La noticia acerca del petróleo venezolano, que en una jornada fatal esta semana retrocedió tres dólares y cerró a 39,14 por barril, cayó como un balde de agua fría sobre Miraflores. El gobierno Maduro esperaba que tras la gira presidencial por Oriente Medio y la expectativa de un acuerdo para el recorte de la oferta de la OPEP, el crudo empezara a subir de precio. Pero ocurrió todo lo contrario y en medio de la crisis económica venezolana la nueva depreciación no pudo ser peor.
La industria petrolera del vecino país se hunde no solo por las bajas cotizaciones sino por el retraso tecnológico y la falta de mantenimiento a las refinerías. Ello explica por qué un país con tan cuantiosas reservas petroleras y que por varios años fue el mayor exportador de crudo del mundo, hoy importa parte de la gasolina que consume. De igual manera, tiene comprometida a futuro gran parte de su producción con terceros países con los que negoció cuantiosos préstamos pagaderos con oro negro. Una circunstancia aún más lesiva para un país dependiente del petróleo, que dejó languidecer el resto del sistema productivo y ahogó las empresas de todo nivel. Aunque se creía que la crisis petrolera ya había tocado fondo, lo cierto es que si el precio del barril sigue sin reaccionar la debacle económica se agudizaría aún más a tal punto que el gobierno no tendría ni para financiar su funcionamiento.
En medio de un escenario tan angustioso no se entienden medidas típicamente populistas como las de aumentar, otra vez, los salarios de los trabajadores. Aunque en otras circunstancias esta clase de reajustes calmarían a las masas insatisfechas con el Gobierno, sobre todo en medio de un país polarizado políticamente, en realidad ya no tienen mayor efecto por cuanto la hiperinflación absorbe automáticamente esos incrementos en los sueldos públicos y privados. El desabastecimiento de víveres sigue latente, así como la inseguridad, la quiebra económica y el desempleo. Los oídos sordos de China y Rusia a los pedidos de Caracas sobre nuevos préstamos rayan en lo denigrante para la vecina nación.
Es en medio de ese escenario nefasto en donde se está desarrollando la aguda crisis política. Es claro que el presidente Nicolás Maduro resolvió acudir a la mediación del papa Francisco no solo para ganar tiempo a la espera de una nueva alza del crudo, sino para tratar de amainar una inminente insurrección popular, luego de que el referendo revocatorio fuera bloqueado por un sistema electoral y judicial cooptado por el chavismo.
Cómo se recuerda Juan Pablo II, cuando se enteró que en su nativa Polonia el régimen comunista se aprestaba a disparar contra la muchedumbre que clamaba por la libertad, notificó al gobierno de turno que él mismo encabezaría la protesta así le costara la vida. Ante ello, Praga ordenó no disparar contra la multitud. Las protestas se agudizaron y terminaron por minar la llamada ‘Cortina de hierro’ y provocar la caída del comunismo.
Ahora, en Venezuela, el papa Francisco envió al nuncio en Argentina para intentar un tardío diálogo entre Gobierno y oposición, precisamente cuando esta se mostraba dispuesta a inmolarse por la causa del cambio marchando sobre Miraflores. Al principio el antichavismo se mostró sorprendido por la intervención del Vaticano, puesto que no había sido consultado, pero analizando el panorama con cabeza fría resolvió aceptar la mediación papal. Era evidente que temía que los esbirros del régimen, algunos de ellos partidarios de relevar a Maduro para imponer otro dirigente chavista, dispararan contra las marchas opositoras para desatar así una rebelión popular y viabilizar un autogolpe, sin importar que ello implicara un baño de sangre en las calles. Así que para impedir que la violencia se desatara por una u otra circunstancia, la oposición no sólo aceptó el diálogo con el Gobierno, sino que aplazó la marcha programada para el jueves pasado, sobre la sede presidencial, en donde así como se daban algunas muestras de distensión liberando unos pocos presos políticos, al mismo tiempo se recalcaba que Maduro no saldrá del poder por nada ni por nadie.
En esa coyuntura es admirable la madurez, ponderación democrática y la paciencia de la oposición venezolana, que pese a la represión política, judicial, económica, armada y social, sigue dispuesta a una solución pacífica, sin que ello implique renunciar al revocatorio ni a forzar, en las urnas, la salida del régimen. En medio de ello, llevan tanto tiempo los militares y policías en esa lucha casi diaria de conjurar las protestas, que se está forjando un curioso entendimiento entre el pueblo y la Fuerza Pública. Ya muchos uniformados juran que no dispararán contra la multitud para defender un statu quo de frustración, injusticia y hambre. Evidencia ello de la asombrosa civilidad venezolana.