Era tal el despelote que cuando me posesioné, mi antecesor, su secretario de Hacienda y su tesorero estaban privados de la libertad, de manera injusta, pero ese hecho repercutía en la vida administrativa del Distrito. También corrieron la misma suerte varios concejales. Con mi gestión, el Distrito recuperó las finanzas públicas de la ciudad y les dio sostenibilidad. Creé, además, las condiciones para que Mockus y Peñalosa hicieran los buenos gobiernos que hicieron.

Y con el tiempo, ¿qué pasó con toda esa transformación institucional?

Me sucedió Mockus, que nos inculcó al os bogotanos el sentido de pertenencia y nos dio valiosas lecciones de civismo y cultura ciudadana. Él es un pedagogo y un comunicador. Con sus excentricidades y su capacidad para hacer el ridículo sin ponerse colorado, como dicen los gringos, transmitió su mensaje. Infortunadamente su tarea no ha tenido continuidad.

¿Y Peñalosa?

Tiene visión de lo que debe ser la ciudad: espacio público y amoblamiento urbano. Aunque sus contradictores piensen lo contrario, trabajó el tema social, particularmente en el campo educativo.  Mockus, Peñalosa y yo cumplimos gestiones que terminaron siendo complementarias, aunque cada una de ellas tuvo un perfil propio y características distintas. Yo represento la reforma político institucional; Mockus, la cultura ciudadana y Peñalosa la gerencia de una ciudad moderna. Además los tres construimos sobre lo construido. Ninguno tuvo el complejo de Adán.

Importa destacar también que Peñalosa, Mockus y yo no estuvimos al servicio de ningún partido u organización política. Tampoco fuimos ficha de nadie. Y tuvimos presente la máxima de Michael Bloomberg, ex alcalde de Nueva York: “los alcaldes no somos elegidos para hacer teoría, sino para recoger las basuras”.

¿Y Petro?

He sido tal vez el mayor y más serio crítico que ha tenido. Lo he hecho por razones de fondo: su modelo político, la utilización de la Alcaldía como trampolín y su falta de respeto por la institucionalidad. Decidió poner en marcha un proyecto que bien puede llamarse socialismo distrital del siglo XXI, que es anacrónico, estatizante, populista y costoso fiscalmente. Petro es enemigo del sector privado, organizado empresarialmente o como sociedad civil. Se estrenó diciendo que crearía el Banco Muisca, la Empresa de Alimentos Bacatá, que competiría con Corabastos y una empresa paralela a la que tienen los concesionarios de Transmilenio. Creó Aguas Bogotá, que en el poco tiempo que lleva ha producido pérdidas millonarias a la Empresa de Acueducto. Duplicó la nómina de esta última. Y a los colegios en concesión les ha creado toda clase de problemas. Su dedicación a este tipo de propuestas y “realizaciones” hizo que abandonara temas clave como la movilidad y la seguridad. Los subsidios que decretó no se otorgaron técnicamente (a quienes benefician, por cuanto tiempo y cómo se financian). Los ordenó para crear clientelismo político a su favor. Sus decisiones han tenido como punto de mira la Presidencia de la República. No ha sido alcalde sino candidato.

¿Bogotá es una ciudad viable?

Claro que sí. Logrará superar el momento que vive. Nos corresponde a los bogotanos darle viabilidad, dándole el timonazo con la elección de nuevo alcalde. Estoy seguro de que lo haremos llenando el vacío que han dejado los partidos. Ninguno dice cómo ve la ciudad ni propone nada para solucionar sus problemas. Tampoco lo están haciendo los candidatos que hasta ahora se han presentado. Tal vez por estrategia y recomendación de sus asesores se han limitado a hace precampaña con ideas generales y lugares comunes y hasta con propuestas equivocadas y a veces ingenuas.  Probablemente esperan que se conozca la nómina definitiva de aspirantes para emplearse a fondo diciendo realmente cuáles son sus propuestas. Lo tienen que hacer, porque el de Bogotá es un electorado de opinión. Cuando tiene que escoger alcalde vota por el candidato que prefiere, independiente del partido o partido que lo avalen, porque lo que cuenta es la ciudad y no el color o el logo de publicidad. Así lo ha hecho en todas las ocasiones que ha elegido, inclusive equivocándose, pero no dejándose manipular.

 

 

JAIME Castro fue el gestor de la reforma político institucional que dio un viraje total a Bogotá.

 

BOGOTÁ tiene mucho futuro, pero corresponde a los capitalinos darle viabilidad y para ello es clave la próxima elección del Alcalde.