Durante mucho tiempo, el destino de las ballenas en Islandia fue terminar en un plato bajo forma de bistec. Pero los tiempos han cambiado y con la peregrinación de turistas a esta isla subártica, las ballenas se han convertido en las estrellas del ecoturismo.
“Una ballena de Minke a dos horas, a cerca de 200 metros”, gritó Alberto Alejandro, un guía español de la compañía Elding cuyo barco navega a lo largo de la costa de la capital, Reikiavik.
La aparición del cetáceo es corta y furtiva, sólo se distingue su alerón dorsal, pero unos pocos segundos son suficientes para desatar el júbilo entre los turistas a bordo de la embarcación.
“Esta es una de las cosas que queríamos hacer de todas maneras en nuestra primera visita aquí”, dijo Joachim Holm, un visitante sueco. “Tenemos pocas ocasiones de ver ballenas vivas”, agregó.
En un momento en que grupos ambientalistas y algunos científicos luchan contra la caza de estos animales, la presencia de los turistas tampoco es inocua y perturba a estos mamíferos marinos.
Pero, al final, es preferible que los animales estén vivos a que terminen despellejados, según los defensores del medioambiente.
En Húsavík, en el norte del país, y también en la bahía de Faxaflói, a donde se puede llegar desde Reikiavik, desde 2016 más de 355.000 personas han subido a embarcaciones para navegar en las aguas plateadas del Atlántico norte para poder ver a las ballenas.
Esto representa un crecimiento de un 30% con respecto a 2015 y cuadruplica la cifra de hace diez años.
En el corazón de la bahía de Faxaflói también tiene lugar la pesca de la ballena Minke (rorcual aliblanco) cuya población estable en las aguas islandeses está estimada en unos 32.000 individuos, según datos del gobierno.
Contrariamente a la pesca del rorcual común, suspendida tras la falta de interés comercial en Japón, la caza de la ballena de Minke persiste en Islandia, que es el único país en el mundo junto a Noruega en ignorar la moratoria sobre la pesca comercial de estos cetáceos que data de 1986.
Alessandro Rosa, un turista italiano, dijo respetar “las tradiciones” de Islandia donde la pesca de ballenas está registrada desde el siglo XIII. Pero “nunca he comido carne de ballena y no tengo intención de hacerlo”, aseguró.
Los propios islandeses consumen poca carne de estos cetáceos y si la pesca continúa es más que nada para satisfacer la demanda de los turistas, en un momento en el que el país recibió a 1,8 millones de visitantes el año pasado y debería superar los dos millones este año.
Desde hace varios años, Islandia está lejos de explotar las cuotas a las que tiene derecho, debido en gran parte al mal tiempo.
La empresa IP-Utgerd Ltd, una compañía especializada en la caza de la ballena Minke, abatió a 17 mamíferos en 2017 (frente a 46 en 2016), muy por debajo del límite situado en 224 individuos.
Ballena en la carta
En Reikiavik, el restaurante Thrír Frakkar incluye en su carta carne de ballena desde su apertura en 1989. Los asiáticos son los clientes más asiduos.
“Ellos están acostumbrados a la carne de ballena, es algo que está en su cultura”, explicó el chef, Stefán Úlfarsson.
La estadounidense Sarah Krieger dijo que no tiene nada contra esta costumbre, defendiendo una gestión “responsable” de las poblaciones. “Los humanos están en el extremo de la cadena alimentaria”, argumentó.
Entre la caza y la observación, las ballenas aportarían cerca de 100 millones de euros en ingresos cada año al país, una pequeña isla con cerca de 300.000 habitantes con un PIB de unos 20.000 millones de euros, según datos de los especialistas.
La caza sigue siendo rentable y, según los datos del sector, con cerca de 45 ejemplares pescados cada año desde 2003, su precio se ha duplicado en una década, pasando a 2.500 coronas por kilo (20 euros, 24 dólares), más que el pollo o el cerdo.
Pero los consumidores se hacen cada vez más escasos. Según las encuestas para el Fondo Internacional para la Protección de los Animales (IFAW) ha caído el consumo de la carne de ballena entre los turistas extranjeros. En 2016, sólo un 12% afirmaron haber comido, frente a un 40% en 2009, según esta ONG.
El responsable de la filial islandesa de la IFAW, Sigursteinn Másson, dijo estar convencido de que la caza de ballenas vive sus últimas horas, debido al cambio de la mentalidad.