Amenidades del idioma | El Nuevo Siglo
Sábado, 19 de Mayo de 2018

Los que somos aficionados al bien decir y al bien hablar y al bien escribir de nuestro idioma, estamos permanentemente  pendientes de todas sus modalidades, puesto que como cuerpo vivo de la civilización, de un país, de una región o de una ciudad, no se puede decir que sea distinto el que se usa en una u otra parte, sino que tiene sus modalidades de acuerdo que tienen que ver quiérase o no con la mentalidad como el modo de pensar o con el modo de ser de las personas o grupo de personas que lo utilizan.

De ahí la importancia que se le ha dado al Diccionario de Colombianismos, editado por el Instituto Caro y Cuervo que fue una de las estrellas editoriales en la pasada Feria del Libro; es una estupenda colección de vocablos unos de nuestra invención vernácula y otros absolutamente castizos, pero eso sí, con la propia interpretación y anotaciones tan importantes como las de indicar en qué parte de Colombia se usan así como la interpretación local.  Es un trabajo prolijo digno de admiración por la investigación que significa acopiar más de 800 vocablos en más de 500 páginas.

No como complemento pero sí como información es un ejemplar que recoge el uso del idioma en la capital de la República; ha llegado a nuestras manos por generoso obsequio de un familiar quien por su edad, podría ser ajeno al uso del “bogotano”. De su amena consulta se puede inferir la manera de ser de los bogotanos tan incomprendidos en el resto del país. Dicen los eruditos que el idioma es una manera de poder deducir la idiosincrasia de quienes lo usan. Se dice que aquí se habla un muy buen español; así nos lo reconocen desde México hasta Chile. Nos distinguen por el uso frecuente del diminutivo. No solamente nos contentamos con aplicar una sola terminación sino que para ser más generosos y amables, aplicamos dos; no nos contentamos con decir ahora vengo, no ahorita vengo, sino para hacer la insistencia que pronto llegaremos decimos “ahoritica” vengo.

Para quienes tratan de aprender nuestro idioma el proceso es fascinante. Los verbos, por ejemplo, tienen tres terminaciones en el infinitivo después de la raíz que son “ar, er e ir”; la conjugación de los regulares obedece a reglas claras. No así en otros como por ejemplo los verbos “ser” e “ir”. El presente de indicativo de cada uno de ellos no tiene nada que ver con la raíz: para el primero es “soy, eres..., son”: sin embargo el mismo tiempo para “ir” es “voy, vas, va, vamos, vais y van”.  El pretérito es todavía más confuso para el primero es “fui, fuiste, fue, fuimos, fuisteis y fueron”, que tienen una gran similitud con el pretérito del verbo “ir” que es “fui, fuistes, fue, fuimos, fuisteis y fueron”. Solo el contexto de la frase permite saber a cuál de los verbos se refiere la conjugación. Son las maravillas de nuestro idioma.