Cambio climático ¿Torre de Babel? | El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Diciembre de 2019
  • Menos política y más leyes vinculantes
  • De Madrid debe salir una suerte global mejor

 

La noción sobre el cambio climático suele variar de acuerdo con el interesado en producir una opinión. Por eso un significado más o menos compartido sería necesario a fin de conseguir una partitura colectiva frente al fenómeno multidimensional que enfrenta el planeta. Porque una cosa es el dramatismo excesivo que algunos acostumbran a utilizar para generar una posición radical, sin elementos intermedios, y todavía peor es la conducta de la orilla discrepante para esconderse, a semejanza del avestruz en el hueco, con el objeto de negar a rajatabla la variable climática y sus factores antropogénicos como un componente básico e irreversible de las circunstancias globales contemporáneas y hacia el futuro.

Por lo general, como se sabe, las verdades cardinales de cualquier índole casi nunca tienen asidero válido en los extremos y más bien se encuentran en un justo medio aristotélico. En esa perspectiva, la dificultad estriba en que se requiere por anticipado de una sana orientación de espíritu para escuchar las posiciones divergentes y, una vez cumplido este ejercicio, dar curso a una actitud tendiente al razonamiento y la depuración intelectual. Es mucho más fácil, claro, encerrarse en posiciones inamovibles y dar por descartado cualquier tipo de discusión como, para el caso, resulta del cambio climático. Es común que eso ocurra cuando no se adopta la inteligencia emocional colectiva como el mecanismo en que se soporta la interacción humana o cuando se pretende mantener, a como dé lugar, una zona de confort que no remueva un ápice ni ponga a prueba la trayectoria de los conceptos previos.

En suma, no es posible llegar a la noción del cambio climático si no se acepta de antemano que la naturaleza y su desenvolvimiento es una síntesis altamente compleja de incontables factores, multifacéticos y dinámicos, que interactúan para generar una equilibrio químico y físico dentro de lo que conocemos genéricamente como medio ambiente, uno de cuyos resultados es precisamente y nada menos que la existencia humana.

Para su permanencia, nadie se atrevería hoy a discutir, bajo ningún soporte científico, que es indispensable mantener la temperatura acorde con la estructura biológica de la especie. Es esto, justamente, lo que está en juego cuando la presión desmedida de las fuerzas motrices desencadenadas a partir del crecimiento demográfico, la urbanización, la demanda colosal y creciente de agua, energía, transporte y alimentos, así como la interconexión global, entre otros aspectos, ha llevado a que los impactos de las actividades humanas produzcan alteraciones aparentemente invisibles, pero afectando drásticamente los ciclos del ozono y el registro de los gases en la biósfera, mediante las emisiones de bióxido de carbono y metanos; de la modificación de los nitritos, el fósforo y el azufre; de la evidente degradación de los ecosistemas; de la interrupción de los ciclos fluviales y la acidificación marítima.

En consecuencia, las presiones de las fuerzas motrices han desestabilizado el clima por cuanto, a causa del inusitado incremento de los gases en la atmósfera fruto de las actividades antropogénicas, el calor del sol está quedando atrapado y sin salida, comenzando a incidir gravemente el componente climatológico en el itinerario natural del medio ambiente, incluso para algunos de modo irreversible.

Es lamentable, en esa dirección, que la asamblea mundial que se abre esta semana en Madrid para evaluar el Acuerdo de París, contra el cambio climático, no cuente con la presencia de algunos de los países que más están afectando la atmósfera. No es, por supuesto, responsable. Si bien la Unión Europea ha emitido una alerta roja en torno del tema, lo que se necesita, antes de la evasión de responsabilidades internacionales como sucede con Estados Unidos es que el Acuerdo tenga cláusulas vinculantes, por cuanto no es con “leyes blandas”, es decir, sin ninguna capacidad coercitiva como se puede llegar a conclusiones determinantes.

Según se ha dicho una y mil veces, el cambio climático llegó para quedarse. Es claro, en consonancia con la advertencia brillante de Lovelock, tras sus comprobaciones científicas desde 1972, que el “planeta tiene fiebre”. Aun así, para lograr a una legislación universal sobre tan agudo tema se requiere conseguir una definición global que permita comenzar a ponerse de acuerdo. De lo contrario, sin un lenguaje común y sustentado en la ciencia, la politización del cambio climático seguirá estando a la orden del día. De un lado, permanecerá de mascarón de proa para los cánones de la nueva izquierda, según los cuales la noción del cambio climático ha de servir sustancialmente para derruir el mercado, mientras que desde la derecha a ultranza nada quieren modificar en el modelo económico y hacer oídos sordos. Ni lo uno, ni lo otro. El mundo merece una suerte mejor.