Delicado panorama económico | El Nuevo Siglo
Miércoles, 5 de Octubre de 2022

* Fenómeno global con impacto en Colombia

* Inflación y bajo crecimiento, las amenazas

 

 

Prácticamente todas las agencias y entidades que acostumbran hacer pronósticos económicos coinciden en que el mundo entrará en el 2023 en una protuberante caída de su crecimiento económico. Y Colombia no será una excepción.

El Banco de la República, por ejemplo, estima que si bien el crecimiento en el 2022 en nuestro país estará entre 6% y 7%, en el 2023 habrá un derrumbe vertical del PIB hasta niveles inferiores al 1%.

Cifras similares se avanzan para los demás países. Estados Unidos, por ejemplo, ha comenzado a transitar por los terrenos de una recesión económica técnica, que se considera cuando dos trimestres consecutivos arrojan resultados negativos en el crecimiento del PIB.

Varios factores están confluyendo para crear este panorama de perspectivas brumosas para el año entrante. En primer lugar, el combate a la inflación generalizada que experimenta el mundo, con guarismos inéditos. En nuestro país, por ejemplo, septiembre cerró en 11,44%. La respuesta que no se ha hecho esperar ha venido por parte de los bancos centrales. Todos, prácticamente sin excepción, vienen subiendo drásticamente sus tasas de interés de referencia en un esfuerzo para enfriar sus respectivas economías.

Sin embargo, esta medida, que debe surtir sus efectos saludables en el mediano plazo, ha generado en el corto, paradójicamente, una asombrosa subida en el costo del dinero de todo el conjunto económico, lo cual, obviamente, acentúa las fuerzas depresivas del aparato productivo.

Otro factor que ha confluido para forzar un bajo crecimiento económico es, naturalmente, el derivado de los efectos de la guerra en Ucrania, que ha traído como consecuencia una elevación inédita en los precios de los combustibles, así como de las materias primas y alimentos básicos, con lo cual el escenario recesivo se ha visto abonado prácticamente en todo el planeta.

Tenemos que ser conscientes en Colombia de los negros nubarrones que se ciernen en el comportamiento económico global. Cada vez estamos más interrelacionados, para bien o para mal, con la evolución de la economía mundial. No somos un país inmune a las tormentas que arrecian en el exterior.

Que el año entrante vayamos a tener un crecimiento económico por debajo del 1% del PIB no es un dato menor que podamos pasar inadvertido. La capacidad contracíclica de la política fiscal, que tan dinámico papel jugó durante la pandemia, ya está virtualmente agotada. Todas las informaciones que se recogen dan cuenta, además, de una presión violenta por más gasto público que, incluso contando con el recaudo derivado de la reforma tributaria en trámite, será muy difícil de atender.

A la inflación aún no se le ha cortado la cola resonante que la impulsa. Por el contrario, las alzas de los combustibles y de las tarifas de energía eléctrica apenas empiezan a afectar con dureza el bolsillo de los hogares colombianos. A esto habría que sumarle la fuerte devaluación del peso (la moneda más depreciada de América Latina) fenómeno que, naturalmente encarece las importaciones de materias primas y bienes de capital.

Visto ello, es claro que la lucha contra esa hidra de mil cabezas que es la inflación apenas está comenzando. Hay que seguir librándola con tenacidad y -sobre todo- coherencia.

En pocas semanas comenzará la discusión del aumento del salario mínimo para 2023. Será, probablemente, la decisión más delicada que el país tiene entre manos en el frente económico y social. Es evidente que los asalariados han perdido gran parte del poder adquisitivo de sus ingresos como consecuencia de la fuerte inflación que hemos tenido a lo largo de este año. Esto debe corregirse. Pero sin populismos ni atropellos. Un alza inmoderada del salario mínimo para el año entrante atizaría el desempleo y, sobre todo, la informalidad que ya ronda por los niveles del 60%.

Para prepararnos para el año de las vacas flacas que será el 2023 hay que actuar con pies de plomo. El gobierno, manejando una política fiscal prudente, sin populismos malsanos, que no desborde las limitadas capacidades del Estado con endeudamientos desmedidos. El sector productivo preparándose a asimilar la dura reforma tributaria que se viene encima. El Banco de la República continuando con su política monetaria cuidadosa para que actúe como un cortafuego del incendio inflacionario. Y, en fin, la ciudadanía toda entendiendo que no se puede pedir de la Nación un asistencialismo desbordado y desfinanciado.