En este caso no cabe la trillada frase, que al caído caerle. Lo que hizo Gerardo Bedoya, en el clásico 269 en el que su equipo Independiente Santa Fe perdió 1-2 ante Millonarios, no tiene ningún perdón.
Tres días después del lamentable insuceso, la televisión mundial y los distintos medios de comunicación electrónicos, siguen pasando las imágenes, no tanto del cobarde codazo a su colega Jhonny Ramírez, sino de la brutal refriega con el guayo en la frente de su amigo, que le dejó marcados los taches, como si hubiera querido curarle la herida que le hizo emanar sangre de la cara de quien se dedica a lo mismo: a jugar fútbol.
Las 8, 10 o 16 fechas de sanción, al igual que la multa que le aplicará la Comisión de Disciplina de la Dimayor, es lo de menos. Cometió no un error, sino un grave error y por ende, inclusive, debería colgar los guayos, con el fin de que no siga siendo un vulgar del fútbol, como se le ha tildado tantas veces. Bedoya, no es hoy ni siquiera un ‘chúcaro’ del fútbol. No sé como se ‘ganó’ el remoquete de ‘general’; sale siempre a la cancha a buscarle líos a los rivales, olvidándose que este deporte es para recrearse él y quienes lo están viendo, que el fútbol no es una guerra, sino paz, como tanto lo hemos pregonado quienes hemos rechazado la violencia en el considerado mejor espectáculo del mundo.
Bedoya debería dar un paso al costado. Es un individuo peligroso para el fútbol, el cual requiere actores, que den ejemplo de buen juego, que hagan que las nuevas generaciones los imiten. No me quiero imaginar a ningún niño en un campo de juego dándole guayo a su compañerito porque le quitó el balón o porque en un choque (el fútbol es deporte de contacto) utilizó la fuerza desmedida para frenar la acción.
El fútbol es una de las disciplinas que más clientes tiene. La gente que no asiste a los estadios, aprovecha los alcances de la televisión para observarlo con mucha pasión, en familia. ¿Qué le puede responder un padre al hijo tras la agresión de Bedoya a Ramírez? Cualquiera quedaría mudo y luego le diría: “Eso es parte del juego, a Gerardo se le fue la mano, perdón, el guayo. Pero como los niños no comen cuento, le dirán al papá: “Qué tipo tan malo, le pegó y le sacó sangre”.
El arrepentimiento de Bedoya, puede tener lágrimas y arrodillada de por medio, pero ha quedado en la pupila de los aficionados y de la gente del común, que la patada a Ramírez, es un ‘menú’ de la violencia que se vive en el país, en el que hasta el más humilde busca que esto no suceda, para que Gerardo en una fracción de segundos meta las de caminar, causándole daño a quien agredió y pusiera por el piso el nombre del fútbol colombiano ante el mundo.
Este caso, sin lugar a dudas, será analizado por la FIFA, que juzgaría la grotesca actitud de Gerardo Bedoya. Que se sepa, jamás había sucedido un episodio similar en el fútbol grande de Colombia, situación que ha causado repudio entre los amantes y neófitos del balompié nacional… fue una agresión morbosa, por lo que Bedoya se perderá el resto de la Liga Postobón II.
La sanción podría ir más allá de entre 8, 10 ó 16 jornadas, sería más extensa. Infringió varios artículos: juego peligroso y doble agresión, son dos de ellos; no podrán obviar el irrespeto al público. Sí se computan todas, Bedoya quedaría por fuera de las canchas durante 24 fechas (máximo castigo, según el Artículo 31 de la Comisión Disciplinaria), por lo que los directivos de Santa Fe, tendrían que entrar a ‘negociar’ su permanencia en el club, con el cual tiene contrato hasta el 31 de diciembre.
Aquello de que estoy “achantado… que me perdonen, que perjudiqué a los que aman el fútbol”, no son disculpas convincentes de un futbolista que tiene muchísimos partidos en sus piernas, no solo con equipos nacionales e internacionales, quien está obligado a medir su temperamento como deportista de alto rendimiento.
Se equivocó en el clásico ante Millos, ahora tendrá que atenerse a las consecuencias. Gerardo Bedoya ha puesto en el filo de la navaja su carrera deportiva, por confundir la fuerza, con la violencia, cuando el fútbol es para gozarlo, sentirlo y despertar emociones.