Nuestra torre de Babel (I) | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Octubre de 2020

No hay peor ciego que él no quiere ver, decían los mayores, y hoy, entre muchos, los más ciegos son los políticos. No ven el peligro de algún tipo de marxismo (siempre trasnochado) que se está despertando en Colombia. Pero, tampoco ven a los que están furiosos al ver que están condenados -sus hijos, y los hijos de sus hijos- a ser pobres o mendigos. No ven que la corrupción, la trampa, la mezquindad, el egoísmo, siguen haciendo de las suyas. Mientras tanto, ninguno de los dos ven que vamos por un camino que nos lleva a una catástrofe irreversible. No ven que estamos construyendo una nueva Torre de Babel.

No estamos viendo la solución necesaria, lógica y viable: que cada uno de nosotros nos conózcanos a nosotros mismos -como nos recomendaban los filósofos griegos- de manera que encontremos nuestras propias falencias y virtudes; que encontremos la verdad del bien y del mal en nosotros mismos; que veamos el papel histórico que nos corresponde asumir. Que veamos la vocación social de la dignidad de la persona humana; el sentido de una justicia sustentada en la caridad, la solidaridad, el bien común, que son la razón de ser del Estado Social de Mercado Libre, que nos corresponde privilegiar como personas humanas.

Debemos ver que para salir de la crisis moral que nos está envenenando es indispensable trabajar, juntos, en favor de la sociedad, o si no nunca saldremos de este caos mortífero. Debemos ver que la cultura contemporánea, que posee tantos valores positivos, está marcada por una grave enfermedad, a la que hace referencia el Papa Francisco: el individualismo.

 “Si no nos unimos, si no miramos a los demás como nuestros prójimos, como personas que tienen en sí mismas un valor único -que merecen respeto, comprensión, cercanía, afecto- por más que se supere la crisis sanitaria de hoy, permanecerán las heridas de una sociedad individualista, anónima, que terminará por convertirse en un campo de batalla entre intereses egoístas”, como nos dice un sabio contemporáneo.

El trabajo digno -tranquilo, estable, próspero- es la verdadera solución a la crisis social de hoy, es el desafío que debemos ver con el corazón. Este debe ser nuestra primera prioridad: lo más urgente, lo más importante. Las circunstancias actuales reclaman especial atención a algunas características del trabajo, que se pueden paliar como solución a las consecuencias negativas de la crisis. En primer lugar el espíritu de servicio por parte de todos para todos. Y el trabajo debe estar al servicio del bien común social en su integridad, como nos recomienda El Papa Francisco.

El cambio implica, además, poner siempre en el centro a la persona humana y no una lógica meramente económica, este es el antídoto contra el individualismo imperante. De manera que se imponga “la imaginación de la caridad”.

Juan Pablo II destaca que la justicia social no resuelve los grandes problemas de la humanidad únicamente con la justicia: la dignidad exige la caridad, que implica: cumplir las responsabilidades que tenemos como personas humanas. Cada uno desde sus propia responsabilidad: políticos, empresarios, funcionarios públicos, trabajadores de base; padres y madres de familia, hijos; ciudadanos...