Ballet de Corea: espectáculo memorable | El Nuevo Siglo
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Jueves, 6 de Julio de 2017
Emilio Sanmiguel

Efectivamente: memorable. No hay otra palabra para calificar con cierta justicia el espectáculo que presentó el Ballet Nacional de Corea la noche del sábado 1 de julio en el Teatro Mayor.

Paradójicamente aquí y en el mundo entero, es muy difícil ver un buen espectáculo como este del sábado. En el mundo entero las compañías de ballet y de danza moderna se multiplican hasta el infinito, pero no hay alternativa, la mayor parte de sus espectáculos resultan fracasados. El ballet clásico no permite medias tintas, exige el dominio de la técnica que debe correr paralelamente con la expresión; y eso es muy difícil. Con la danza moderna ni hablar; la esterilidad creativa de la inmensa mayoría de los coreógrafos es tan grande, que deben recurrir a discursos filosóficos o existenciales para intentar estructurar espectáculos que por sí solos no consiguen trascender.

Pero no hay que preocuparse. Así ha sido desde el siglo XV cuando Domenico di Piacenza firmó las primeras coreografías profesionales de la historia para la casa d’Este en Ferrara. Desde entonces y hasta hoy miles de coreógrafos han intentado trascender pero sólo un pequeño puñado de elegidos lo ha conseguido.

Tampoco son muchas las compañías que, como el Ballet Nacional de Corea, consiguen el nivel de excelencia dancístico, el poder de comunicación y un sello de carácter a su trabajo.

La compañía de Corea

El Ballet nacional de Corea nació en 1962 como la primera compañía de nivel profesional de su país, es decir, la República de Corea, la del Sur. Que ni por una fracción de segundo debe confundirse con la del Norte, que es la que le pone los pelos de punta a medio mundo, especialmente a sus vecinos.

La cultura coreana es una de las más antiguas y sólidas del mundo, es rigurosa con la conservación de su patrimonio, con la preservación de las tradiciones y a la vez muy abierta con las expresiones culturales contemporáneas.

Esto puede sonar a pura retórica. Pero justamente de eso se trató el espectáculo visto en Bogotá. Una primera parte dedicada a los «Clásicos» y la segunda a la fusión dancística entre culturas, con sabor de tradición y cultura coreana.

Bailando los clásicos

La primera parte del espectáculo -4 grandes Pas de Deux- puso de manifiesto la categoría de los solistas coreanos. El telón se alzó con Le corsaire con la música de Adam y la coreografía de Marius Petipa; Han Narea bailó la parte de Alí, Byun Sungwan la Medora; es verdad que frasearon impecablemente el «Adagio», también lo es que brillaron en las variaciones: Narea en la suya se lanzó con un Manège intercalado con saltos y Pirouettes de altísima escuela; Sungwan reemplazó la original por una del Acto II de «Quixotte» -no hay que sorprenderse, en el ballet esto es frecuente-. Para la «Coda» el despliegue virtuosístico con controladísimos «Fouettées» de la bailarina e impecables Pirouetées à la seconde de su partner.

Enseguida un clásico del siglo XX, la Suite Holberg de Grieg del británico John Cranko, obviamente con música de Edvard Grieg. Es una maravilla coreográfica del pas de Deux neoclásico que el dúo de la bailarina Kim Jiyoung y su partner Lee Jaewooo resolvió a tope, entre otras cosas porque lo hicieron como debe ser, como danza pura sin recursos de expresividad, algo sumamente difícil, porque se puede caer en lo mecánico, y no es de eso que se trata. Evidentemente hubo buen criterio en la selección de los bailarines, primero por el contraste entre la fragilidad de la bailarina y la presencia, casi de bailarín heroico de Lee Jaewoo, y luego por sus depuradísimas líneas. Casi esculturas humanas en movimiento.

El tercer Pas de deux, titulado Tango, tuvo el doble interés de ver la manera como un coreógrafo coreano, Shin Mu-seop se aproxima, primero a la música de Astor Piazzolla –en este caso la «Primavera porteña» y en segundo lugar al tango. Lo visto fue todo un logro, bailado con precisión y sensualidad por Kim Lihoe y Lee Younchukl.

Para cerrar la primera parte el Grand pas de Deux de Don Quixotte con la música de Minkus y coreografía de Marius Petipa: Park Yeeun bailó la parte de Kitri y Kim Kimin el Basilio. Es uno de los «Pas» más difíciles de todo el repertorio del siglo XIX, algunas de sus dificultades son muy evidentes, otras, como el final del «Adagio» lo son mucho menos. Bien, el «Adagio» fue extraordinario, muy sensual y pleno de vigor. La variación de Basilio impresionante, con saltos  y «ballon» de esos que cortan la respiración, también la «variación del abanico» de Kitri. En la «Coda» las cosas resultaron disparejas, Park Yeeun no logró mantener su centro y los esperados 32 «Fouettées» no resultaron como se esperaba, Kim Kimin, en cambio, brilló en sus fogosas «Pirouetées á a la seconde»

HEONANSEOLHEON – SUWOLKYUNGHAWA EN LA PARTE 2

Tengo que confesar mi profundo escepticismo con nuevas coreografías que buscan narrativas o bases conceptuales que, a la final, parecen charlatanería. Pero eso no ocurrió con la coreografía de Kang Hyo-hyng para hacer un homenaje a la poetisa Heonanseolheon de Corea.

Un espectáculo precioso, desde lo dramático, lo dancístico, lo escenográfico, luces, vestuario. Con música de compositores coreanos y l participación en pleno de la compañía, esto es, el «Corps de ballet» y todos los solistas, la obra efectivamente sí transmite el estado de soledad de indefensión y fragilidad de la poetisa. ¿Cómo? Con el lenguaje mismo de la danza, porque si bien la mayor parte de la marcación y las evoluciones coreográficas de solistas y «Corps de Ballet» hacen lo suyo recurriendo al lenguaje neoclásico, la poetisa, o su representación, hace lo suyo con lenguaje de danza moderna, recurriendo en muchas oportunidades a la gravedad, incluso cuando baila con un partner.

Ahora, lo que sí resultó magistral, absolutamente magistral, fueron esos momentos cuando los bailarines entran al tejido musical del espectáculo a la manera de una polifonía; es decir, con el movimiento parecían no bailar, sino desarrollar una nueva melodía con sus movimientos, y esto ocurrió no una, sino muchas veces a lo largo del Ballet, es decir, no es una casualidad: el cuerpo humando dibujando nuevas melodías con su movimiento.