Una defensa | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Diciembre de 2019

El senador Gustavo Petro montó una polémica, al abrigo del paro del 21N y de la participación de artistas en las protestas, que inició con un trino sobre la presunta “traquetización” del vallenato.  Desde su misma orilla ideológica, el también senador Robledo le replicó por lo injusto del ataque contra un ritmo que es patrimonio nacional. Y en la polémica también terciaron Peter Manjarres, Tostao y hasta Félix Carrillo Hinojosa con una columna escrita desde 2012 donde reclama a los autores vallenatos por la pérdida de la esencia juglar en favor de un romanticismo insulso y edulcorado estrictamente comercial.

Vaya uno a saber quién tiene la razón, pues entre gustos no hay disgustos. Olvida el senador Petro, tal vez porque es más de Zipaquirá que de Ciénaga de Oro, la rica historia del vallenato en composiciones de esas que llamarían protesta, pero que en la realidad del canto provinciano son meras crónicas de la vida diaria, que es a lo que se dedicaba el vallenato clásico.

La enumeración debe empezar por “Plegaria Vallenata” que es un vallenato cachaco, paisa para más señas, (Gildardo Montoya-1976) donde se reclama a Dios por haber “repartido la platica tan mal repartida” y seguir con Máximo Jiménez, ese gran compositor cordobés que ha dejado “Hombre Pobre, El Burro Leñero, el Gallinazo, Me Dijo Un Terrateniente” y la clásica “Indio Sinuano” donde se reconoce “chato, cholo y chiquitin” y reclama que cuando llegó el español “su tierra se la quitaron de las manos/despojado quede yo con mis hermanos/al abrigo/ de los vientos/relegado a los pantanos”.

La misma historia, pero referida a los de La Guajira que canta Diomedes Díaz (1979) en “Yo soy el Indio”, que se queja de una raza “que tiene todo y no tiene nada” donde “no hay colegio para el estudio/ni hospital para los enfermos (…)”. Por el mismo rumbo van los aires de “Grito en la Guajira” (Alberto Murgas-1977) donde Juan Piña se lamenta por la suerte del nativo en una tierra donde “el agua es melancolía/ [y] solo la aridez perdura”.

Descendiendo a lo que en la costa llaman La Zona, Jorge Oñate cantaba Las Bananeras (Santander Durán-1974) donde describía “al pueblo bananero de abarca y de sombrero que espera redención/alegre y bullanguero que espera educación”. Ahí mismo y también en voz de Oñate está “Soy Estudiante” y el “Pobre y el Rico” de Oswaldo Monterrosa que en son mamagallista va diciendo unas cuantas verdades.

Y esta pequeña relación debe cerrarse con dos clásicos de clásicos. “El Viejo Miguel” del gran Adolfo Pacheco Anillo, convertido en himno de los desplazados que han obligado a irse de sus parcelas y pueblos “buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad”. Y, para que no siga diciendo que el vallenato le ha sacado el cuerpo a su compromiso, hay que cerrar con “La Ley del Embudo” (Hernando Marín-1979), una descripción eternamente vigente de una sociedad desigual donde siempre es “lo ancho pa´ ellos, lo angosto pa´ uno”.

El senador Petro se equivoca por no distinguir, como Enrique Diaz, entre la “música gruesa” que es la del mensaje y “la delgadita” que vende mucho y no deja nada.

@Quinternatte