Un extremo conduce a otro | El Nuevo Siglo
Miércoles, 13 de Noviembre de 2019

Hace décadas que los militares en nuestros países regresaron a los cuarteles y se abrieron espacios democráticos, hay elecciones, reapareció la libertad de prensa, dejó de ser amenaza el comunismo, las guerrillas fracasaron, los pueblos apoyaron la conformación de gobiernos y congresos, vino a menos la doctrina de la seguridad nacional sostenida por los Estados Unidos.

En mi libro Militarismo en América Latina, que ha servido de texto de estudio durante años, don Guillermo Cano, en el prólogo, anotaba: “La mayoría de los golpes militares que han derrocado regímenes democráticos en el continente tienen u obedecen a un común denominador fácilmente identificable, la seguridad nacional interna amenazada por el vacío de poder civil.” Lamentablemente la democracia no ha logrado disminuir injusticias, la corrupción y la impunidad se incrementan, desaparecen ideologías,  el desempleo preocupa, los impuestos golpean,  las alzas de precios en  la canasta familiar impactan, el lenguaje anacrónico no convence y la fórmula de conseguir recursos para cubrir déficits metiendo la mano en bolsillos carentes de dinero concluye mal.     

No es igual la situación de los Estados, la congregación indígena en Ecuador difiere de la movilización ciudadana en Bolivia frente a la reelección de Evo Morales ensombrecida por denuncias de fraude electoral, levantamiento policial conjurado, la afirmación del mandatario de que estaba en marcha un golpe de Estado y renuncia forzada; la oposición en Venezuela a  Nicolás Maduro se  reprime por las fuerzas armadas “bolivarianas”; en Brasil, la salida de la cárcel de Lula divide, mientras Bolsonaro enarbola su errático desempeño: entre dichos acontecimientos y los desmanes en Chile hay distancia, prevalece, sin embargo, la merma del poder civil.   

Solamente un gran esfuerzo de recuperación democrática en América Latina permitirá que sigamos adelante, se equivocan quienes impulsan la rebelión y manipulan a la juventud universitaria, lo cual conduce al reemplazo por la fuerza del ejercicio de la autoridad.  En Colombia los incitadores de la violencia, los convocantes al paro nacional, invitan a dar un salto a la nada. La propuesta de inútil ajetreo de violencia opuesto a la civilización y la cultura, deprime, libertad y anarquía son cosas completamente dispares.            

Aquí el profesionalismo de las fuerzas armadas, institución que cuenta con el mayor índice de confianza ciudadana, garantiza la prevalencia de la democracia, pero tengo la impresión de que si se insiste en Chile, por ejemplo, en la renuncia del presidente Sebastián Piñera ello conducirá otra vez al regreso del militarismo. En la hora presente la opción revolucionaria no existe, lo que está en juego en la región es el dilema entre Derecho y Fuerza. La historia de América Latina se ha movido dentro de ese peligroso péndulo.