La indecisión democrática | El Nuevo Siglo
Martes, 9 de Noviembre de 2021

* Un activo fijo en las encuestas

* Partidor que arranca casi de cero

 

En épocas de pandemia, como las que se viven en Colombia, la política y las campañas deberían servir de acicate para que el pueblo encuentre respuestas a las necesidades del momento y el país busque la mejor orientación posible. Pero no es así. Por el contrario, la política más bien parecería hoy un mecanismo arcaico del que sospecha por anticipado y está inexorablemente sumido en el descrédito. Tal vez por eso, precisamente, en las últimas encuestas los colombianos no encuentran atractivo alguno en las decenas de candidatos presidenciales en la lid y manifiestan, entre un 50 y un 75 por ciento, no haberse decidido por ninguno o estar dispuestos a votar en blanco.    

De hecho, podría decirse que hoy la política se vislumbra como una simple y espuria competencia por el poder, ajena a la ciudadanía y desligada del bien común. Es decir, que muchos apostarían a que es mejor dejarla de lado y evitar el antagonismo enfermizo que se busca propiciar a rajatabla en las redes sociales (y otros medios). En suma, acorde con los resultados de los sondeos que se han venido publicando, los colombianos preferirían abstenerse de las emocionalidades ficticias en las que se pretende embaucar a los desprevenidos, hacer oídos sordos a los pontífices y los cantos de sirena, o dedicarse a otras cosas más plausibles o urgentes, en medio de uno de los episodios más calamitosos que haya sufrido el país como colectivo social, a raíz de la crisis sanitaria y sus secuelas en todos los ámbitos.

De una parte, es por supuesto difícil generar audiencia política cuando la atención ciudadana está puesta en otros factores más prioritarios y que competen con el día a día de los ciudadanos. La población está, desde luego, más pendiente de su familia, del empleo, de la salud, de la vacunación, de la educación, de los diferentes anuncios gubernamentales o empresariales en torno de los temas más apremiantes y cotidianos. Y de otro lado y frente a ello, la justa electoral se ve muy lejos ante las necesidades inmediatas, pese a que solo falta poco más de un semestre para la primera vuelta presidencial.

Tampoco es de descartar que la misma campaña política, supuestamente inmersa en la polarización como único antídoto y escenario obligatorio, no se ha vuelto, bajo esa perspectiva buscada por algunos, un polo de atracción eficaz. Más o menos se sigue la misma marcha rutinaria, en la que preponderan insultos, fricciones o pantomimas, pero no se logra un debate de ideas o el desarrollo conceptual de un plan claro.

Al mismo tiempo, y en no menor proporción, todos los candidatos gastan buena parte de su tiempo en explicar la mecánica política, con todo tipo de consignas altisonantes aparentemente llamativas. Y eso por supuesto colabora en que nadie preste interés. Muchos menos, claro, en la confusión entre consultas populares, competencia por las firmas, coaliciones abstractas, ajustes internos en los partidos, feria de avales, mejor posicionamiento ante la financiación estatal y demás aditamentos no siempre comprensibles para el ciudadano común. Como en Colombia hay leyes diferentes y hasta contradictorias en los aspectos electorales, a pocos interesa, ciertamente, hacer parte del confusionismo reinante.

Por su lado, otro elemento para tener en cuenta podría radicar en que el gobierno actual ha mantenido, durante su mandato, una posición ideológica centrista e institucional poco dada a entrar en discusiones políticas de menor cuantía y en la producción de trinos permanentes al que el país estaba acostumbrado en tiempos anteriores, desde la cúpula del Estado. Esto también ocurre porque, abolida la reelección presidencial inmediata, el primer mandatario ha dejado de ser el eje gravitante de la campaña electoral. Y en ese sentido los protagonistas de la justa actual juegan en otro espectro, desde el punto de vista de la movilización proselitista.

En ese orden de ideas no es sorpresa que la campaña presidencial mantenga cierto bajo perfil. No obstante, un nivel tal de indiferencia ciudadana o desdén por la política como el que se registra, es demostrativo de que todavía falta mucho para lograr la atención popular o que definitivamente algo tienen que hacer los candidatos para mejorar su exposición electoral. Ni siquiera el viento de cola de campañas anteriores es suficientemente fuerte para ningún aspirante.

Nadie dudaría, asimismo, que en la plétora de aspirantes hay muchas figuras probas, con un hondo sentido del orden y de las libertades, enemigos de la anarquía y con una demostrada experiencia en llevar a cabo políticas públicas exitosas. Lo cual hace suponer que, una vez se decante el tumulto connatural a una democracia vigorosa, el país podrá escoger del mejor modo posible.

Al fin y al cabo, la indecisión, faltando tanto tiempo para las elecciones, es un activo fijo en el balance democrático. Y muestra ante todo una ciudadanía dispuesta a escuchar, cuando no hay absolutamente nada decidido.