Humanidad compartida | El Nuevo Siglo
Martes, 20 de Octubre de 2020

Las notas profundas del violonchelo alzaron el vuelo y fue como si el recinto se hubiera llenado de esperanza y de melancolía, al mismo tiempo. Pau Casals había consagrado su vida entera a la belleza y a la bondad y, ese día, recibía la medalla de la paz en la ONU. Con ese gesto las naciones, unidas como nunca, reafirmaban su compromiso inapelable con el futuro de una humanidad compartida. Era 24 de octubre de 1971 y Casals volvía a tocar, tal vez, por última vez, el Canto de los Pájaros; aquella melodía catalana que popularizó y convirtió en un emblema mundial de la libertad. “No he tocado en público por casi cuarenta años”, dijo el viejo maestro. “Hoy tengo que tocar. Los pájaros en el cielo cantan ¡paz!, ¡paz! ¡paz!”.

Como si se tratara de un designio marcado por su nombre, Pau, que significa paz en catalán, hizo de este horizonte su propio faro y motor de vida. Casals habló para el mundo desde el recinto de las Naciones Unidas varias veces, en 1958, en 1963 y en 1971; siempre en octubre, siempre el día 24 y siempre con la misma confianza en la humanidad. A lo largo de los años el prodigioso chelista encarnó consistentemente el ideario de la ONU: la construcción de un mundo en paz y solidario, regido por los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana. Un mundo libre en el que primen los derechos más allá de las diferencias económicas y sociales, en el que se valore la diversidad y la pluralidad, y en el que la dignidad humana esté por encima de la patria, las banderas, los ejércitos y las ideologías. Pau Casals murió en 1973, seguramente arrullado por el canto de los pájaros y con más esperanza que melancolía, pues creyó obstinadamente en sus principios libertarios hasta el último de sus días.

Pronto volverá a ser 24 de octubre y la ONU conmemorará sus 75 años en uno de los momentos más críticos de su historia. La pandemia asfixia a comunidades enteras, literalmente, a la vez que deja al descubierto brechas insalvables y la deshonrosa inequidad del mundo. La xenofobia, la intolerancia y el radicalismo parecen rebrotar como si nunca se hubieran ido y la tensión entre Estados Unidos y China nos devuelve a la más fría de las guerras. De no creerlo.

Este año no se escuchará el algarabío de las mil lenguas, no habrá logísticos corriendo, ni estallarán los aplausos después de los discursos. Este año, aunque alcen el vuelo las notas musicales y los pájaros de Pau Casals vuelvan a clamar, una vez más, por la paz; la quietud inundará cada rincón del majestuoso edificio. Quiere uno pensar que, a pesar de todo, los principios de la carta que fundó a la organización al finalizar la Segunda Guerra, van a mantenerse en pie hasta el último de los días, con más esperanza que melancolía. Es, tal vez, la última oportunidad para esta, nuestra humanidad compartida.

@tatianaduplat