Camilo Torres, del sacerdocio a la revolución y la guerrilla | El Nuevo Siglo
Lunes, 15 de Febrero de 2016

Por Álvaro Valencia Tovar

“Mi enfrentamiento con Camilo Torres Restrepo, amigo de muchos años, fue un caso atípico dentro de lo que el destino me planteó en el ejercicio de mis actividades y cargo de mando en el Ejército de Colombia.

 

En el grado de capitán, recientemente regresado de la Guerra de Corea, fui destinado a la Escuela de Infantería.

 

Como capellán fue designado monseñor Correa, vicerrector del Seminario Mayor, donde Camilo cursaba último año de Teología.

 

Allí nos reconocimos, entablamos animadas charlas cargadas de reminiscencias familiares y repetimos varias veces el celebrado reencuentro.

 

Camilo, cofundador con Orlando Fals Borda de la facultad de Sociología (de la Universidad Nacional), fraterniza con los estudiantes de la levantisca institución universitaria, donde huelgas y paros se suceden en algo más que insatisfacción académica, para asumir caracteres de confrontación abierta, utilizada por agitadores políticos profesionales.

 

Este nuevo contacto se ha de prolongar por varios meses. Camilo se ve obligado a dejar los claustros donde su popularidad se había encumbrado, lo que preocupa a la jerarquía eclesial y al propio gobierno y es nombrado director de estudios de la Escuela de Administración Pública.

 

Conocía Camilo muy de cerca mi empeño por desarrollar las operaciones contraguerrilleras acompañadas de acción cívica y sicológica.

 

Me llamó al Estado Mayor del Ejército, donde me hallaba como jefe del Departamento E-3, planes, operaciones, organización, educación y entrenamiento, para proponerme la asistencia de oficiales a dichos cursos.

 

Con el fin de conocer con mayor detalle el contenido programático de los cursos, convine una visita a la oficina de Camilo en la ESAP.

 

Ese programa propició nuevos encuentros con Camilo para intercambiar ideas y opiniones sobre la materia.

 

Camilo hablaba entonces con acento mesiánico de una revolución nacionalista, ajena a los modelos prestados, autóctona, soberana, inspirada en la equidad social y en una genuina igualdad del ciudadano ante el poder, cualquiera que fuese su expresión dominante.

 

No pasaría mucho tiempo para que los empeños de rebeldía del sacerdote afloraran en términos abiertamente revolucionarios, que el cardenal Luis Concha juzgó incompatibles con el ejercicio sacerdotal, por lo cual lo llamó al orden.

 

El conflicto en marcha hizo crisis con la presentación de su Plataforma de Unidad Popular, que luego llamaría del Frente Unido.

 

Camilo, imperturbable, prosiguió con creciente inmensidad su actividad de claros acentos revolucionarios, en abierto desafío al Cardenal y arzobispo primado, lo que resultó en una declaración pública bajo la forma de advertencia a los católicos de que “el padre Camilo Torres se ha apartado conscientemente de las doctrinas y directivas de la Iglesia Católica”. Era el 18 de junio de 1965.

 

Al conocerse el retiro del sacerdocio de Camilo Torres y su actitud de abierta rebeldía, todas las corrientes adversas a la política del Frente Nacional corrieron a ofrecerle la jefatura de sus agrupaciones, tanto oposicionistas como enemigas del Estado democrático. Su prestigio se encumbraba a ojos vistas.

 

Fue así como concibió el Frente Unido

El ELN designó para robarse a Camilo a su más inteligente y capaz integrante de la red urbana clandestina: Jaime Arenas Reyes, cuya brillante oratoria y solidez ideológica podrían ejercer sobre el cura revolucionario una influencia decisiva.

 

La inconsistencia de una organización compuesta por corrientes políticas tan distantes ideológicamente, así como en la concepción estratégica para alcanzar el poder, hizo crisis en un Congreso Estudiantil, Obrero y Campesino celebrado en Medellín entre el 17 y el 19 de septiembre de 1965.

 

El Eln

“La ruptura, aunque fue un golpe grave, no aniquiló la voluntad revolucionaria de Camilo.

 

Singular importancia en el periplo del revolucionario urbano fue una breve visita a la guerrilla en Santander, donde discute con Fabio y Manuel Vásquez Castaño, aspectos relativos al movimiento.

 

A Camilo lo inquietaba la posibilidad de un asesinato. A Vásquez, la de un posible descubrimiento de la vinculación con el ELN.

 

Fabio Vásquez era producto intelectual de la Revolución cubana, por consiguiente sometía al ELN al mismo ordenamiento que había sido la causa principal de la ruptura ostensible de la guerrilla en la Sierra Maestra con el Partido Comunista Cubano dirigido por Carlos Rodríguez. Para Fidel, la cabeza de la revolución debía hallarse donde estuviera el mando militar y Camilo había quedado comprometido en la teoría “Foquista” expuesta por Régis Debray.

 

Para Vásquez, Camilo fue un instrumento, un valioso recurso, un aporte electrizante y sumiso a la revolución. Y la revolución era él (Vásquez), cabeza, dirigente, líder único, celoso de cualquier figura que pudiese emularlo en el mando absolutista y tiránico, que no admitía opiniones contrarias a su voluntad omnímoda, que se fue haciendo más impositiva y tiránica a medida que se adueñaba del mando absoluto por la vía más directa y aleccionadora: el fusilamiento.

 

Así las cosas, puede deducirse que el proyecto de Vásquez sobre Camilo contemplaba una prolongada permanencia de éste en la actividad política abierta. Al hablar de una buena campaña de finanzas, ésta solamente podría adelantarse en las ciudades donde residía el capital explotable con el auge de la presencia del sacerdote revolucionario.

 

No obstante, un hecho inesperado vino a cambiar la situación radicalmente; no solamente de Camilo ante Vásquez, sino de la red urbana y de todo el conjunto armado del ELN. El 9 de agosto de 1965, en el área rural del municipio de El Hato, departamento de Santander, fue sorprendido el grupo guerrillero que conducía hacia el Frente José Antonio Galán al médico Hermías Ruiz.

 

En el sitio de la captura, se incautaron documentos, que complementaron el contenido de los anteriores para vulnerar todo el sistema clandestino del ELN.

 

En el interregno, Camilo Torres y Jaime Arenas entendieron que debían pasar de inmediato a la clandestinidad.

 

El 18 de octubre de 1965, Camilo emprendió viaje hacia su destino en la guerrilla del ELN.

 

Llevar a un hombre de 27 años al combate sin prácticas, conocimientos y logros es llevarlo a una muerte segura.

 

Cabe anotar que Camilo Torres fue integrante del llamado Movimiento Golconda, inspirado por el obispo de Buenaventura, monseñor Valencia Cano. Lo formaron sacerdotes en espíritu de rebeldía contra sus propias jerarquías. En cierta forma era una versión criolla de los “sacerdotes obreros” de París, que anteponían el servicio social a los oficios litúrgicos y ceremonias eclesiales.

 

Al asumir el mando de la unidad operativa que se me confiaba, integrada por los batallones de Infantería Galán en el Socorro aunque su arma era Artillería, Bogotá en Barrancabermeja, Ricaurte en Bucaramanga; García Rovira en Pamplona y Grupo de Caballería Mecanizada Maza en Cúcuta, elaboré un Plan de Campaña de largo aliento para enfrentar las diversas situaciones de la jurisdicción.

 

El 7 de enero de 1966, el misterio de la desaparición de Camilo Torres en el escenario de la revolución urbana que venía proclamando en sus giras por todo el país, se aclaró sorpresivamente con la aparición de su Proclama a los Colombianos.

 

A partir de esa fecha, el ELN comienza a hacer presencia en la parte sur del área de operaciones.

 

El nuevo escenario táctico asignado a la batería 120 abarcaba la zona crítica entre el Carmen y el comienzo de la región selvática del Opón y Cerro de los Andes.

 

Los días miércoles 9 y jueves 10 de febrero se perdió el contacto radial, pues se interponían los contrafuertes inferiores de la masa fisiográfica construida por el Cerro de los Andes. Restablecido el 11, prosiguió sin nuevas interferencias. El 15, temprano, la patrulla compuesta por tres escuadras de diez hombres del Segundo Pelotón de la Batería hizo un alto antes de penetrar a una zona selvática.

 

El 14, los observadores adelantados por Fabio Vásquez hacia puntos dominantes del terreno, divisaron el desplazamiento de la patrulla militar y dieron el aviso al comandante del ELN, que se encontraba en las proximidades de Patiocemento.

 

Con base en la profundidad del dispositivo enemigo, Fabio preparó una emboscada al estilo preconizado por el Che Guevara en su manual Guerra de guerrillas.

 

La ráfaga de la Madsen dio muerte al soldado puntero, hirió gravemente al comandante de la patrulla y dejó fuera de combate al radioperador. Más atrás, el fuego de la emboscada hizo blanco en el sargento reemplazante, y dio de baja a tres soldados más. Todo ocurrió con la rapidez fulgurante de los combates irregulares.

 

Colocando un nuevo proveedor en su Madsen, Vásquez abandonó el abrigo y avanzó con Camilo a su lado, que había secundado con el revólver el fuego de su jefe. La idea era apoderarse de las armas de los caídos, con lo cual Camilo habría conquistado el derecho guerrillero a empuñar un fusil, ganado en combate.

 

El sargento reemplazante, herido en el brazo izquierdo, se había parapeteado tras un árbol corpulento. Con el derecho pudo accionar su carabina M2 de repetición automática, contra los dos hombres de elevada estatura que vio avanzar hacia los caídos de la descubierta. La ráfaga de la M2 derribó a quien se había adelantado en busca del fusil del puntero. Cayó de bruces.

 

Su primer acto al terminar el proveedor de su M2 fue examinar al caído  bajo su fuego. Alto, barbado, yacía exánime. Le levantó el rostro pero no pudo reconocerlo. La cabeza de desgonzó al soltar el cabello.

 

Tuve la certidumbre de que Camilo había caído en el combate de Patiocemento, cuando el valeroso suboficial herido respondió a mis interrogantes. Sí, el cadáver del guerrillero diferente que parecía un jefe había sido registrado.  En sus bolsillos se hallaron cartas en otros idiomas… Era él. Pero quedaba una duda que yo pugnaba por convertir en esperanza. La voz del sargento se interrumpía por la difícil comunicación radial. Mucha estática por las difíciles condiciones atmosféricas reinantes restaban claridad a sus frases entrecortadas. “Sargento, escúcheme… ¿no tenía una pipa en el bolsillo? ¡Sí! ¡Una pipa de fumar! El tiempo que tardó en contestar tuvo rasgos de eternidad. “Sí mi coronel. Aquí la tengo. Y una carterita con picadura…” ¿Tenía la pipa una guarnición de plata, un anillo, hacia la mitad de la empuñadura? “Sí, mi coronel…”.

 

La imagen de nuestras charlas en la ESAP cobró vida en mi memoria. La realidad fría, cortante, desvanecía esa lejana posibilidad. Camilo había muerto oscuramente, bajo la selva, en un perdido rincón de la montaña santandereana.

 

A nadie comuniqué esa noche la certidumbre que me asediaba. El helicóptero que pedí desesperadamente al recibir la primera información sobre el combate, llegó hacia las tres de la tarde, pero fue imposible trasladarme a la zona de combate, cubierta por la niebla y la lluvia.

 

La dramática identificación que yo y solo yo podía realizar, pues era el único que conocía personalmente a Camilo, tuvo que esperar hasta el día siguiente.

 

Mi larga permanencia de casi cinco años al mando de la Quinta Brigada, cargo en el cual recibí el ascenso a brigadier general, me permitió esperar el tiempo de ley para realizar la exhumación. Los restos se colocaron en una urna funeraria adquirida por mí, que se inhumó en un cementerio católico, con el ceremonial litúrgico de la Iglesia y la religión a la cual perteneció en vida.

 

Ese lugar permaneció en secreto, “El secreto mejor guardado”, según un relato periodístico.

 

El sitio exacto fue el primer osario del mausoleo militar de la Quinta Brigada, construido bajo mi comando con generosas donaciones de la empresa privada santandereana, para dar sepultura a los miembros de la Unidad Operativa caídos en acción. Allí reposó en paz, en el silencio de la muerte, al lado de quienes habían sido sus adversarios.