La marcha del silencio del 89 | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Noviembre de 2019

“No hay una sola buena razón para destruir”

Como diría Hernando Gómez Buendía, ante “el rasgo más chocante de la “personalidad colombiana”, que es el de “nuestra asombrosa incapacidad para resolver conflictos”, entre otros, debido a nuestra intolerancia, el viernes 25 de agosto de 1989, “fue necesario que el espíritu nacional se estremeciera” una semana después del asesinato el 17 de agosto del magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, Carlos Ernesto Valencia y, el 18 de agosto de Luis Carlos Galán Sarmiento, en Soacha, y del coronel (póstumamente brigadier general) Valdemar Franklin Quintero en Medellín, más de 20.000 estudiantes de las universidades participamos calmadamente y sin capuchas en la “<marcha del silencio”, que fue “la voz” del proceso transformador que se avecinaba con la Constituyente.

En esa marcha, a las puertas del Cementerio Central de Bogotá, algunos de nuestros compañeros con megáfono, leyeron un panfleto de media cuartilla en el que se consignaba la aprobación de nuestra generación a los siguientes puntos:

1. El rechazo a todo tipo de violencia, cualesquiera que sean las ideologías o intereses que pretendan justificarla.

2. La exigencia al respeto de los derechos humanos en Colombia.

3. El apoyo a las instituciones democráticas en su lucha contra todas aquellas fuerzas que pretenden desestabilizarlas, llámense narcotráfico, guerrilla, grupos paramilitares u otros.

4. El rechazo para estos fines, y en virtud de la autodeterminación de los pueblos, de cualquier tipo de intervención armada por parte de Estados extranjeros.

5. La solicitud de convocatoria al pueblo para que se reformen aquellas instituciones que impiden que se conjure la crisis actual.

6. La exigencia de la depuración exhaustiva de las Fuerzas Armadas, de la Policía, del Gobierno y de los partidos políticos.

Luego de la marcha, las oleadas terroristas no se dejaron esperar: 27 de agosto en Medellín nueve agencias bancarias dinamitadas de los bancos Cafetero, de Colombia, del Estado y del Comercio, y desactivadas bombas en otras cuatro sucursales, en el edificio Monterrey y en el Club Unión; 2 de septiembre, 150 kilos de dinamita destruyeron las instalaciones de “El Espectador”, hiriendo a 73 personas; el 16 de octubre el turno, con cuatro muertos le correspondería en Bucaramanga al diario “Vanguardia Liberal”; el 27 de noviembre la bomba al avión HK-1803 que cubría la ruta Bogotá-Cali; el 6 de diciembre, una tonelada de dinamita al 90%, cobraría 41 muertos y 300 heridos en las instalaciones del Departamento Administrativo de Seguridad D.A.S., que quedaron totalmente destruidas, junto con propiedades de particulares ocho cuadras a la redonda; en resumen, lo que el cantautor colombiano Andrés Cepeda titularía “Es la Historia de mi Generación”.

La propuesta de los estudiantes del 25 de agosto llevó a realizar una gran cruzada nacional, a través de una publicación en “El Tiempo” el 22 de octubre de 1989, con la cual se recogieron 35.000 firmas de apoyo a la iniciativa titulada “Todavía podemos salvar a Colombia”, las cuales se remitieron al Presidente Virgilio Barco Vargas, con una importante solicitud que dio origen a lo que se conoció como “El Gran Debate Nacional”, antesala de la Constituyente.

Esta semana nos vemos avocados a un paro nacional, hago un llamado a las fuerzas vivas, para que no ocurra nada parecido a cuando la CSTC organizó en contra del gobierno López Michelsen un durísimo paro cívico nacional el 14 de septiembre de 1977, una protesta popular que desbordó los límites de una manifestación y se tornó violenta. Como dice el cantautor chileno Alberto Plaza: “Hay muchas buenas razones para protestar, pero no hay ni una sola buena razón para destruir un país”.

www.hernanolano.org

hernanolano@gmail.com