Este mes de enero, ya en su segunda quincena, nos ha traído la importante noticia de que se ha firmado finalmente, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés). Indiscutiblemente se trata de un acontecimiento muy importante que impactará con mayor o menor grado en los países de la Cuenca del Pacífico; de manera directa a un total de 11 de ellos que constituyen no menos de un 43 por ciento del total de producción mundial.
Los 11 países signatarios son: Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. Los vínculos que crean a partir de las políticas económicas de apertura permitirán fortalecer los nexos comerciales internacionales. Se trata de promover las cadenas logísticas y de producción especialmente de grandes corporaciones, con lo que se espera que las ventajas competitivas puedan expresarse con mayor intensidad.
La constitución de este bloque comercial conlleva, desde ya, un importante conjunto de implicaciones. Existen varios aspectos a destacar aquí. Uno de los principales es que Estados Unidos -bajo el mandato de Donald Trump y todo lo que ello ha implicado y amenaza con implicar para ese país y el mundo- está perdiendo protagonismo en el ámbito de la globalización actual. Paradójicamente se trata de una globalización impulsada desde Washington, país que ahora tiende a entrar en un arriesgado proceso de autismo, cuya primera víctima está siendo el propio Estados Unidos.
Es cierto que la productividad laboral y tecnológica es clave en el sostenimiento del nivel de vida de los estadounidenses. Esto ha sido así durante décadas, desde su posicionamiento en el ámbito internacional con la I Guerra Mundial y la conformación de la Liga de las Naciones, bajo el liderazgo del Presidente Woodrow Wilson (1856-1924) hasta la globalización actual que -con avances y retrocesos- se impulsó hasta Barack Obama.
Sin embargo ahora que la improvisación se ha impuesto en Washington, rasgo tan sólo superado por la prepotencia, se tiene que el país que produce el 28 por ciento de la producción mundial -y el 32 por ciento de la basura del mundo- se ausenta de ámbitos que de manera directa le afectan, aún sin participar como firmante.
Aislamiento, inconveniente
Estados Unidos necesita del apoyo de las cadenas logísticas y de los engranajes secuenciales de la producción. Un auto al final puede ensamblarse en el “cinturón del óxido” en el nororiente de Estados Unidos, pero sus componentes vienen de varios países entre los que pueden estar Singapur, Canadá, México, Países Bajos e incluso los países nórdicos. Se trata de un hecho, de un producto de la globalización actual que tenemos.
Otro componente y muy importante, que va aparejado a lo comercial es lo financiero. En efecto, los flujos de financiamiento -más que los bienes y servicios y que el movimiento de mano de obra calificada y no calificada- esto es, los recursos de circulante y sus derivados, tienen una dinámica real que no es posible detener ni con los pataleos ni las bravuconadas de los oficiales actuales de la Casa Blanca, ni con el componente histriónico encabezado por el comportamiento del mismísimo Trump.
Lo que parece no entenderse si no es por unos pocos -siempre se tiene la esperanza- es que la globalización actual con su carga inmensa de componentes financieros, con nexos que fortalecen la competitividad corporativa, con procesos que tienden a la concentración de beneficios y la marginalidad de oportunidades, tal y como se reconoce actualmente incluso por el Foro Económico de Davos, no es algo que obedece a leyes naturales, como los ciclos de la luna.
De ninguna manera. La globalización es un fenómeno resultante de complejos procesos históricos y tecnológicos. Es una construcción humana y como tal, requiere de coordinación, de dirección estratégica y operativa; requiere de un direccionamiento global del cual carece actualmente. No es con autismos, con alejamientos, que los problemas pueden superarse.
Los TLC
Ha sido una constante que las potencias más desarrolladas no compiten donde pierden, que los denominados tratados de libre comercio tienen el componente de los subsidios, de las cuotas y de que aún prevalecen ciertos niveles de aranceles. Con ello se desfigura su naturaleza de “libre” acuerdo comercial. Pero es ese escenario en donde se están conformando las relaciones internacionales.
En todo caso, una de las más graves amenazas de Washington es que ante una pérdida en competitividad, en particular con trabajadores latinoamericanos y en especial con los mexicanos, Washington ahora amenaza con levantarse de la mesa tirando las piezas del ajedrez que constituye el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Como pierde y se ve rebasado, en lugar de establecer ventajas comparativas y competitivas en mercados segmentados, deja el juego de competitividad.
Mala experiencia en los 30’s
A principios de los años treinta, en Estados Unidos, y se dice esto con triste recordación, se aprobó la Ley Smoot-Hawley, la que incrementó los aranceles de unos 20,000 productos, con lo cual se frenaron las importaciones. Las mismas pasaron de 5,200 millones, a tan sólo 1,700 millones de dólares. Los aranceles se elevaron a más de 50 por ciento. Ante ello, los otros países, principales socios comerciales de Estados Unidos, también levantaron los impuestos a las importaciones. Todos perdieron.
Fue la anacrónica concepción del mercantilismo del Siglo XVII en el comercio mundial, algo ya rebasado por incluso las primeras teorías del padre de la economía moderna, no Smith, como erróneamente se ha popularizado, sino Richard Cantillon, quien desde Francia, en 1730 escribió “Un Ensayo sobre Teoría Económica y el Comercio en General”. Por supuesto que con Smith y Ricardo, las ideas se expandieron y profundizaron. Al parecer estas noticias no han llegado al equipo de Trump.
En todo caso, el aislamiento comercial de Washington abre las oportunidades, como en otras ocasiones se ha mencionado, a que China y en lo inmediato Japón, ocupe el lugar protagónico del nuevo liderazgo en la gran Cuenca del Pacífico. Una de las mayores dificultades aquí son los costos que desde ya está pagando Estados Unidos, por su política internacional.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.