Ópticas de la desigualdad social | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Diciembre de 2019
  • Lo que va de Piketty a Pinker
  • La dinámica del empleo y el gasto social

 

Parte importante de la discusión económica contemporánea, incluida Colombia, radica en la noción de la desigualdad social. Y lo primero que surge, al adentrarse con cierta profundidad en el tema, es que además de los componentes de su definición, existen también hondas discrepancias en la adopción de las estadísticas y las constantes exponenciales a tener cuenta.

En efecto, así viene ocurriendo desde que Thomas Piketty, en su libro de El Capital en el siglo XXI, de 2014, abrió el debate al intentar demostrar como la mitad más pobre de la población mundial es tan pobre en la actualidad como lo era hace 100 años, compartiendo apenas el 5% de la riqueza total. Pero la riqueza global de hoy es geométricamente superior que la de esa época por lo cual algunos pensadores, como Steven Pinker, han salido al paso para decir que, en esa comparación, habría que concluir entonces que los pobres han conseguido volverse más ricos.

Todo depende, pues, de la perspectiva. Por ejemplo, el economista Peter Bauer escribió en su momento que no es la pobreza, sino la riqueza la que tiene causas. De este modo, así como para algunos es prioritario la explicación de cómo se crea la prosperidad y los factores que la determinan, a fin de mantener y elevar el acumulado del bienestar general, para otros, en cambio, lo que es definitivo es que en la cúspide hay unos muy ricos mientras que en la base hay otros muy pobres, comparativamente con los primeros, y de este modo en los escalafones intermedios dentro de una rígida jerarquización monetaria. Siendo así, las conclusiones sobre la desigualdad son diferentes, dependiendo de si se adopta un criterio determinado exclusivamente por el ingreso individual o si se parte de las repercusiones integrales del progreso económico sobre el conjunto social.

En ese orden de ideas Piketty, como gurú del neomarxismo mundial que puede ser, hace énfasis, incluso trayendo a cuento los siglos desde la Revolución Industrial hasta su desdoblamiento en la globalización actual, en las brechas sociales que se mantienen iguales a partir del ingreso. Por lo cual, no le queda más que concluir que el sistema de mercado acaso no es más que un triturador de la igualdad, aunque sorprende, ciertamente, que su fórmula no comprenda el impacto decisivo de las transferencias sociales, que hacen parte sustancial de la redistribución del ingreso en cualquier economía a partir de los impuestos.

Al contrario, Pinker, como psicólogo social y defensor del proceso de la Ilustración, hasta hoy, reitera que la desigualdad no es una contraevidencia del progreso humano y demuestra cómo, a medida que la globalización y la tecnología han avanzado, miles de millones de personas han entrado a engrosar la clase media, abandonando la pobreza. De hecho, sostiene que, en el proceso de superarse la pobreza, efectivamente puede dinamizarse la desigualdad, pero luego se nivela, como sucede con la curva de Kuznets: un diagrama en forma de U invertida que, aceptado por la mayoría de los economistas, señala el desequilibrio económico de arranque, pero después comprueba la nivelación paulatina.

Vale decir, sin embargo, que buena parte de la agitación social actual, en el mundo, se da en la competencia de las clases medias por incrementar sus posibilidades, quizá por desliarse entre sí o es más por no devolverse de estrato, en todo caso buscando conservar los derechos adquiridos previos. En Francia, verbi gracia, donde existen 42 tipos de preferencias pensionales, se acaban de dar manifestaciones de millones de personas, oponiéndose a la eliminación de esos privilegios. El Brexit, en el Reino Unido, puede ser otro ejemplo, pero en cuanto al desamparo laboral que, para varios sectores, encarna la tecnología y la globalización. Chile, por su parte, solo hasta ahora se ha visto obligado a constituir un Estado Social de Derecho, al estilo del colombiano con Constituyente incluida, luego de las últimas semanas de agresiva protesta en las calles. Inclusive, a raíz del paro de estos días, convocado por las centrales obreras como en las marchas que lo acompañaron, en Colombia, han sido claras algunas de estas características que hoy son parte de la plataforma desembocada en la conversación nacional.      

Asimismo, es indispensable, a fin de mejorar la transferencia social, comenzar por atacar los vicios en la creación de la riqueza: la corrupción, la evasión, los paraísos fiscales. También revertir la idea anómala de que el consumo es igual a los excesos del consumismo. Porque el sistema de valores emergido del mercado, del vértigo tecnológico y la globalización ha llevado, en buena medida, a que esto sea así. Como bien lo sostiene Michel Houellebecq en el trasfondo de sus novelas, la gran erosión del mundo contemporáneo consiste en haber tocado irreversiblemente los resortes más íntimos del ser humano, acelerando los intervalos entre el deseo y el placer, en todos los aspectos de la vida como fórmula ineludible para sostener la dinámica económica a través de los efectos publicitarios y sus consecuencias materiales y numéricas.

Es probable frente a ello que mucho estribe, como se podría parafrasear de Konrad Lorenz, en “la creencia, errónea y epidémica, de que solo lo calculable y mensurable corresponde a la realidad”. Pero como en esas estamos, lo más importante es entender que los cambios en los indicadores de la igualdad solo vienen impulsados por la creación de empleo y el gasto social. Es allí a donde todo debe apuntar.