Ríos de sangre | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Diciembre de 2022

 Me cuenta una señora de Medellín que la violencia en la ciudad tiene aterrorizados a los habitantes. Buscó en El Colombiano del viernes 2 de diciembre,  y sale una información en primera página que dice: “En 19 horas y 30 minutos se presentaron estos hechos, agrupados en dos dobles homicidios, en uno de ellos con cuerpos encostalados, y los otros cuatro casos simples que despertaron las alertas de las autoridades, que antes de que sonara la medianoche para darle la bienvenida a diciembre con la tradicional alborada, se tomaron las comunas de Robledo y San Javier para buscar a los integrantes de esta organización delincuencial que hizo recordar las peores épocas de la violencia en la ciudad”. 

“A la 1:00 de la mañana las autoridades tuvieron el reporte de las dos primeras víctimas dentro del conjunto residencial Puertas del Sol, en la zona de expansión de Pajarito, en San Cristóbal. A partir de ese momento inició la racha sangrienta, la más intensa de todo el 2022”, agrega.

Escandalosas balaceras como esa, con muertos y heridos se repiten casi todos los días en Bogotá, en Barranquilla, en Cartagena, en Cali, en otras ciudades y en los campos del país.  Fuera de esos horrores, que son la muestra dolorosa de la descomposición social y la crisis de autoridad, son frecuentes los hallazgos de restos humanos envueltos en bolsas plásticas y abandonados en potreros, basurales o en las calles. Por lo general, los medios los atribuyen a pugnas entre las mafias. En otros casos, se informa que varios agentes de la policía o soldados son muertos de manera aleve por la espalda o en confrontación con grupos armados en los campos. 

Los que se enteran de estas noticias, por lo general, gentes buenas y civiles inermes, poco hablan de estos temas y en los medios de comunicación no tienen mucha acogida. Pareciera que los colombianos quieren ignorar esos hechos, pese a que en los hogares las madres y las esposas o las hijas y familiares, cuando no aparece el pariente o amigo que trabaja, el estudiante y el hijo que sale de diversión, comienzan a rezar pidiendo que no los hayan asaltado, robado, herido o atropellado por una de esas motos en las que se mueven los delincuentes que arrebatan en las calles los celulares a sus víctimas. 

En tanto, las autoridades señalan que no tienen el suficiente respaldo gubernamental y que la policía y el ejército sufren una especie de interdicción oficial. Esas fuerzas se nos están desmoralizando ya que con frecuencia detienen a delincuentes armados, que han cometido graves delitos y disparado contra sus semejantes, pero al poco tiempo se encuentran en las calles. A su vez se dan casos de uniformados, de diverso rango, a los que se les ha comprobado que venden armas a los delincuentes y diversos actores armados. 

Yo he sostenido con cifras y revisando cuidadosamente los informes sobre la violencia en Colombia, que nunca en el pasado y hasta ahora, los violentos han pasado del 1% de la población, incluyendo en esa contabilidad a los servidores del orden que portan armas que la sociedad les entrega para contener a los que se colocan fuera de la ley y evitar que se extienda la mancha sangrienta por todo el país. Por esa razón, sostengo que los violentos son una ínfima minoría que hace de las suyas por cuanto la generalidad de la sociedad es pasiva, indolente, desorganizada y egoísta, por lo que no apoya al vecino, ni al parroquiano inocente, ni al agente de la autoridad que intenta poder orden. Y lo que es peor, en ocasiones se toma la justicia por su cuenta y ejecuta por la espalda al victimario. 

Estos hechos sangrientos no son exclusivos del gobierno Petro, pese a que durante su gestión se han aumentado. En parte por cuando la delincuencia considera que pueden negociar sus delitos con la ley al disfrazarse de agentes subversivos que buscan la paz. Lo que si indican a las claras es que el orden civil y el bienestar de los ciudadanos y de las gentes de los campos sufre el mayor de los deterioros que reseña nuestra historia desde la fundación de la República. Es preciso recuperar el orden, para lo cual las autoridades deben multiplicar sus esfuerzos de la mano de la comunidad organizada. Hoy más que nunca Colombia reclama Libertad y Orden.