Santa Cruz del Islote sobrevive en ‘océano’ de olvido estatal | El Nuevo Siglo
Con el paso del tiempo se edificaron casas en concreto o cemento en la isla y hay construcciones de dos pisos.
Jorge Moreno Sotomayor
Domingo, 27 de Noviembre de 2022
Redacción Política

El archipiélago de San Bernardo, en el golfo de Morrosquillo, está conformado por nueve islas, de las cuales dos se encuentran habitadas: la de Múcura y la más pequeña, el islote de Santa Cruz, considerado uno de los territorios más densamente poblados del mundo.  

De acuerdo con Jorge Moreno Sotomayor, presidente del Consejo Comunitario de la Comunidad de Negros del Archipiélago, en las otras islas como Panda, La Palma y Boquerón lo que se encuentran son granjas privadas, pero no personas establecidas que habiten el lugar.

Moreno le contó a EL NUEVO SIGLO que, de acuerdo con el último censo, se contabilizaron 330 habitantes en la Múcura, que mide aproximadamente 34 hectáreas, mientras que en Santa Cruz reside el doble de personas, pero solo en un poco más de una hectárea.

De acuerdo con lo que dijo Moreno, los primeros pobladores del archipiélago que llegaron a la isla de Múcura fueron afrodescendientes, excelentes pescadores que empezaron a establecerse en ese lugar e incluso llegaron a sembrar yuca, plátano, ñame, arroz; el único problema eran los mosquitos.

Muchos de ellos empezaron a poblar el islote rocoso, por lo cual no contaban con plagas, y comenzaron a hacer rellenos con piedras y caracoles. Así fue creciendo la población de lo que hoy se conoce como Santa Cruz.

De esta manera, la isla más pequeña y menos atractiva, por su condición natural rocosa, que incluso carecía de playas, terminó siendo la más poblada.

Las primeras casas eran de madera con bahareque, troncos que traía el mar y de palma de coco. Hubo en un principio 15 casas. “Por culpa de una veladora que prendió una niña se originó un incendio que acabó con todas las viviendas”.

El abastecimiento de agua

Luego, con el paso del tiempo, se construyeron casas en concreto o cemento, hay construcciones de dos pisos, pero la que sobresale es la perteneciente a la escuela, que tiene tres pisos. “Debajo de la escuela tenemos el aljibe de aproximadamente 100 toneladas, donde se hace el almacenamiento de agua potable para toda la comunidad como tal”.

Precisamente, Moreno cuenta cómo es el proceso que mantiene con el vital líquido a los isleños: “Hay canales que están en la escuela y cuando llega el invierno se recoge el agua lluvia y se almacena en ese aljibe. En época de verano, por lo general, mandan agua con el apoyo de la armada. Sin embargo, cuando nos envían agua no es suficiente para la comunidad”.

“Están enviando cada cinco meses, aproximadamente, entre 30 y 40 toneladas de agua. En Santa Cruz del Islote se gastan cinco toneladas de agua diaria en promedio. Así, que debemos, entre las mismas comunidades, recoger fondos para comprar el agua y después nos toca vender a 2.000 pesos 20 litros de agua potable”, agrega Moreno.

“60 mil pesos vale una tonelada de agua y lo que se hace es como una reventa para adquirir fondos y mandar a comprar más líquido, porque si nos atenemos al Estado nos morimos de sed. Hay una empresa en Cartagena que se encarga de suministrar el agua, ellos tienen sus barcazas y traen el agua potable hasta las islas”, explicó el líder isleño.


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La escuela del islote

El centro educativo lleva el nombre de Institución Etnoeducativa Santa Cruz del Islote, donde  230 niños reciben clases. Moreno resalta que solo desde hace dos años se logró que se dictaran todos los cursos, desde primero hasta grado 11. Antes del 2020 solo se dictaba hasta noveno grado y lo jóvenes debían desplazarse todos los días durante dos años hasta Cartagena, Tolú o San Onofre para culminar su bachillerato.

Ahora son los profesores los que se desplazan a la escuela, ellos llegan provenientes de Cartagena, Barranquilla o Tolú los lunes y se van los viernes. La escuela cuenta con aulas con 30 niños que deben soportar  un calor impresionante al mediodía. Sin embargo, Moreno advierte que la educación no es la más adecuada. “No  se ha entendido que somos una comunidad diferencial, que por nuestras costumbres necesitamos una educación diferente. Hay niños que están en cuarto grado que aún no leen ni escriben bien”.

Una enfermera

En cuanto a salud, para los más de 600 habitantes hay una enfermera que fue asignada por el distrito de Cartagena primero a Isla Fuerte y luego fue enviada a Santa Cruz. Ella ha permanecido en ese puesto cerca de dos años y se recuerda que la anterior enfermera estuvo 10 años. En ocasiones se hacen brigadas médicas con algunas instituciones, fundaciones o la Armada.

El presidente del Consejo Comunitario comenta que hace 40 o 50 años las personas sí nacían en la isla como tal. “Había una partera que atendió cerca de 50 partos. En este momento si una señora va a dar a luz tiene que salir al continente”.

Explica que la parte continental más cercana se llama Rincón del Mar, un corregimiento de San Onofre (Sucre) que se encuentra a unos 45 minutos.

Sin embargo, geográficamente las islas pertenecen a Cartagena. “Desde Isla Fuerte, que está al frente, hasta nosotros, que pertenecemos a Bolívar, desde la época de la Colonia designaron que las islas le pertenecían a ese departamento”, explica.

Sin embargo, comenta que este es otro problema porque el turismo que llega a las islas entra por Sucre, y ellos, cuya principal fuente de ingreso es el turismo, no reciben ninguna regalía. “La asistencia médica que nos prestan, como viene de Bolívar, hay que ir a Cartagena, que está a dos horas, cuando sería mejor ir a Tolú o a San Onofre, que están a una hora”.

La energía se apaga

Aunque el tema de seguridad les preocupa porque no cuentan con presencia policial, en este momento hay algo que los inquieta aún más y es la energía eléctrica, que obtienen a partir de un banco de baterías y unos paneles.

“La embajada japonesa vino hace ocho años, vio la situación de que no teníamos energía y donó un 80% del proyecto, mientras que el Estado colombiano donó lo restante. En estos momentos hay una empresa que se llama Soles del Sinú, que está operando la planta como tal, pero tenemos bastante dificultad porque no contamos con un subsidio energético y estos equipos necesitan mantenimiento y una persona que los opere. Las baterías ya llevan ocho años, el tiempo de su vida útil, ya están caducando y la escasez de energía se nos convierte en un problema”.