A cual más grave el aumento de la extensión de los narcocultivos en Colombia en los últimos tres años. El informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito señaló días atrás que el área ocupada por sembradíos de hoja de coca, marihuana y amapola llegó a 96 mil hectáreas el año pasado. Se trata de un incremento sustancial, pues en 2013 se habían registrado apenas 48 mil hectáreas. Y más preocupante aún es que desde 2007, es decir a mitad de camino en la ejecución del Plan Colombia, no se tenía tal cantidad de cultivos ilegales. De esta forma el país se confirmó, en este 2016, otra vez como el principal productor de hoja de coca y exportador de cocaína a nivel mundial.
No se trata de un fenómeno sorpresivo ni coyuntural. Ya en marzo pasado Estados Unidos había dado un campanazo más duro. Según un estudio de la oficina de Política Nacional para el control de Drogas de la Casa Blanca, el crecimiento de los cultivos ilícitos en Colombia se había disparado, pues apenas en tres años el área sembrada pasó de 83 mil hectáreas en 2013 a 112 mil en 2014 y 159 mil en 2015.
¿Está fracasando la política antidroga en Colombia? El Gobierno, aunque admite que es preocupante el aumento sustancial de los narcocultivos, sostiene que no hay tal involución y muestra cifras según las cuales este año se han incautado más de 160 toneladas de cocaína - récord semestral en los últimos años- y se destruyeron más de 3.000 narcolaboratorios. En cuanto a la erradicación de sembradíos ilegales, asegura que el año pasado se destruyeron más de 14 mil hectáreas y en lo corrido de 2016 ya se acabó con 10 mil de las 16 mil proyectadas. A ello suma centenares de capturas y un monto billonario en el decomiso, con fines de extinción de dominio, de presuntos bienes del narcotráfico y delitos derivados. Paradójicamente varios analistas señalan que todas esas operaciones de las autoridades si bien evidencian la efectividad policial, militar y judicial en el combate a este flagelo, también comprueban un boom del narcotráfico que no se veía hace años.
Al tratar de buscar las causas de semejante repunte, las razones son muchas. Los críticos del Gobierno sostienen que influyó en forma sustancial no sólo el haber suspendido las fumigaciones aéreas con glifosato, sino las incidencias del proceso de paz que llevaron a una disminución de la operatividad militar y policial en zonas en donde hacen presencia las Farc, en tregua unilateral hace un año. En el Ejecutivo niegan que la Fuerza Pública haya bajado la guardia en la lucha antidroga como consecuencia de la negociación con la guerrilla, pero admiten que sí pudo haber incidido no volver a utilizar el glifosato. También suman otras circunstancias como una mayor rentabilidad de la droga por cuenta de un dólar más caro o hasta un coletazo del cambio climático que ahora permite estos cultivos en zonas en donde antes las temperaturas no los dejaban progresar… A su turno, los académicos y tratadistas consideran que el boom narcotraficante se debe no sólo a un aumento de la demanda externa e interna de drogas, sino a que este delito continúa siendo extremadamente rentable. Por ello traen a colación que la única forma de combatirlo es avanzar hacia un cambio de enfoque global en la lucha antidroga, tal como se discutió en la reciente Asamblea Especial de la ONU sobre el tema, aunque al final, en concreto, no se adoptaron medidas de fondo para un tratamiento menos represivo y más centrado en la prevención del problema de salud pública que representa la drogadicción.
Sea la razón que sea, lo cierto es que no se puede permitir que el país vuelva a niveles de narcocultivos similares a cuando arrancó el Plan Colombia, hace 15 años. La nueva estrategia antidroga debe acelerarse, independientemente de si el acuerdo de paz con las Farc se concreta y dejan de ser el mayor obstáculo en este combate. No hay que olvidar que las bandas criminales, los carteles puros y el Eln también se nutren de las drogas y asoman, de paso, disidencias en frentes de las Farc que operan en zonas con alto volumen de sembradíos ilícitos y narcolaboratorios.
El narcotráfico, como se ve, es un flagelo mutante que pareciera empezar a tomar de nuevo ventaja al Estado en Colombia y ello no se puede permitir.