¿Consolidación chavista? | El Nuevo Siglo
Sábado, 5 de Diciembre de 2020

Las siete vidas del gato

* Cuando la retórica es cómplice

 

Cada vez es más claro que la política internacional llevada a cabo contra el régimen de Nicolás Maduro ha sido un fiasco. Si se trataba de impedir su prolongación, como se había dicho en todos los tonos, basta con saber que en las elecciones de mañana la satrapía reclamará un gran triunfo. Y con ello se habrá constatado, pese a los cacareos de fraudes y amenazas, que la falta de histamina política, de parte de las democracias americanas, se ha convertido en una anomalía idéntica. Fruto, en efecto, de la inacción que ha llevado al pueblo venezolano a la debacle ad infinitum. Y en esa medida a aceptar que no hay nada qué hacer. Lo que no es de chistar.

De modo que no…. Esta vez ya no es válida la simple retórica. Porque ella misma se ha demostrado como una expresión de complicidad. Parecería, en esa dirección, que entre más se habla y se publican comunicados, desde el exterior, más se da curso al protervo estado de cosas. No es secreto que cada vez que la OEA emite una declaración ya todo el mundo sabe que nada ocurrirá. Que son, pues, simples frases dichas al viento sin aplicación eficaz.  Y todos tan tranquilos.    

Muchas, efectivamente, son las aguas corridas bajo el puente desde que se instaló el chavismo en Venezuela. Ha ocurrido de todo en América Latina. Pero lo único inmodificable y persistente, en tantos lustros, es que el régimen se incrustó de manera irremisible, produciendo una tragedia humanitaria sin parangón en la nación hermana. En suma, uno de los países con mayor riqueza sometido a la hambruna, el desfalco y la quiebra. Un desbarrancadero infame.

Bajo esas circunstancias, algunos opositores están pidiendo arrancar de cero. Lo cual demuestra, ciertamente, el grado de exasperación a que se ha llegado.

En principio, la oposición recurrió, por ejemplo, a la abstención en las jornadas electorales. Pero antes que una medida acertada se permitió, con ello, la consolidación de la estrategia chavista. Inclusive, ya por entonces se había hecho trizas la Constitución, que no estaba mal por sus consecuencias corruptas, pero sin embargo así se llevó a cabo para dar vigencia a otro texto cuyo propósito subyacente siempre fue, según ha quedado demostrado, la eternización en el poder. Es decir, nunca se camufló el pálpito del corazón autoritario. Y siempre se usó la fachada electoral de mampara a la no alternación democrática.  

Más tarde se cayó en la falsa idea de que un golpe de Estado sería el antídoto preciso, incluso aplaudido a rabiar por algún miembro del gabinete colombiano, pero su rotundo fracaso no fue más que un aliciente para los detentadores del chavismo en Miraflores. Es claro que una fallida acción de esta índole solo le inyecta mayor vigor a la serpiente, tal cual sucedió y se mantiene invulnerable desde aquellas épocas.  

Hugo Chávez, asimismo, se convirtió en el nuevo Fidel Castro, logrando atención similar, exclusiva y excluyente, en los eventos internacionales. Fue por decirlo así un showman, tanto internamente en su programa de Aló Presidente como en los estrados de la ONU, cuando verbigracia dijo que olía a azufre tras la intervención del presidente de los Estados Unidos, asimilándolo con el demonio. De esta manera, entonces, Chávez se convirtió en uno de los primeros líderes en comprender que la política había pasado a simple reality.    

De hecho, cuando la pérfida apropiación de la figura del Liberador se agotó, incluida la truculenta exhumación de su despojo, Chávez profundizó el llamado socialismo del siglo XXI. En esa trayectoria el asfixiante régimen venezolano se volvió el símbolo del Foro de Sao Paulo. Aun así, alcanzó a creerse que con la prematura muerte de Chávez el proyecto autoritario y personalista tenía los días contados. No fue lo que aconteció. El mismo régimen liderado por el sucesor Maduro ha demostrado las siete vidas del gato: siempre cae parado. En tanto, la gente se acostumbró a vivir de las remesas o a soportar el desabastecimiento interminable.

En ese último transcurso, por demás, Colombia desarrolló la política de los “mejores nuevos amigos”. Ni siquiera los inalterables gobiernos, chino, ruso o iraní llegaron a ser tan cercanos y férvidos como el colombiano. Fueron varios años de guiños. Hasta que, visto que las calles estallaron contra Maduro, se comenzó a tomar distancia diplomática que pasó a enfrentamiento al cambio de administración nacional. No obstante, las gigantescas manifestaciones populares terminaron desvaneciéndose y el triunfo parlamentario de entonces fue apenas un espejismo, neutralizado por la ineficacia, el exilio y el divisionismo opositor.

En efecto, el gobierno paralelo de Juan Guaidó es hoy una caricatura, aunque tenga razón. Mañana las mayorías parlamentarias del oficialismo chavista habrán, no solo proclamado una victoria interna, sino la más grande derrota de las democracias a nivel internacional, en particular la colombiana. Y no habrá retórica, ni propagandismo inocuo que valga para esconder esa triste realidad.