Brasil, urnas y futuro | El Nuevo Siglo
Viernes, 28 de Octubre de 2022

* Dilema de fondo en elección presidencial

* Bolsonaro confía en derrotar mañana a Lula  

 

Llegó la hora de la verdad. La segunda vuelta en las elecciones de Brasil, a realizarse mañana, se escenifica en un país dividido, con más de 100 millones de potenciales votantes que deberán decidir a quién le confían el futuro: al presidente-candidato derechista Jair Bolsonaro o al exmandatario izquierdista Inácio Lula da Silva.

Las encuestas pronostican un resultado cerrado, con un leve favoritismo del expresidente. Sin embargo, no hay que olvidar que Datafolha y otras firmas de sondeos proyectaban para la primera vuelta un triunfo de Lula por amplio margen. Todas se equivocaron en materia grave y quedaron bajo la lupa por estar convertidas en una suerte de barra que anticipaba el triunfo de un candidato sin darle oportunidad al otro. Esta vez los estudios de opinión señalan que el dirigente de izquierda tendría un 49 % de intención de voto contra un 44 % del jefe de Estado.

Los analistas más objetivos hablan, por el contrario, de un empate técnico y advierten que los duros ataques del exmandatario a su rival no resultaron en ampliar su ventaja. Por ejemplo, la campaña de Lula ha utilizado el incidente de un diputado del partido de gobierno, que disparó contra unos policías que tenían una orden de arresto en su contra, para acusar al presidente de inspirar la violencia. Un argumento absolutamente falso que, sin embargo, dejó ver la preocupación del candidato de izquierda por el crecimiento lento pero sostenido de su rival, que en cuestión de dos meses pasó de estar a kilómetros de distancia a respirarle en la nuca. 

Lo cierto es que dos visiones y estilos de la política dividen a Brasil. El pueblo tiene conciencia de lo que representa Lula en materia de proyectos asistencialistas de corto plazo, pero también de los resultados económicos positivos de Bolsonaro quien ha conseguido, entre otros logros, reducir la inflación y mantener a flote el poder adquisitivo de los asalariados, en tanto favorece la agricultura y se ocupa de facilitar ayuda en metálico a los que están en la miseria o temporalmente sin empleo. El expresidente, en sus dos mandatos, ayudó a la cauda de población pobre que lo apoyó, pero se vio envuelto en numerosos escándalos de corrupción, terminando en prisión y condenado. Todo ello hasta que quedó libre de nuevo por un error jurídico. Su copartidaria y sucesora, Dilma Rousseff, también terminó enredada en graves anomalías en Petrobras y resultó finalmente destituida.

El capital político de Bolsonaro ha crecido por los resultados económicos. Logró que Brasil superara la pandemia sin apagar la producción ni frenar el crecimiento. Para ello evitó el confinamiento poblacional extremo, tema que sus críticos usan para desacreditarlo. En un país en donde las señales de las personalidades referentes pesan, llama la atención que las grandes figuras del futbol están mayoritariamente a su favor. En estados como São Paulo, los grandes industriales y trabajadores respaldan al jefe de Estado. Según la encuestadora Datafolha, el presidente-candidato encabeza en esta ciudad y en Río, que son definitivas a la hora de las urnas.

En las últimas semanas Bolsonaro ha mantenido un duro pulso con las autoridades electorales que no distribuyeron la publicidad a su favor en varias regiones, mientras se multiplicaba la propaganda de su rival, en clara violación legal y de la imparcialidad que debe tener dicha institución. La población desconfía de las encuestas, en tanto es evidente que los sectores cristianos, tanto católicos como evangélicos, están con el gobierno. En muchas favelas, por el contrario, brujos y santeros apuestan por Lula.

En un país en donde la masa de sectores marginales está a la expectativa de lo que prometa cada candidato, los discursos de Bolsonaro reciben nutridos aplausos y se le reconoce su capacidad para seguir sacando avante al país. En el otro bando, el remate de campaña ha estado marcado por insultos y acusaciones graves. El presidente-candidato insiste, a su turno, en advertir a la ciudadanía sobre el riesgo de volver a las infaustas épocas del “socialismo del siglo XXI”, fracasado en Brasil y en toda la región.

Todo lo anterior explica por qué mañana se vota no solo por el destino nacional, sino también el continental. De ganar Lula, se volvería al pasado demagógico y socialista, infectado de corrupción. En caso de imponerse Bolsonaro, Brasil mantendría un rumbo seguro y sería, por su tamaño e influencia geopolítica, una suerte de equilibrio político suramericano ante el avance de la izquierda populista.