En los últimos años ocurren cosas sin precedentes en la música capitalina. Ahora le corresponde el turno a la Catedral Primada de Bogotá, porque se le ha medido a realizar el proyecto musical más ambicioso posible: tocar a lo largo de 17 conciertos la obra completa de Johann Sebastian Bach para órgano
En los últimos años, con una frecuencia inusual escribo a propósito de algunos asuntos de la vida musical en Bogotá, que se trata de eventos sin precedentes. Porque lo son. En Bogotá, por décadas, la vida musical era mortalmente parroquial. Claro que hubo excepciones. Como la visita de Arthur Rubinstein, Friedrich Gulda, Elly Ameling o Martha Argerich. También a finales de los años 70, y parte de los 80, la Ópera era de nivel internacional, pero luego regresó a lo provinciano. Es que esas golondrinas no hacían verano. Un gran concierto cada tres o cuatro años no es argumento para creer que en Bogotá hubo una gran vida musical de estatura internacional. Ni hablo de directores, porque salvo Leonard Bernstein, ningún gran director visitó Bogotá, porque Stravinsky o Kachaturiam, eran grandes compositores -Stravinsky grandísimo- pero no grandes batutas. De esas rutinas musicales sólo consiguió escaparse en sus dos épocas doradas la Filarmónica de Bogotá. Lo demás son cuentos.
Así es. En los últimos años ocurren cosas sin precedentes. Porque en el pasado tocaba poner la lente de aumento para darnos contentillo. Sin precedentes es la programación del Teatro Mayor por donde han desfilado buena parte de los «grandes» de nuestro tiempo, empezando por Dudamel con la Simón Bolívar y coronando con la Filarmónica de Viena. Sin precedentes es el «Ciclo de grandes pianistas de Colsubsidio», que se labró su propio nicho y no ha sucumbido a la tentación de ponerse a competir, por ejemplo, con el Mayor.
Ahora le corresponde el turno a la Catedral Primada de Bogotá, porque se le ha medido a realizar el proyecto musical más ambicioso posible: tocar a lo largo de 17 conciertos la obra completa de Johann Sebastian Bach para órgano.
Un reconocimiento
A la ministra de cultura, Mariana Garcés por poco le sacan los ojos a propósito de la restauración del órgano de la Catedral Primada. Pero tengo que reconocer que haber liderado este proyecto hace posible la realización del ciclo bachiano. Porque sin instrumento eso no habría sido humanamente posible. El resultado está ahí, en la multitud de miles de espectadores que con horas de anticipación se instalan en las puertas de la Catedral para disfrutar de los conciertos: a eso, creo, se le llama Inversión social en la Cultura.
El otro protagonista, es Monseñor Juan Miguel Huertas Escallón, que es un convencido, y lo ha demostrado, de que las catedrales además de centros religiosos son también lugares predestinados a la divulgación de la cultura. ¿Llegará el día en que su labor sea justamente reconocida? Ojalá.
El Concierto de Ghislan Leroy
Al organista francés Ghislain Leroy se le encomendó el segundo de los 17 conciertos del ciclo que se extiende hasta 2018. Ante la multitud que ocupó hasta el último resquicio de la Catedral, ratificó sus credenciales de titular del órgano de la Catedral de Notre Dame de Lille en Francia. La selección de obras que interpretó fue organizada a la manera de una monumental «Sinfonía sacra» (para parodiar a Heinrich Schütz). Abrió, a la manera de un primer movimiento sinfónico, con el gran «Preludio y Fuga en Sol mayor BWV 550» y logró acaparar la atención de la multitud, porque tal y como se espera de un grande del instrumento, «registró» con imaginación y con grandeza.
Enseguida una selección de «Preludios corales» que sirvieron de abrebocas para ir, como si de un «Scherzo» se tratara a la gracia italianizante de la «Sonata Trío Nº 2 en Do menor» con la limpieza de lectura que demanda una obra considerada como un verdadero campo minado. Leroy lo hizo con la limpieza y nitidez que no se puede negociar en manera alguna.
Si bien es cierto, obras como esta «Sonata» son una oportunidad única para asombrar, lo que vino enseguida, en otro campo, fue igualmente admirable, porque en la selección de ocho «Preludios corales» estuvo el músico capaz de resolver con mucha solvencia y sentido del detalle esa otra cara del Bach organista, la del miniaturista. Tuvo la inteligencia de «registrar» con variedad, pero también con un notable sentido de unidad, para que la selección no llegara al auditorio como una colcha de retazos.
Para terminar, volvió a la tónica del inicio, con otra obra monumental en interpretación poderosa, gran sonido y carácter conmovedor el «Preludio y Fuga en Sol menor BWV 541».
Lo que vino enseguida fue lo previsible: la ovación cerrada de la multitud, que permitió a Leroy hacer el homenaje al instrumento: tocó las «Letanías» de Jean Alain, que le permitieron al público oír el instrumento en todo el esplendor de sus posibilidades.