Entendiendo las marchas | El Nuevo Siglo
Martes, 19 de Noviembre de 2019

Cuando el candidato Petro perdió las elecciones presidenciales pronunció dos sentenciadoras frases que extrañamente pasaron desapercibidas: la primera, que reconocía la victoria de su adversario no porque así lo avaló lícitamente el Estado colombiano a través de la registraduría nacional, sino porque sus propios e íntimos informes así se lo indicaron. La segunda, que la oposición se llevaría a cabo en las calles no en el Congreso de la República y en los cuerpos colegiados.

Todo lo cual significaba, por un lado, su talante antidemocrático y su idea aún rebelde e inconforme frente a la institucionalidad republicana; por el otro, que conocedor de las dificultades de cumplir económicamente con la infinidad de promesas gubernamentales, las masas insatisfechas y justamente decepcionadas se levantarían una y otra vez contra el “establecimiento” o, en el peor de los casos, conta el propio Estado. No vale lo que diga la registraduría, lo importante son sus informes y, no vale el debate propositivo, dialéctico, sosegado y racional de las corporaciones públicas, lo que cuenta es el derrocamiento del sistema: patria o muerte, es el lema.

Pero las marchas no solamente se nutren del caudillo, sino que por estos días se alimentan de un sentimiento de ciudadanía ausente y extraviado. Ya no nos ponemos la máscara social (persona en griego) para participar de lo público (de la política, también del griego) sino que cuando salimos de nuestros hogares nos aseguramos de colocarnos la banda individualista: que las feministas, que los miembros de la comunidad LGTBI, que los raizales, indígenas o palenqueros, que los sindicalistas o académicos. Total, cada quien en su cuento, cada quien en lo suyo y por lo suyo.

Empero, también se trata del viejo resentimiento se las guerras de clases, como si la inequidad fuera la causa de todos nuestros males y el odio la gasolina del descontento. Como si el pobre odiara al rico o como si lo grave, lo verdaderamente grave, no fuera la pobreza y la falta de oportunidades antes que la natural deferencia entre los seres humanos.

El no ponerse la banda de “ciudadano” antes de la de cualquier casta sumado al hecho de creerse el cuento de que el resentimiento social y el odio personal son los mejores consejeros de la conducta humana nos lleva indefectiblemente a la violencia, a la protesta, a la marcha, sin importar que sea pacífica o violenta. Total, todo es bienvenido, incluso la barbarie, cuando de imponer nuestras creencias políticas se trata.

Porque acudo al amor y a la inteligencia, yo declaro que NO voy a marchar ni el 21 ni en todas las manifestaciones que de ahí se van a derivar.

*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI.

@rpombocajiao